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La resistencia en Madrid está en el último videoclub

Marcia regenta el último videoclub que queda en la capital. Está en el barrio de Lavapiés y tiene más de 45 mil títulos.

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Carmen Broncano

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 13:05

Desde la última película que ganó el Oscar a mejor cinta internacional hasta el cine japonés de los años 60. En el videoclub de Marcia hay 45 mil títulos de películas organizados por autores, países y géneros. También hay pósters y camisetas de merchandising. La tienda huele a antiguo, a vintage, a toda la vida.

En los ochenta, había tantos videoclubs como tiendas de Zara hoy en día. Ahora, solo queda uno. La pandemia se ha cebado con este negocio (ni siquiera podemos llamarlo sector) y cuando antes tenía 25 o 30 clientes al día ahora tiene 12. Los peores días del verano llegó a tener 2.

Marcia funciona gracias a sus socios. Da bonos de seis meses para que sus clientes alquilen tantas películas como quieran. Tiene unos 200 socios que siguen pagando el bono pero, “no todos vienen todas las semanas, ni todos los meses”. “Pero ahora no se alquilan tantas películas”, cuenta Marcia, “ahora lo que me está sacando adelante es la venta de películas”. Dice que van unos pocos de los de siempre y, cada vez, y gracias a Dios, nuevos clientes que buscan, sobre todo, coleccionar películas, “por eso es mejor vender”, concluye.

Las plataformas están acabando con el local. La crisis de la piratería de 2005 fue un reto, pero no tiene nada que ver con esto. “Nos hemos acostumbrado a Internet, a que nos lo den todo sin levantarnos del sofá, que nos traigan la pizza a casa, que encendamos la tele y haya una película...”. “Yo no digo que las plataformas sean malas, tienen sus cosas buenas, pero no tienen ni una décima parte de lo que tengo yo aquí”.

En mayo, Marcia concedió una entrevista y prometió cerrar en seis meses si la cosa no mejoraba. Ahora, es un poco más optimista. “Tengo esperanza... el viernes y el sábado hice 200 euros cada día por primera vez en mucho tiempo. A lo mejor me puedo quedar”. De media, antes de la pandemia en un día normal hacía eso, 200 euros. Ahora, hace 50.

Vive gracias al merchandising, a haberse convertido en un punto de acceso de recogida y envío de paquetes y a prestarle la parte de atrás de la tienda a unos chicos del barrio que revelan allí sus fotos. “No se lo alquilo, ellos son buenos chicos, me ayudan con las cosas de la tienda y con las redes sociales”. Está ahorrando porque en navidad quiere comprar camisetas oficiales del mayor estudio de producción y distribución de películas de Japón. “Nadie en España las vende y cuando pude comprarlas el invierno pasado volaron enseguida, pero claro, tengo que juntar un poquito para que me las traigan”.

Marcia lleva 20 años en España pero nació en Bolivia, “soy española”, dice. El Ayuntamiento no le da ninguna ayuda. Ha tenido la reducción de la tasa de autónomos que han tenido todos, pero ya se ha acabado. “Este sitio debería ser un bien cultural. Si yo cierro esto, ¿qué pasa con las películas? Me quedo las que me gusten y las que no, ¿las guardo en el trastero? ¿Las tiro? Es una pena”. Dice que su videoclub es como un museo, pero mejor porque “en un museo no te puedes llevar las obras de arte. Aquí sí, te las llevas y las disfrutas en tu casa”. Marcia se niega a perder el trato con los clientes, la tertulia comentando las cintas, la experiencia de ver una película que has buscado y que te apetece ver. “El cine es el único momento del día en el que los problemas son de otro, otro va a buscar la solución, tú no, tú no tienes que hacer nada”. Es una romántica y tiene toda la razón.

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