Las imágenes del Puntal, en Cantabria, reabren el debate sobre los límites de la fiesta y la presión turística
Cientos de jóvenes colapsaron este sábado la playa del Puntal, obligando a cerrar el chiringuito y dejando el arenal lleno de basura. El alcalde de Ribamontán al Mar admite que la situación fue “tremenda”

Voz de Francisco Asón, alcalde de Ribamontán al Mar
Santander - Publicado el - Actualizado
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El último sábado de la Semana Grande ha vuelto a dejar imágenes que ya empiezan a ser demasiado habituales en Cantabria. Esta vez el foco estuvo en la playa del Puntal, en el municipio de Ribamontán al Mar, donde cientos de jóvenes colapsaron el arenal para montar su propia fiesta. Música, alcohol, aglomeraciones… y un resultado que no ha dejado indiferente a nadie.
La escena se repite por segundo año consecutivo, con el mismo patrón: aprovechando el buen tiempo y el tirón de las fiestas de Santander, grupos cada vez más numerosos se desplazan al Puntal, muchos de ellos en las lanchas que cruzan la bahía desde la capital. El sábado, la situación se desbordó por completo. Reflejo de ello fueron muchos perfiles de redes sociales como El Tomavistas, que daban cuenta de lo sucedido.
“Era tremendo verles venir”
El que lo describe con claridad es Francisco Asón, alcalde de Ribamontán al Mar. En declaraciones a COPE, no se anduvo con rodeos: “Era tremendo verles venir, una marabunta. La situación ha sido terrible y no sé cómo se va a poder controlar esto sin apoyo de la Guardia Civil”.
Asón reconoce que el Ayuntamiento no tiene medios suficientes para afrontar algo así: “Tenemos tres policías más los auxiliares que contratamos… con eso no se puede hacer nada. Si no hay un refuerzo serio, no hay forma de evitarlo”.
Tampoco se trata de un problema nuevo. El alcalde recuerda que ya el año pasado pidieron ayuda, y esta semana volverán a sentarse con el Gobierno de Cantabria para buscar soluciones. “Hablamos en su momento, pero no ha sido nada efectivo. Esta vez tenemos que ver qué se puede hacer de verdad, porque así no se puede seguir”, apunta.
Un cierre obligado y toneladas de basura
Uno de los episodios más llamativos del día fue el cierre anticipado del histórico chiringuito del Puntal, que lleva más de 60 años sirviendo a vecinos y visitantes. Su responsable, Ricardo Tricio, se vio obligado a cerrar a las seis de la tarde, incapaz de controlar lo que estaba ocurriendo a su alrededor.
“Había demasiada gente, demasiado alcohol, demasiada presión. No podíamos seguir así”, explicaba. Al día siguiente, la playa apareció llena de residuos, con imágenes de botellas, bolsas, cristales y latas desperdigadas por toda la duna.
“¿Y quién se hace cargo de eso?”, decía el alcalde. “Pues el Ayuntamiento, claro. ¿De quién va a ser?”. Aunque no se ha calculado cuántos kilos de basura se recogieron, Asón admite que las imágenes metían miedo y que hay zonas especialmente sensibles del Puntal que pueden tardar semanas en recuperarse.
Además, recuerda que este entorno natural cuenta con proyectos de regeneración en marcha, lo que hace que estos episodios de masificación resulten aún más preocupantes. “¿Cómo regeneras una duna pisoteada por cientos de personas?”, se pregunta.

Plaza de Cañadio tras el fin de semana de fiesta
También en Cañadío
Lo del Puntal no fue un caso aislado. En el centro de Santander, especialmente en la plaza de Cañadío, también se vivieron escenas de aglomeraciones, ruido y botellones que han generado malestar en algunos vecinos. Los servicios de limpieza trabajaron a contrarreloj durante varias madrugadas, pero el problema de fondo —la masificación y el consumo descontrolado— sigue sin resolverse.
Lo cierto es que la Semana Grande 2025 ha sido un éxito de público. Más de 70.000 personas pasaron por los conciertos de la Campa de La Magdalena, y la ocupación hotelera rozó el 91 % el fin de semana. Todo eso está muy bien, pero cuando el turismo desborda ciertos lugares —como el Puntal o el propio centro de la ciudad—, quizá es momento de preguntarse si algo se nos está yendo de las manos.
Lo que está claro es que no se trata de ir contra la fiesta ni contra el turismo, pero sí de asumir que hay sitios que no aguantan más si no hay un mínimo de control. Porque ni las playas se limpian solas ni los vecinos tienen por qué aguantarlo todo. Y esto, más pronto que tarde, habrá que gestionarlo de otra manera.