Carta Pastoral para el curso 2025-2026

Los mártires del siglo XX en Guadix: desde San Torcuato, una Iglesia diocesana fuerte en la Esperanza de Cristo

Carta pastoral del curso 2025-26

Carta pastoral del curso 2025-26

Redacción COPE Guadix

Guadix - Publicado el

57 min lectura

Los mártires del siglo XX en Guadix: desde San Torcuato, una Iglesia diocesana fuerte en la Esperanza de Cristo

Carta Pastoral para el curso 2025-2026

Francisco Jesús Orozco Mengíbar

Obispo de Guadix

1. Introducción: «Estad siempre alegres en la esperanza» (Rm12,12)

Queridos hijos e hijas de la Iglesia de Guadix, acojamos las palabras del apóstol San Pablo: «Alegraos en la esperanza, sed pacientes en la tribulación, perseverad en la oración» (Rm 12,12). Comenzamos un nuevo curso pastoral en la alegría del año santo jubilar de la Esperanza, que celebra 2025 años del nacimiento de Jesucristo. En esa dilatada historia de salvación está, desde el siglo I, la vida de nuestra diócesis, Prima sedes hispaniae, que se enriquece con un capítulo más en este 2025-2026 que el Señor nos regala. La Providencia ha querido que confluyan acentos, acontecimientos de gracia que marcarán nuestra vida eclesial:

1.1. Acentos providenciales del curso

a) La apertura de la causa de canonización de nuestros mártires del siglo XX, los siervos de Dios Avelino Aguilera Huertas y 50 compañeros mártires. Ellos son testigos privilegiados de nuestra fe, hombres y mujeres que en nuestra tierra dieron testimonio de Cristo hasta derramar su sangre.

b) La puesta en marcha de una pastoral vocacional urgente y renovada, que responda con decisión al desafío de suscitar y acompañar nuevas vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.

c) La celebración del Año Santo de la Esperanza, convocado por el Papa Francisco y continuado por el Papa León XIV, que nos llama a redescubrir esta virtud teologal como fuerza transformadora de nuestras vidas y de nuestra sociedad.

d) El inicio de una nueva Visita Pastoral, en la que recorreré todos los rincones de nuestra diócesis para escuchar, acompañar y animar a cada comunidad.

1.2. Me gustaría que estas cuatro prioridades impregnen toda nuestra acción pastoral, pero también deseo que las vivamos en continuidad con las líneas que ya hemos ido desarrollando en los últimos años: la misión

permanente, la comunión eclesial, la formación y envío de los laicos, la atención a la familia y a la vida, y la evangelización de los jóvenes.

1.3. La Esperanza será el hilo conductor que unirá todas estas dimensiones. No una esperanza superficial, sino aquella que, como enseña San Pablo, no defrauda porque se apoya en el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo (cf. Rm 5,5). El Papa León XIV, en la Audiencia General del miércoles 27 de agosto de 2025, nos ha recordado que «la esperanza cristiana no es evasión sino decisión. Esta actitud es fruto de una profunda oración en la que no se pide a Dios que nos libre del sufrimiento, sino que nos dé la fuerza para perseverar en el amor, conscientes de que la vida ofrecida libremente por amor nadie nos la puede quitar».

Nuestra diócesis conoce bien lo que significa vivir de la esperanza: generaciones enteras han mantenido la fe en medio de dificultades, pobrezas y persecuciones, dándonos identidad martirial. Hoy somos herederos de esa fe probada y estamos llamados a transmitirla a las nuevas generaciones con alegría y audacia.

Como pastor vuestro, me siento enviado con vosotros y entre vosotros como testigo y servidor de la esperanza que nace del Evangelio. Antes de desarrollar las otras prioridades, quiero detenerme en la que considero la urgencia pastoral más grande en este tiempo y en nuestra diócesis: la pastoral vocacional.

2. La urgencia de la pastoral vocacional de vocaciones de especial consagración: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies» (Mt 9,37-38).

Estas palabras de Jesús, pronunciadas al contemplar a las multitudes «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36), resuenan con especial fuerza en nuestro corazón de pastores y en toda la comunidad diocesana.

El Congreso Nacional de Pastoral Vocacional, «Iglesia, asamblea de llamados para la misión», celebrado en Madrid del 7 al 9 de febrero de 2025, enfatizó que todos los cristianos tenemos vocación, somos vocacionados, porque hemos sido llamados en el bautismo. Tener vocación es sinónimo de ser cristiano y es mucha la belleza de la pluralidad de vocaciones en la Iglesia: vocaciones laicales, en la familia y en el matrimonio, en todos los campos de la vida social, cultural, económica y política. Y entre estas, están las vocaciones de especial consagración al sacerdocio, a la vida consagrada activa y contemplativa y a la misión «ad gentes», a las que me refiero en este momento en esta carta pastoral.

La vocación sacerdotal y consagrada no es un lujo para la Iglesia, sino una necesidad esencial. No podemos caer en la falsa concepción de que promocionando los ministerios laicales ya no serían necesarios los sacerdotes. Estas falsas ideas devalúan el orden sacerdotal y no dan el espacio eclesial justo y verdadero a la imprescindible tarea y vocación de los laicos. Sin sacerdotes, la Iglesia no tiene Eucaristía, ni puede proclamar con autoridad la Palabra, ni ofrecer el perdón sacramental. Sin vida consagrada, la Iglesia pierde el testimonio profético de la entrega total a Dios y a los hermanos. Los sacerdotes y la vida consagrada son necesarios en la Iglesia y han sido instituidos, por tanto queridos por Cristo, al fundar la Iglesia.

San Juan Pablo II, en Pastores dabo vobis 1, lo expresó con claridad: «Cristo confía a los apóstoles y a sus sucesores la tarea de hacer presente, a través de los siglos, su misma persona y su obra de salvación. Sin sacerdotes, esta presencia sacramental de Cristo no podría realizarse en medio del mundo».

Nuestra diócesis ha recibido en los últimos años el don de nuevas ordenaciones sacerdotales, fruto de la oración y del acompañamiento constante. Contamos con seminaristas en formación en el Seminario Mayor San Torcuato y con adolescentes en el Seminario Menor en Familias. Pero no podemos ignorar que el relevo generacional del clero es un desafío real y urgente. Ciertamente necesitamos más sacerdotes para servir mejor cada comunidad y las diversas realidades pastorales de la diócesis.

El Papa León XIV, en el primer Ángelus de su pontificado (11 de mayo de 2025), nos exhorta con palabras que quiero hacer mías: «Es importante que los jóvenes encuentren en nuestras comunida-des: acogida, escucha, estímulo en su camino vocacional, y que puedan contar con modelos creíbles de entrega generosa a Dios y a sus hermanos».

No basta lamentar la escasez de vocaciones. La pastoral vocacional no es tarea delegable, sino responsabilidad de toda la comunidad. Allí donde un joven percibe que es escuchado, acompañado y amado, puede abrirse a la voz de Dios que llama.

Os invito este curso 2025-2026 a fortalecer esta urgencia en nuestra vida diocesana, con un año de oración, discernimiento y compromiso vocacional a todos los niveles y en todas nuestras actividades pastorales.

2.1. Oración perseverante por las vocaciones: «Pedid y recibiréis» (Mt 7,7)

Todo comienza en la oración. Nosotros creemos en el poder de la petición y en la fuerza del Espíritu Santo. La vocación es un don de Dios, y por tanto se pide. La prioridad oracional en la urgencia por las vocaciones consagradas, nos recuerda que el protagonismo es de la Gracia, del Señor que nunca abandona a su pueblo. No es una frase piadosa, es la enseñanza directa de Jesús, «rogad al Señor de la mies...». En nuestras parroquias, comunidades religiosas, grupos y familias, debemos incentivar un momento estable de oración por las vocaciones.

Como se hace en algunas de nuestras parroquias y comunidades, propongo que cada jueves, día eucarístico por excelencia, se exponga el Santísimo Sacramento, al menos una hora, para pedir por las vocaciones sacerdotales y la vida consagrada. Allí donde no sea posible por falta de sacerdote, promocionemos a los ministros extraordinarios de la comunión, que pueden hacer una celebración de la Palabra con esta intención.

Recuperemos también la oración por las vocaciones en la Misa dominical y en la oración de los fieles cada día, así como los jueves sacerdotales ante el Santísimo para rezar por esta intención. La comunidad entera debe sentirse implicada en esta petición, que no es sólo para unos pocos «interesados», sino para todo el Pueblo de Dios.

2.2. Acompañamiento personal

La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada no nace en el vacío ni de la nada. Dios llama en medio de una historia concreta, de una comunidad viva, de relaciones significativas. Pero esa llamada necesita ser acompañada, fortalecida e interpelada en todos los ámbitos donde el cristiano peregrina.

Pido a todos los sacerdotes, catequistas, responsables de grupos, a las hermandades y cofradías, a los profesores de Religión, a los padres cristianos, que estén atentos a los signos vocacionales en niños, adolescentes y jóvenes: el gusto por la oración, la cercanía al altar, el interés por servir y ayudar a los demás, la capacidad de escucha y de entrega. Cuando identifiquemos a un niño o joven con estas señales, no tengamos miedo ni complejo de proponerle explícitamente la posibilidad de que Dios le llame al sacerdocio o a la vida consagrada. No imponemos nada, pero tampoco podemos callar por temor.

La propuesta debe ir acompañada de un acompañamiento personal, que ayude al joven a discernir con libertad y profundidad. Aquí es clave el trabajo de la Delegación de Pastoral Vocacional y de Juventud, pero también la implicación de cada párroco, de cada comunidad y de cada familia.

2.3. Testimonio alegre

La vocación se contagia por atracción, no por obligación. Los jóvenes no se mueven por discursos abstractos, sino por testimonios concretos de vida entregada y feliz.

Pido a nuestros sacerdotes y consagrados que no escondan su alegría vocacional. Que hablen de su llamada en homilías, encuentros, catequesis. Estos testimonios son cruciales en la promoción de las vocaciones de especial consagración. Que muestren con su vida que seguir a Cristo en el sacerdocio o en la vida consagrada es una aventura apasionante, que no hay contradicción entre vivir en este momento de la historia y ser sacerdote o consagrado en la vida religiosa.

La presencia de la vida consagrada en nuestra diócesis es un precioso estímulo para que muchos puedan encontrar en ellos respuestas al sentido de su vida y para dedicar sus vidas en el servicio a los hombres en alguno de los preciosos carismas que encarnan nuestros queridos consagrados. Seguimos creciendo y pronto tendremos presencia de vida consagrada en Face Retama, en Castril y en el arciprestazgo del Marquesado.

También las familias tienen un papel crucial. En un hogar donde se vive la fe con naturalidad y alegría, donde se reza juntos, donde se habla bien de los sacerdotes y se valora la vida consagrada, es más fácil que surja una vocación. Invito a las familias, especialmente a los padres y abuelos, a ser testigos de la alegría que se experimenta si el Señor se fija en uno de sus miembros para tan precioso servicio en la Iglesia.

2.4. Recuperar el valor del servicio en el altar: los monaguillos.

La experiencia demuestra que muchos sacerdotes descubrieron su vocación siendo monaguillos. Estar cerca del altar, participar en la liturgia, aprender a amar la Eucaristía, son semillas preciosas.

Invito a todas las parroquias a formar grupos de monaguillos y a acompañarlos, a cuidar su formación espiritual y litúrgica. Que no sean sólo «ayudantes» del sacerdote, sino pequeños discípulos que aprenden a servir al Señor. Pongámosles en contacto con el equipo de pastoral vocacional de la Diócesis y con el Seminario diocesano. Y hagámosles una llamada explícita para el sacerdocio y la vida consagrada, pues, a veces, no saben que existen lugares y personas concretas para acompañarlos en esta vocación.

Este año hemos celebrado el 75 aniversario de la refundación de los seises de nuestra Catedral. Gracias al buen hacer de su director, hemos vivido un año de celebraciones litúrgicas, culturales y festivas que nos ayudan a dar gracias por esta institución diocesana tan querida y que clausuraremos el ocho de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción. Hemos

celebrado en Guadix el I Congreso Nacional de Seises que dará muchos frutos para seguir haciendo de estos niños danzantes en España y en nuestra diócesis, lo que fueron a lo largo de su dilatada historia. Conectados con los Niños Cantores de la Escolanía de la Catedral, sigamos trabajando para que estos niños y niñas sean también fermento de vocaciones consagradas en nuestra Iglesia diocesana.

2.5. Crear una cultura vocacional

La pastoral vocacional no se reduce a organizar actividades puntuales. Necesitamos crear un clima vocacional en toda la diócesis; que hablar de vocaciones sea algo normal, que proponerlo no resulte extraño, que todos sintamos que es responsabilidad nuestra. Esto implica para los sacerdotes, predicar constantemente sobre la vocación al sacerdocio y a la vida consagrada; para los catequistas y responsables de grupos, incorporar transversalmente el tema en catequesis y encuentros, así como en los momentos litúrgicos y encuentros de oración. Especialmente, invito a las Juntas de Gobierno de nuestras Hermandades y Cofradías a estar en contacto con el equipo de pastoral vocacional, para conectar e integrar a los niños, adolescentes y jóvenes en esta cultura vocacional.

Nos ayudará visibilizar a los seminaristas en las celebraciones diocesanas. Organizar convivencias y encuentros vocacionales constantes y transversalmente presentes en la vida diocesana.

Pido, especialmente al Rector, formadores y seminaristas, que se recorran toda la diócesis testimoniando y dando a conocer la alegría de ser sacerdotes y contactando con los adolescentes y jóvenes en las catequesis, en los grupos juveniles y en las clases de Religión.

El futuro de nuestra diócesis depende, en gran parte, de nuestra capacidad para suscitar y acompañar vocaciones, colaborando con la iniciativa de Dios. No se trata de «salvar la institución», sino de garantizar que el Evangelio siga siendo anunciado y que la Eucaristía siga alimentando a nuestras comunidades. La Esperanza que no defrauda nos invita a mirar más allá de lo inmediato; amemos el futuro de Dios en nuestra diócesis trabajando con seriedad por las vocaciones consagradas. Cuando una comunidad deja de orar y trabajar por las vocaciones, empieza a morir espiritualmente, aunque conserve actividades y estructuras. La vocación es signo de que Dios sigue llamando y su pueblo sigue escuchando.

El Papa León XIV lo ha dicho con fuerza en el discurso a los sacerdotes, el 26 de junio de 2025: «A pesar de los signos de crisis que atraviesan la vida y la misión de los presbíteros, Dios sigue llamando y permanece fiel a sus promesas. Es necesario que haya espacios adecuados para escuchar su voz.

Por eso son importantes los ambientes y las formas de pastoral juvenil impregnadas del Evangelio, donde puedan manifestarse y madurar las vocaciones a la entrega total de sí. ¡Tengan el valor de hacer propuestas fuertes y liberadoras! Al mirar a los jóvenes que en nuestro tiempo dicen su generoso «aquí estoy» al Señor, todos sentimos la necesidad de renovar nuestro «sí», de redescubrir la belleza de ser discípulos misioneros en el seguimiento de Cristo, el Buen Pastor».

Hablar de las vocaciones de especial consagración, es hablar del cuidado y la atención personal de la fraternidad sacerdotal, de la ayuda mutua entre los que hemos recibido el don del sacerdocio. Cuidémonos unos a otros, especialmente estando atentos a quienes pasen por alguna dificultad, crisis personal o enfermedad. Los sacerdotes mayores y enfermos han de ser prioridad en nuestra atención fraterna y preocupación pastoral, por parte de todos. La casa sacerdotal «San Juan de Ávila» es el lugar diocesano para cuidar a los más solos y enfermos. Quienes han decidido vivir en ella, han experimentado la alegría de estar en su propia casa, en un hogar donde son los protagonistas de todos los cuidados, gracias a la ternura y cercanía, además de profesionalidad técnica, con las que las religiosas de Marta y María sirven en la casa.

Hagamos, pues, de este curso un tiempo de siembra generosa y confiada. Aunque no veamos el fruto inmediato, sabemos que «Dios no se deja ganar en generosidad» (cf. Lc 6,38).

3. Apertura de la causa de los mártires del siglo XX en Guadix: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma» (Mt 10,28).

Este año 2025 pasará a la historia de nuestra diócesis por un acontecimiento de enorme trascendencia espiritual: la apertura de la causa de canonización de los Siervos de Dios Avelino Aguilera Huertas y 50 compañeros mártires, sacerdotes, seminaristas y laicos que, en los años de la persecución religiosa en España el siglo pasado, dieron su vida por amor a Cristo y a la Iglesia.

Esta causa no es un acto puramente administrativo ni un ejercicio de arqueología eclesial; no tiene que ver con opciones políticas ni con posicionamientos ideológicos. Es un acontecimiento de gracia que nos sitúa ante la raíz misma del Evangelio: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).

3.1. ¿Quiénes son nuestros mártires?

Avelino Aguilera Huertas, sacerdote diocesano, y sus compañeros —cincuenta en total— vivieron su fe en tiempos de tensión social y política, pero murieron únicamente por su condición de cristianos. Algunos eran párrocos de pequeños pueblos, otros jóvenes seminaristas que apenas iniciaban su formación, otros laicos comprometidos con la vida parroquial y las obras de caridad. No eran héroes de novela. Eran personas de carne y hueso, con debilidades y virtudes, que en un momento decisivo confesaron a Cristo hasta el final. Como el apóstol Pablo, pudieron decir: «He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe» (2Tm 4,7). No se acomplejaron ni escondieron su fe, no se dejaron intimidar ni sucumbieron a las ofertas apóstatas, no vendieron el amor a Cristo ni siquiera por salvar sus propias vidas.

La investigación histórica y testimonial que ha precedido a esta apertura de la causa nos ha permitido conocer detalles de sus vidas; y ahora, en este momento de la causa, el testimonio de los testigos y de los familiares, de quienes oyeron directamente sus martirios de testigos oculares y de sus coetáneos, nos revelan una fe fuerte, auténtica y comprometida:

• Sacerdotes que, pudiendo huir, decidieron quedarse junto a sus feligreses para no abandonarlos.

• Seminaristas que rechazaron negar su fe aun bajo amenazas y torturas.

• Laicos que, por llevar un crucifijo o participar en una procesión, por ser asiduos de la parroquia o amigos de los sacerdotes, fueron apresados y ejecutados.

Su memoria no nos pertenece sólo a nosotros, pertenece a toda la Iglesia. Pero nosotros tenemos la responsabilidad particular de custodiarla, celebrarla y transmitirla, siendo garantes de la verdadera memoria de nuestra historia y de nuestra fe.

3.2. El sentido del martirio

La palabra «mártir» significa testigo. El martirio no es, ante todo, una derrota o un fracaso, sino una victoria del amor. El Concilio Vaticano II, en Lumen gentium 42, enseña: «El martirio, por el cual el discípulo se asemeja al Maestro que aceptó libremente la muerte por la salvación del mundo, y se conforma con Él derramando su sangre, es tenido por la Iglesia como don insigne y prueba suprema de amor». El mártir no es un fanático ni un buscador de sufrimiento. Es un discípulo que ha aprendido del Maestro a amar hasta el extremo. En su muerte, el mártir anuncia la vida y la autenticidad de su amor.

El Papa León XIV, en su homilía de la conmemoración de los mártires y testigos de la fe del siglo XXI en la Basílica de San Pablo Extramuros (14 de septiembre de 2025), afirmó: «Celebramos la esperanza de estos valientes

testigos de la fe. Es una esperanza llena de inmortalidad, porque su martirio sigue difundiendo el Evangelio en un mundo marcado por el odio, la violencia y la guerra; es una esperanza llena de inmortalidad, porque, aunque fueron asesinados en el cuerpo, nadie podrá apagar su voz ni borrar el amor que donaron; es una esperanza llena de inmortalidad, porque su testimonio permanece como profecía de la victoria del bien sobre el mal».

Nuestros mártires nos enseñan que la fe no es una teoría que se guarda en la intimidad, sino una convicción que transforma la vida entera y que, en circunstancias extremas, puede exigir el don total de uno mismo.

3.3. Una causa que nos evangeliza

Abrir la causa de canonización no es un gesto para «honrar el pasado», sino una oportunidad para dejarnos evangelizar por el testimonio de quienes nos han precedido en la fe.

En este sentido, propongo que durante todo este curso:

• Cada parroquia dedique catequesis o meditaciones a la vida de los mártires de Guadix.

• Los colegios católicos incluyan en sus actividades formativas el conocimiento de estos testigos.

• Cáritas y los movimientos apostólicos tomen su ejemplo de caridad como inspiración para el servicio.

Además, invito a que cada familia tenga en casa, junto a la Biblia y a alguna imagen de la Virgen, un pequeño recordatorio de nuestros mártires y la oración que hemos hecho en la diócesis para encomendar esta causa, para que su memoria se transmita de generación en generación.

3.4. El martirio hoy

Puede parecer que el martirio es algo lejano, propio de épocas de persecución abierta. Sin embargo, la realidad nos dice lo contrario. El Papa Francisco nos recordó constantemente que vivimos «una época de martirio más numerosa que la de los primeros siglos» (Homilía, 26-IV-2017).

La institución pontificia «Ayuda a la Iglesia necesitada» nos acerca constantemente las historias actuales de miles de cristianos que son perseguidos en distintos países sólo a causa de su fe. No todos mueren físicamente, pero muchos sufren discriminación, violencia, expulsión o cárcel por su fe. El testimonio de nuestros mártires nos ayuda a sentirnos unidos a ellos y a orar por la Iglesia perseguida en todo el mundo.

La sangre de los mártires de hoy se mezcla con la de los mártires de ayer. No hay distancia en el amor de Cristo. Su testimonio nos llama a vivir con valentía el Evangelio, incluso en contextos hostiles.

El Papa León XIV, en su homilía del 14 de septiembre de 2025, dijo: «Han testimoniado la fe sin usar jamás las armas de la fuerza ni de la violencia, sino abrazando la débil y mansa fuerza del Evangelio, según las palabras del apóstol Pablo: «Más bien, me gloriaré de todo corazón en mi debilidad, para que resida en mí el poder de Cristo. […] Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Co 12,9-10)».

3.5. Frutos esperados de esta causa

Espero y deseo que la apertura de esta causa produzca frutos abundantes en nuestra diócesis:

• Conversión personal: que cada uno se pregunte qué lugar ocupa Cristo en su vida.

• Aumento de vocaciones: que el ejemplo de jóvenes que dieron su vida por Cristo suscite nuevas respuestas generosas.

• Unidad diocesana: que la memoria común de nuestros mártires nos una más allá de diferencias y divisiones.

Pido que, durante todo este curso, en cada Eucaristía dominical, en las preces, se incluya una intención por el buen desarrollo de esta causa y por los frutos espirituales que de ella esperamos.

3.6. Una llamada a la imitación

No todos estamos llamados al martirio de sangre, pero sí al martirio cotidiano de la fidelidad en lo pequeño, de la entrega silenciosa, de la coherencia en un mundo que muchas veces vive de espaldas a Dios.

San Ignacio de Antioquía, camino del martirio en Roma, escribió: «Dejadme ser pasto de las fieras, pues así alcanzaré a Dios. Soy trigo de Cristo y he de ser molido por los dientes de las fieras para ser hallado pan puro» (Carta a los Romanos 4).

Para nosotros, ese «ser trigo» significa mantener la fe en medio de la indiferencia o la burla; defender la vida y la dignidad humana desde el inicio de su concepción natural hasta su ocaso igualmente natural, aunque vayamos contra corriente; ser honestos en el trabajo, aunque eso suponga perder beneficios y ser ridiculizados; no renunciar nunca a la búsqueda de la verdad y de los principios que sustentan la dignidad creacional y del ser humano, a la luz de la revelación cristiana y del magisterio de la Iglesia, así como de los latidos de la doctrina social de la Iglesia.

Nuestros mártires nos enseñan que vale la pena perderlo todo antes que perder a Cristo, que la Verdad padece pero no perece.

3.7. Un signo de esperanza para la diócesis

La apertura de esta causa, en el marco del Año de la Esperanza, es un signo providencial. Nos recuerda que, aunque los tiempos sean difíciles, la fidelidad a Cristo es posible.

La canonización no es un premio póstumo, sino el reconocimiento de que Dios ha actuado en una persona y que su vida es un Evangelio vivo. Al proclamar santos a los mártires, la Iglesia proclama la victoria de Cristo sobre el odio y la muerte.

El Papa León XIV lo resumió bellamente en su homilía del 14 de septiembre de 2025: «Estos audaces servidores del Evangelio y mártires de la fe, «son como un gran cuadro de la humanidad cristiana […]. Un mural del Evangelio de las Bienaventuranzas, vivido hasta el derramamiento de la sangre»».

Queridos diocesanos: que el testimonio de Avelino Aguilera Huertas y sus compañeros sea para nosotros un faro en medio de la noche, que nos guíe hacia una fe más viva, una caridad más activa y una esperanza más firme. No tengamos miedo de vivir con autenticidad nuestra fe en medio de las dificultades y las llamadas del demonio a vivir con tibieza y mediocridad nuestro amor al Señor. Pidamos su intercesión para que nuestra diócesis sea tierra fecunda en vocaciones, en santidad y en compromiso misionero. Y preparémonos para celebrar con gratitud y alegría cada paso de esta causa, sabiendo que ellos ya nos acompañan desde el cielo.

4. El Año de la Esperanza: «Spes non confundit», «La esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).

El Año Santo de la Esperanza es, sin duda, un regalo providencial para la Iglesia universal y para nuestra diócesis. En un tiempo en el que tantas personas viven con la mirada baja, atrapadas por la incertidumbre, el pesimismo, la soledad o el miedo, la Iglesia nos invita a levantar la cabeza y fijar la mirada en Cristo, nuestra esperanza (cf. Hb 12,2).

El latido de este Jubileo, «Spes non confundit» («La esperanza no defrauda»), tomado de San Pablo, condensa toda la teología y espiritualidad de este año. Somos peregrinos de la Esperanza. No se trata de una frase optimista ni de un eslogan motivacional, sino de una promesa divina: quien pone su confianza en el Señor nunca queda confundido ni abandonado.

4.1. ¿Qué es la esperanza cristiana?

Para comprender la fuerza de este Año Santo, hemos de redescubrir el verdadero sentido de la esperanza cristiana. El Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1817) nos enseña: «La esperanza es la virtud teologal por la que

aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo».

Esto significa que la esperanza no es un sentimiento pasajero ni una expectativa incierta, sino una virtud que Dios infunde en nosotros para orientarnos hacia la meta definitiva: vivir para siempre con Él.

San Agustín lo expresaba con bellísima claridad: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, I,1). El Papa Francisco, en la bula con la que convocaba el jubileo, Spes non confundit (8 de diciembre de 2024), nos exhorta así: «En un mundo que promete mucho y cumple poco, el cristiano debe ser signo vivo de la esperanza que no engaña. No porque todo le salga bien, sino porque sabe en quién ha puesto su confianza».

4.2. Esperanza frente a la desesperanza

Vivimos tiempos de paradoja: nunca hemos tenido tantas posibilidades técnicas y materiales, y, sin embargo, nunca han sido tan altas las tasas de suicidio, depresión y ansiedad. El hombre contemporáneo, privado de sentido trascendente, experimenta una soledad que no puede llenarse con bienes de consumo. El profeta Jeremías ya advertía: «Maldito el hombre que confía en el hombre, que busca su fuerza en la carne y aparta su corazón del Señor» (Jr 17,5).

La esperanza cristiana no niega las dificultades, pero las ilumina con la certeza de que Dios escribe recto incluso con renglones torcidos. Es la esperanza del salmista que, en medio de la noche, canta: «Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz» (Sal 130,1).

4.3. Tres dimensiones de la esperanza en la vida cristiana

a) Esperanza escatológica

Es la que mira al Cielo, nuestra meta final. Como dice San Pablo: «Nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo» (Flp 3,20).

b) Esperanza histórica

Es la que se compromete con el presente, trabajando por un mundo más justo. No es esperar con los brazos cruzados, sino transformar la realidad desde la fe: «Galileos, ¿por qué estáis ahí mirando al cielo? Este Jesús, que ha sido arrebatado de entre vosotros al cielo, volverá como lo habéis visto ir al cielo» (Hch. 1,11).

c) Esperanza personal

Es la que sostiene en los momentos de prueba: la certeza de que Dios me ama y me acompaña incluso en el dolor.

Podemos sintetizar estas tres dimensiones diciendo que esperamos en el Cielo, trabajamos en la tierra y caminamos cada día tomados de la mano de Dios. El Papa León XIV, en la Audiencia del 17 de septiembre de 2025, nos dijo que «la verdadera alegría nace de la espera habitada, de la fe paciente, de la esperanza que cuanto ha vivido en el amor, ciertamente, resurgirá a la vida eterna».

4.4. Vivir el Año de la Esperanza en nuestra diócesis

Este Jubileo no está siendo un evento más en el calendario, sino un itinerario espiritual que transforma nuestras comunidades. Sigamos viviendo con intensidad este júbilo:

4.4.1. Peregrinemos a los templos jubilares, la Catedral de Guadix, y a Face Retama, lugar del martirio de San Torcuato. Peregrinar a los templos jubilares como momentos de oración, confesión y celebración de la Eucaristía.

4.4.2. Confesión sacramental: El perdón de Dios es fuente de esperanza. Invito a que se amplíen los horarios de confesiones y que se ofrezcan celebraciones penitenciales comunitarias.

4.4.3. Obras de misericordia, corporales y espirituales: dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar enfermos y presos, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, orar por vivos y difuntos. Cada parroquia podría escoger al menos una obra corporal y una espiritual para vivir con especial intensidad este año.

4.4.4. Catequesis sobre la esperanza en los encuentros con niños, grupos de jóvenes y adultos, y en la formación de agentes de pastoral. El objetivo es redescubrir esta virtud y aplicarla a la vida cotidiana.

4.5. La Virgen María, Madre de la Esperanza

No podemos hablar de esperanza sin mirar a María. Ella, en la Anunciación, creyó contra toda evidencia; en el Calvario, permaneció de pie; en Pentecostés, perseveró en oración con los discípulos. San Bernardo la llama «Estrella del Mar» porque, como los marineros miran la estrella para orientarse, los cristianos miramos a María para no perdernos en la noche.

María, Madre de la Esperanza, enséñanos a confiar como tú, a esperar como tú, a amar como tú. Sé nuestra guía en el camino hacia Cristo, nuestra meta y nuestra paz.

4.6. Esperanza y misión

La esperanza no se guarda en un cajón, se comparte. En un mundo sediento de sentido, nuestra misión es ser testigos de la esperanza. Como dice San Pedro: «Estad siempre dispuestos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pida» (1Pe 3,15).

Esto implica hablar de nuestra fe con alegría, servir a los demás sin esperar recompensa, no ceder al pesimismo ni al derrotismo.

La esperanza es profundamente misionera porque atrae. Un cristiano esperanzado es un anuncio viviente del Evangelio.

Queridos hermanos: que este Año de la Esperanza sea para nosotros un tiempo de gracia, de conversión y de misión. Caminemos juntos hacia la meta, con la certeza de que Cristo resucitado es nuestra esperanza y vive para siempre. Seamos misioneros de la Esperanza con pequeños gestos entre los que nos rodean.

El domingo 28 de diciembre, en la Fiesta litúrgica de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, como nos indicaba la bula Spes non confundit, clausuraremos en nuestra Catedral el Año santo jubilar de la Esperanza con la celebración de la Santa Eucaristía en la que daremos gracias por tantos dones recibidos. Así mismo lo haremos, durante el tiempo de Navidad, en la ermita de San Torcuato en Face Retama, templo jubilar diocesano, junto a nuestra Catedral. Nos uniremos también, en la ciudad del Vaticano, al Papa León XIV el 6 de enero de 2026 con el cierre de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.

5. La nueva Visita Pastoral: «Conozco a mis ovejas y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre» (Jn 10,14-15).

En este curso 2025-2026 iniciaremos una nueva Visita Pastoral, un momento privilegiado de comunión y renovación para toda la diócesis. El Código de Derecho Canónico (c. 396-398) nos recuerda que el obispo, como pastor propio de la diócesis, tiene el deber de visitar a los fieles para confirmarles en la fe, alentarles en la vida cristiana y conocer de cerca sus necesidades.

Esta visita no es un trámite burocrático, sino un acto profundamente pastoral: el obispo acude a cada parroquia, comunidad y realidad diocesana, como padre y hermano, para rezar con ellos, escucharlos y animarlos. Con palabras del Papa León XIV, «la visita pastoral es signo de la cercanía servicial del obispo: pastor entre su pueblo, que comparte sus alegrías y angustias y abraza a cada parroquia con la caridad de Cristo (cf. León XIV, a los nuevos obispos, 11-IX-2025). Es un abrazo de la Iglesia particular en su conjunto, que reúne a sus hijos alrededor del pastor, para discernir juntos el camino del Evangelio en esta hora de la historia.

5.1. Sentido pastoral de la Visita

La Visita Pastoral tiene tres dimensiones inseparables:

• Dimensión espiritual: es un tiempo de gracia, en el que el obispo y los fieles se fortalecen mutuamente en la fe. Como San Pablo escribía a los Romanos: «Deseo veros para comunicaros algún don espiritual que os fortalezca, o mejor, para animarnos unos a otros con la fe que compartimos» (Rm 1,11-12).

• Dimensión comunitaria: favorece el encuentro de los distintos grupos y realidades parroquiales, ayudando a que crezca la comunión entre todos.

• Dimensión misionera: es ocasión para relanzar la evangelización en la comunidad, renovando el ardor apostólico y comprometiendo a todos en la misión, a la luz de las orientaciones pastorales para toda la diócesis.

5.2. Objetivos de la Visita Pastoral

En nuestra diócesis, la Visita Pastoral no quiere ser sino un momento cercano de escucha, de estar con los sacerdotes, con los consagrados y los laicos, oírlos despacio, en el lugar donde cada día se entregan y viven la alegría del servicio, donde han de hacer frente a los retos múltiples y donde a veces sufren las heridas de la entrega. Siempre es necesario seguir profundizando de primera mano en la vida real de nuestras parroquias, sus alegrías, sus desafíos, sus esperanzas y también sus límites.

5.2.1. Fortalecer la comunión: unir más a las comunidades con su obispo, con el presbiterio diocesano y con toda la Iglesia diocesana. El obispo es garante de esta comunión en la Iglesia diocesana y la necesaria vinculación a la Iglesia universal, por medio de su ministerio apostólico.

5.2.2. Impulsar la misión: ayudar a que cada parroquia asuma de nuevo su vocación misionera, no como una tarea más, sino como su razón de ser.

5.2.3. Revisar la pastoral ordinaria: liturgia, catequesis, pastoral de la caridad, formación de adultos, participación laical, libros parroquiales, economía.

5.2.4. Orar juntos: celebrar la Eucaristía, rezar el Rosario, compartir momentos de adoración e intercesión por la comunidad y con la comunidad parroquial, visitar a los enfermos.

5.3. Metodología de la Visita

Para que esta Visita Pastoral sea fecunda, seguirá un itinerario que incluya:

• Encuentro con el párroco y equipo pastoral: revisión del Plan Pastoral y de la vida parroquial.

• Reunión con los consejos parroquiales (pastoral y económico).

• Encuentro con catequistas, hermandades y cofradías y agentes de pastoral.

• Visita a enfermos y ancianos.

• Reunión con los jóvenes de la parroquia.

• Oración con las familias.

• Celebración de la Eucaristía con toda la comunidad.

Donde sea posible, la Visita incluirá también encuentros con las autoridades locales, centros educativos, asociaciones, empresas, comercios y otras realidades presentes en el municipio.

5.4. Estilo pastoral: cercanía, escucha y discernimiento. La Visita no es una auditoría ni una inspección. Es un encuentro pastoral marcado por tres actitudes:

• Cercanía: como Jesús, que se acercaba a la gente, entraba en sus casas y compartía su vida.

• Escucha: para comprender la realidad de cada comunidad.

• Discernimiento: buscando juntos, a la luz del Evangelio, qué pasos dar para crecer en santidad y misión.

El obispo es pastor cuando conoce a su pueblo, y el pueblo conoce al pastor. No se ama lo que no se conoce, ni se guía a quien no se escucha.

5.5. Frutos esperados

Pido al Señor que esta Visita Pastoral dé frutos abundantes y pueda:

• Reavivar la fe de las comunidades.

• Renovar el compromiso misionero.

• Aumentar la corresponsabilidad laical.

• Descubrir y acompañar vocaciones.

• Fortalecer la identidad diocesana, sabiendo que formamos parte de una Iglesia más grande que nuestra parroquia.

5.6. Preparación espiritual y desarrollo.

Para que la Visita dé fruto, debe ser preparada con oración, antes de la llegada del obispo. De octubre de 2025 a mayo de 2026, cada semana iré visitando una parroquia de cada arciprestazgo, alternando todas las zonas de la diócesis, en conexión con los arciprestes y los párrocos.

La Visita Pastoral es una oportunidad única para crecer en comunión y misión. Os pido que la vivamos con apertura, sabiendo que Cristo mismo visita a su pueblo a través de este encuentro: «El Señor os haga crecer y abundar en el amor de unos con otros y con todos» (1Ts 3,12).

6. Continuidad en las líneas pastorales: laicos, familia y vida, jóvenes.

La misión que el Señor nos confía no empieza de cero cada año pastoral. El Espíritu Santo actúa con paciencia y continuidad, haciendo crecer lo que sembramos, regando lo que cuidamos y fortaleciendo lo que persevera.

Nos preparamos para ir encarnando las líneas pastorales de la Iglesia en España, que prepara la Conferencia Episcopal Española. Se está elaborando el Plan Pastoral para el cuatrienio 2026-2030, basándose en el proceso del sínodo sobre la sinodalidad y las aportaciones recibidas. Este Plan, que marcará la hoja de ruta de las diócesis, ha sido discutido en diversas reuniones y se presentó en la última Asamblea Plenaria. El objetivo es avanzar en la renovación pastoral, la transparencia y la colaboración ecuménica, con énfasis en la formación de discípulos misioneros. Como puntos neurálgicos, el Plan Pastoral 2026-2030 nos da las siguientes orientaciones:

- Renovación pastoral: El plan se centra en la renovación de la acción pastoral de la Iglesia en España.

- Proceso sinodal: Se integra la perspectiva del sínodo sobre la sinodalidad para definir el rumbo de la institución.

- Transparencia y colaboración: Se promoverá una mayor transparencia y colaboración, tanto dentro de la Iglesia como en el ámbito ecuménico.

- Formación de discípulos misioneros: Se busca fortalecer la vocación de los laicos, consagrados y sacerdotes como discípulos misioneros.

Aún se están definiendo las líneas de acción concretas, pero el Plan se está construyendo sobre la base de las reflexiones de la Comisión Permanente y las aportaciones de las Comisiones Episcopales y los obispos.

Además de estos acentos y de las prioridades urgentes para este curso —pastoral vocacional, causa de los mártires, año de la Esperanza, visita pastoral-, mantendremos firmes las líneas de trabajo que ya hemos asumido en los últimos años: laicos corresponsables, familias vivas, defensa y promoción de la vida, y atención integral a los jóvenes.

6.1. Los laicos: «Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,14)

El Concilio Vaticano II, en la constitución Lumen Gentium 31, define a los fieles laicos como aquellos que, incorporados a Cristo por el bautismo, participan de su misión sacerdotal, profética y real, viviendo su vocación en medio del mundo.

El laico no es un colaborador opcional del sacerdote; es un bautizado con la misma dignidad y misión fundamental. Sin laicos activos y formados, la Iglesia no puede cumplir plenamente su misión.

En nuestra diócesis, los laicos son mayoría: catequistas, ministros extraordinarios de la comunión, voluntarios de Cáritas, miembros de hermandades y cofradías, animadores de grupos de oración, familias misioneras. Todos sois columna vertebral de la vida parroquial.

Siguiendo el itinerario que surgía del encuentro nacional de laicos, en Madrid 2020, «Pueblo de Dios en salida», continuamos poniendo énfasis en los

itinerarios propuestos para caminar juntos: primer anuncio, acompañamiento, formación y testimonio público de la fe.

En este curso, desde la Conferencia Episcopal Española se nos invita a trabajar y a implementar la necesidad del compromiso de los bautizados en el ámbito público, como antídoto del intento de algunas ideologías modernas de reducir la fe al ámbito privado. Entre las urgencias que deben acompañar la promoción de los laicos en nuestra diócesis y en la Iglesia, os animo a poner especial esfuerzo y atención en las siguientes:

• La Formación permanente: No basta con buena voluntad; la vida cristiana y la misión exige formación bíblica, doctrinal y pastoral. Impulsemos la formación de laicos en todos los arciprestazgos.

• Testimonio en la vida pública: El Evangelio no se vive en la sacristía. La Iglesia ha nacido para estar en medio del mundo llevando el Evangelio a todos los contextos. Necesitamos con urgencia laicos comprometidos en política, educación, sanidad, cultura, medios de comunicación, que sean verdadera luz en los ambientes que necesitan la verdad de Cristo. El conocimiento y promoción de la rica doctrina social de la Iglesia nos ayudará a formarnos y a conectar las realidades públicas con el testimonio y la vivencia de nuestra fe.

• Espiritualidad sólida: Participar en la Eucaristía dominical, dedicar tiempo diario a la oración, frecuentar el sacramento de la reconciliación. La misión nace de la unión con Cristo, pues Él es quien nos escoge, nos llama y nos envía a anunciarlo a todos los que nos rodean.

Aprovechemos, a todos los niveles pastorales, los medios digitales y los beneficios de estar conectados globalmente para que nuestra diócesis se beneficie de todos los aspectos positivos de esta época digital, formándonos también en los riesgos que las redes pueden traer a nuestra convivencia y a nuestra vida.

6.2. Familia y vida: «Yo he venido para que tengan vida» (Jn 10,10)

La familia cristiana es «Iglesia doméstica» (Lumen gentium, 11). Es en el hogar donde se aprende a amar, a perdonar, a rezar, a compartir, a creer. Allí nace la primera catequesis, con el testimonio de los padres y allí se hace fundamental la transmisión de la fe

Hoy la familia se ve amenazada por leyes y corrientes culturales que diluyen su identidad y relativizan el valor de la vida. Ante esto, no basta con defender principios; debemos acompañar a las familias concretas con cercanía y realismo.

El Papa Francisco, en Audiencia General del 25 de marzo de 2020, nos recordó que «la defensa de la vida no es una ideología, sino la respuesta de

amor a cada persona desde su concepción hasta su muerte natural. La Iglesia está llamada a ser casa que acoge, protege y acompaña».

La Delegación de Familia y Vida, coordinando el Consejo Diocesano de Familia y Vida, nos seguirá ayudando a dinamizar este acompañamiento a las familias. Entre las muchas urgencias destaco:

• La preparación seria al matrimonio: Ampliar los itinerarios prematrimoniales para que los novios vivan un verdadero proceso de discernimiento y formación. Aplicar los nuevos materiales de la Conferencia Episcopal Española.

• Acompañamiento de matrimonios jóvenes: Encuentros periódicos, asesoramiento y espacios para compartir experiencias y dificultades.

• Defensa activa de la vida: Apoyar iniciativas provida, ofrecer ayuda real a mujeres embarazadas en dificultad, acompañar a las familias que viven el duelo por la pérdida de un ser querido, informar sobre los cuidados paliativos y la sedación para personas en situaciones terminales.

6.3. Pastoral juvenil: «Que nadie te menosprecie por ser joven» (1Tm 4,12)

Los jóvenes no son el futuro de la Iglesia: son su presente. Acabamos de vivir esta esperanza en nuestra Diócesis de Guadix, que ha sido sede del encuentro nacional de delegados de juventud y equipos de pastoral con jóvenes de España, organizado por la Conferencia Episcopal Española. Necesitamos fortalecer nuestros vínculos con los más jóvenes, que se sientan escuchados, acompañados y desafiados a dar lo mejor de sí mismos.

El Papa León XIV, en Audiencia del 4 de junio de 2025, dijo a los jóvenes: «No esperen, sino que respondan con entusiasmo al Señor que nos llama a trabajar en su viña. ¡No lo pospongas, arremángate, porque el Señor es generoso y no te decepcionará! Trabajando en su viña, encontrarás una respuesta a esa pregunta profunda que llevas dentro: ¿qué sentido tiene mi vida?».

Cristo no llama para mañana, llama hoy. No pide una vida aburrida, sino una vida grande. No quiere espectadores, sino protagonistas.

En nuestra diócesis, pido a la Pastoral Juvenil, coordinada por el delegado diocesano de jóvenes y el Consejo Diocesano de Juventud, que debe:

• Ofrecer espacios de encuentro: fomentar en nuestras parroquias encuentros de jóvenes, así como la participación en los encuentros diocesanos, convivencias, peregrinaciones (como el Camino de Santiago), vigilias de oración, participación en las programadas por la subcomisión de infancia, adolescencia y juventud de la CEE y en las fructíferas Jornadas Mundiales de Jóvenes.

• Acompañar vocacionalmente: Todo joven tiene una vocación: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio, a la misión laical. Ayudémosles a descubrirla.

• Formar en la fe: Catequesis que respondan a sus preguntas, no sólo lecciones teóricas. Talleres bíblicos, debates sobre temas actuales, experiencias de voluntariado.

• Integrar a los jóvenes en la vida parroquial: Que participen en la liturgia, en la catequesis de niños, en Cáritas. La fe crece cuando se comparte.

6.4. Profesores de Religión y jóvenes En este aspecto es fundamental la implicación activa y pastoral de los profesores de Religión y profesores católicos en cualquier realidad educativa diocesana. En una sociedad y cultura que deconstruye y rompe raíces, es necesario que vinculemos a los jóvenes con sus parroquias y comunidades, donde puedan vivir y fortalecer su fe. Los educadores católicos deben ejercer esta tarea de «puentes de la fe» para que los adolescentes y jóvenes tengan experiencias de encuentro con el Señor que les arraigue en la fe y en la participación activa en la Iglesia. Las convivencias, la participación en encuentros nacionales y mundiales, han sido y son para los adolescentes y jóvenes un verdadero medio para integrarse en sus comunidades parroquiales y para testimoniar un mayor compromiso eclesial, así como la llamada a tomar responsabilidades eclesiales. El trinomio escuela-familia-parroquia nos ayudará a sembrar futuro en los más jóvenes.

7. Un hilo común: corresponsabilidad y misión. Comunión eclesial y sinodalidad: «Que todos sean uno» (Jn. 17,21)

Aunque hablamos de laicos, familias y jóvenes por separado, en realidad forman un mismo cuerpo. El reto es que todos se sientan corresponsables de la misión de la Iglesia. La misión no es propiedad de unos pocos. Es el ADN de todo bautizado. La Iglesia es misionera por naturaleza, y cada miembro está llamado a dar lo que ha recibido.

Este curso pastoral, sigamos trabajando para que todos los diferentes carismas, dones y servicios en nuestra Iglesia diocesana sean rostros diferentes en la comunión de una misma Iglesia viva que anuncia a Cristo con obras y palabras, como el mismo Señor nos pide, «Que todos sean uno; como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,21).

La comunión eclesial no es un sentimiento difuso ni una opción secundaria: es el corazón mismo de la Iglesia, fruto del Espíritu Santo. Así lo enseña el Concilio Vaticano II en Lumen Gentium 4, al describir la Iglesia como «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». La comunión no es uniformidad, sino unidad en la diversidad de carismas, ministerios y culturas. Una Iglesia en comunión es signo creíble del Evangelio y fermento de reconciliación en el mundo.

7.1. La comunión como don y tarea

La comunión es ante todo un don que recibimos en el bautismo y que siempre se sostiene en la Gracia: estamos unidos a Cristo y, en Él, unos a otros. Pero también es una tarea que exige cuidado, paciencia y humildad. El apóstol San Pablo exhorta: «Esforzaos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu» (Ef 4,3-4).

Este camino de comunión nos invita a la praxis de la escucha frente a la del juicio, a valorar el trabajo de los demás, a buscar el bien común, no el interés personal, a trabajar juntos pastoralmente, a valorar el trabajo en equipo, respetando los diferentes carismas.

7.2. Sinodalidad: caminar juntos

La sinodalidad, sin duda, es la palabra clave que en los últimos años nos ha invitado en la Iglesia universal a crecer en la clave identitaria de la comunión. Como ha enseñado el Papa Francisco y reafirma el Papa León XIV, es «el estilo ordinario de la Iglesia». No se trata de hacer asambleas eternas ni de redefinir ningún ministerio o carisma en la Iglesia, sino de caminar juntos discerniendo la voluntad de Dios en la verdad de la propia identidad laical, consagrada y ordenada.

Este camino de comunión en nuestra diócesis nos lleva a trabajar en la implementación de las orientaciones del documento final sobre la sinodalidad, de las orientaciones de la Santa Sede y de la Conferencia Episcopal Española. En concreto, en nuestra diócesis hemos de seguir incentivando:

• Nuestros Consejos Pastorales parroquiales: no como órganos decorativos, sino como espacios reales de discernimiento y corresponsabilidad, donde presididos por el párroco, haya representación de todas las realidades presentes en la parroquia. Que no haya ninguna comunidad parroquial sin este órgano sinodal, el Consejo Parroquial Pastoral.

• Consejos diocesanos: Consejo Episcopal, de Presbiterio, de Pastoral, de Laicos, de Familia y Vida, de Jóvenes, de Economía, etc. con representación de todas las realidades eclesiales, donde juntos podamos abrir caminos de evangelización, como dijo el Papa Francisco en el discurso de apertura del Sínodo de la Sinodalidad en octubre de 2023, «el Sínodo no es un parlamento… el protagonista del Sínodo no somos nosotros: es el Espíritu Santo».

La sinodalidad no es parlamentarismo ni encuesta de opinión: es discernir juntos, a la luz de la Palabra y con la guía del Espíritu, cómo vivir hoy la misión de Cristo.

7.3. Obstáculos a la comunión

No podemos hablar de comunión sin reconocer que hay obstáculos que la dañan y para los que nuestra unidad será el mejor antídoto. Entre los retos a superar tenemos:

• El individualismo pastoral: parroquias que funcionan como islas, sin conexión con el conjunto diocesano; comunidades y sacerdotes desconectados del arciprestazgo, de la vida de la Diócesis, de la Iglesia en España y de la eclesialidad universal.

• Críticas destructivas: hemos de evitar los comentarios que dividen y siembran desconfianza, especialmente los volcados en las redes sociales, a menudo, escondidos en el anonimato. Aprendamos a hablar, a construir desde la caridad y el perdón. Cuando haya diferencias, propias de nuestra condición finita, limitada y pecadora, andemos los caminos de la corrección fraterna y de la búsqueda de la verdad.

• La comunión nos invita a combatir la resistencia al cambio, el miedo a salir de lo conocido y cómodo. Nos ayudará rezar juntos, más que discutir enfrentados. Asimismo, es necesaria la formación compartida, para pensar con el mismo espíritu de Cristo; celebrar juntos la Eucaristía y los encuentros en torno al Señor y los sacramentos nos ayudarán a visibilizar nuestra unidad.

7.4. Comunión y misión

La comunión no es un fin en sí misma. Está al servicio de la misión. Jesús pide nuestra unidad «para que el mundo crea» (Jn 17,21). Una Iglesia dividida pierde credibilidad; una Iglesia unida es testimonio vivo del amor de Dios.

En este curso, aprovechando el marco del Jubileo de la Esperanza, intensifiquemos nuestros momentos de comunión diocesana en cada arciprestazgo, así como los encuentros entre parroquias cercanas para proyectos conjuntos (catequesis, formación, caridad).

• Proyectos misioneros comunes que nos impliquen a mirar más allá de nuestra Diócesis. Nuestro sacerdote Patricio, actual Vicario General en Tegucigalpa, nos ayudará a seguir conectando nuestra diócesis con Honduras y a programar experiencias de colaboración, incluso presenciales. Existen numerosos fieles en nuestras parroquias que, acompañados por sus sacerdotes, podrían vivir una experiencia misionera que les fortalecería en su vida cristiana. Y para un sacerdote, vivir esta experiencia alguna vez en su vida sacerdotal, le fortalece en un corazón dilatado universalmente.

7.5. Espiritualidad de comunión

San Juan Pablo II, en Novo millennio ineunte (n. 43), nos invita a una «espiritualidad de comunión» que nos interpela a mirar a cada hermano con los ojos de Cristo, compartiendo sus alegrías y sufrimientos, reconociendo siempre que el otro es un don para mí.

El Papa León XIV nos dice que «la comunión empieza en el corazón. Si no hay reconciliación interior, no habrá unidad exterior. La Iglesia necesita creyentes que, en vez de señalar culpables, se conviertan en constructores de puentes».

En este Año de la Esperanza, la comunión y la sinodalidad son caminos privilegiados para anunciar el Evangelio en nuestra Diócesis de Guadix. Caminemos juntos, como un solo cuerpo, al servicio de la misión que Cristo nos confía.

8. Caridad y compromiso social: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13,35).

En la Iglesia, la caridad no es un apéndice opcional ni una actividad más entre otras. Es el corazón mismo del Evangelio, la señal inconfundible del discípulo de Cristo. San Juan Pablo II lo expresó de forma contundente en Novo millennio ineunte (n. 49): «No basta con organizar la caridad; es necesario vivirla de modo que el otro sienta que en ese gesto hay amor de verdad». Así nos lo ha dicho el Papa León XIV, en su primera exhortación apostólica, Dilexi te, «el amor cristiano supera cualquier barrera, acerca a los lejanos, reúne a los extraños, familiariza a los enemigos, atraviesa abismos humanamente insuperables, penetra en los rincones más ocultos de la sociedad. Por su naturaleza, el amor cristiano es profético, hace milagros, no tiene límites: es para lo imposible. El amor es ante todo un modo de concebir la vida, un modo de vivirla. Pues bien, una Iglesia que no pone límites al amor, que no conoce enemigos a los que combatir, sino sólo hombres y mujeres a los que amar, es la Iglesia que el mundo necesita hoy». (DT 120)

En nuestra diócesis, este amor se concreta en la acción de Cáritas Diocesana, interparroquiales y parroquiales; en Manos Unidas, Secretariado para ayudar a los inmigrantes, en congregaciones dedicadas al cuidado de los más pobres y sufridos en grupos de voluntariado, en asociaciones que acompañan a los más vulnerables y en incontables gestos discretos de ayuda, solidaridad y caridad entre todos los cristianos.

Sigamos trabajando todos para pasar de la asistencia puntual a la auténtica promoción humana y espiritual.

8.1. La caridad como identidad

El Papa Benedicto XVI, en su primera carta encíclica, Deus Caritas est, en su número 25, nos recordó que «La caridad no es para la Iglesia una especie de actividad de asistencia social… pertenece a su naturaleza y es expresión irrenunciable de su esencia». Y el Papa León XIV nos ha invitado en Dilexi te a renovar la Iglesia y la sociedad desde la primacía de las personas pobres.

La caridad no es filantropía; es el amor de Cristo que nos urge a servir al hermano. La Iglesia en cada persona reconoce el rostro de Jesús. La verdadera caridad no nace de la lástima sensiblera o de lo que es correcto y aplaudido socialmente ante los demás, sino de percibir en el que más sufre al mismo Cristo que sale a nuestro encuentro, para que por medio de sus necesidades tengamos la oportunidad de alcanzar justicia.

La caridad debe ir acompañada siempre de respeto a la dignidad de la persona y debe abrir siempre a la esperanza y la fe. La caridad no es verdadera sin mostrar el rostro verdadero de Cristo y su ternura en la Iglesia.

8.2. Retos de la caridad en nuestra diócesis

En nuestra tierra, la pobreza y la exclusión tienen rostros concretos: personas mayores solas en pueblos pequeños, sin familia cercana; paro estructural que afecta a familias enteras y a jóvenes que emigran; migrantes y temporeros en condiciones precarias; niños y adolescentes en riesgo por entornos familiares rotos.

El pobre no es un problema que resolver, sino un hermano que acoger y acompañar. El Papa Francisco dijo: «No es el activismo lo que salva, sino la atención sincera y generosa que permite acercarse a un pobre como a un hermano que tiende la mano para que yo me despierte del letargo en el que he caído» (Mensaje en la VI Jornada Mundial de los Pobres, 2022).

En este curso, sigamos trabajando para que cada parroquia ponga nombre y rostro a la pobreza de su entorno. No trabajemos con cifras, sino con personas concretas.

8.3. Obras de misericordia como camino pastoral

El Año de la Esperanza es un momento ideal para revitalizar las obras de misericordia, corporales y espirituales, que estamos llamados a concretar en proyectos y gestos cercanos:

• Corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a enfermos y presos, acoger al forastero, dar posada al peregrino, enterrar a los muertos.

• Espirituales: enseñar al que no sabe, aconsejar al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las ofensas, consolar al triste, sufrir con paciencia las adversidades, orar por vivos y difuntos.

Propongo que cada parroquia elija al menos una obra corporal y una espiritual para vivir con especial intensidad durante el curso.

8.4. Caridad y evangelización

La caridad es, en sí misma, evangelizadora. El Papa Francisco en Evangelii gaudium 199, nos recordaba que «si la Iglesia deja de ser caritativa, deja de ser Iglesia de Jesucristo». Pero debemos evitar el riesgo de separar la caridad de la fe. Nuestros proyectos deben ayudar materialmente y no deben renunciar al anuncio explícito de Jesucristo, anunciando la Buena Noticia que transforma y redime al corazón.

• Iniciemos itinerarios de fe para quienes se acercan a Cáritas.

• Integremos a los voluntarios en la pastoral ordinaria de las parroquias.

• Formemos en la doctrina social de la Iglesia a todos los agentes de caridad.

8.5. Testigos de la caridad

Tenemos en nuestros mártires del siglo XX ejemplos de caridad heroica: sacerdotes que escondieron y protegieron a personas en riesgo, laicos que compartieron lo poco que tenían, religiosas que cuidaron a enfermos incluso con peligro para su vida.

Este curso, con la apertura de su causa de canonización, podemos aprender de ellos que la caridad y la esperanza se sostienen mutuamente: amar de verdad es sembrar esperanza en el corazón del otro y la Esperanza que nunca defrauda es Cristo.

En este Año de la Esperanza, que la caridad no sea solo un gesto puntual, sino un estilo de vida. Que en cada rincón de nuestra diócesis se pueda decir: «aquí viven los discípulos de Jesús, porque se aman de verdad».

9. San Torcuato, modelo misionero para la Diócesis de Guadix: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15).

No podemos hablar de misión en nuestra diócesis sin levantar la mirada hacia nuestra raíz apostólica: San Torcuato, primer obispo de Guadix y uno de los Siete Varones Apostólicos enviados, según la tradición, por los discípulos directos de los Apóstoles para evangelizar Hispania.

Su figura no es un mero recuerdo histórico ni una leyenda piadosa: es un foco espiritual que nos recuerda que la misión y el martirio son el ADN de nuestra Iglesia diocesana. Guadix nació misionera, creció misionera y solo será fiel a sí misma si sigue siendo misionera.

9.1. San Torcuato: enviado y pastor

La tradición nos habla de San Torcuato como un hombre de fe profunda, enviado a nuestras tierras en tiempos difíciles, en medio de una cultura marcada por el paganismo y la hostilidad hacia la fe cristiana.

El misionero no lleva consigo un proyecto humano, sino el Evangelio de Cristo; y lo hace con la humildad de quien sabe que la obra es de Dios y no propia. San Torcuato fue pastor bueno porque cuidó a su rebaño, organizó la comunidad, formó a nuevos discípulos y dio testimonio de la fe hasta el martirio. Fue misionero porque no se contentó con mantener lo que había, sino que salió a sembrar la Palabra en nuevos lugares. Él fue Iglesia en salida, caridad en las periferias, ya en el siglo I de nuestra era.

9.2. Tres rasgos misioneros de San Torcuato

a) Fidelidad al mandato apostólico

Su vida encarna las palabras de Jesús: «Id y haced discípulos» (Mt 28,19). No improvisó su misión: la vivió como envío de la Iglesia, en comunión con sus hermanos obispos.

b) Cercanía al pueblo

La evangelización no fue desde arriba, sino desde dentro. Se hizo parte de la vida de la gente, aprendió sus costumbres, habló su lengua. Como San Pablo, pudo decir: «Me he hecho todo para todos, para ganar a algunos» (1Co 9,22).

c) Valentía ante la persecución

No predicó solo cuando era fácil, sino también cuando había riesgo. Su martirio es prueba de que la misión requiere entrega total.

9.3. San Torcuato y nuestra misión hoy

En la Diócesis de Guadix, San Torcuato nos inspira a:

• Reavivar la conciencia misionera en todas las parroquias.

• Salir a las periferias: barrios olvidados, aldeas con poca presencia pastoral, personas alejadas de la fe.

• Anunciar el Evangelio con obras y palabras, como él lo hizo. La misión comienza en el corazón enamorado de Cristo y se despliega en gestos concretos de servicio, cercanía y anuncio valiente.

9.4. Celebraciones y peregrinaciones

Este curso pastoral, propongo que San Torcuato sea presencia viva en nuestra programación pastoral:

• Peregrinaciones diocesanas a Face Retama, lugar de su martirio, como signo de unidad y compromiso misionero. Peregrinemos a Face Retama, donde muy pronto tendremos una comunidad eremita para atendernos espiritualmente y donde podemos viajar a las raíces seguras de nuestra fe que fortalecen nuestra misión hoy.

• Novena diocesana los días anteriores de su solemnidad, con meditaciones sobre sus virtudes misioneras, sobre su vida y milagros, acercando su figura a todas las generaciones y fortaleciendo su patronazgo en toda la diócesis.

• Material catequético para niños, jóvenes y adultos sobre su vida.

• Misión popular en las parroquias que lo deseen, con la imagen y las reliquias de San Torcuato, promoviendo su devoción entre los fieles.

9.5. San Torcuato y las vocaciones

San Torcuato fue, ante todo, una vocación vivida hasta el extremo. Su ejemplo nos impulsa en la vida pastoral y en las prioridades de este curso, especialmente en la pastoral vocacional.

Su vida nos recuerda que Dios sigue llamando hoy, como llamó a Torcuato. La respuesta, como la suya, requiere confianza y valentía. La misión es fruto de un corazón que se sabe enviado.

Pidamos a San Torcuato que interceda para que surjan nuevas vocaciones sacerdotales, religiosas y misioneras en nuestra diócesis.

9.6. Un modelo de esperanza

En este Año Santo, San Torcuato es también signo de esperanza. Él vivió tiempos de paganismo y persecución y, sin embargo, el Evangelio floreció. Esto nos asegura que ningún contexto es demasiado difícil para que Dios actúe: «Dios no nos dio un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de dominio propio» (2Tm 1,7).

Que San Torcuato sea para nosotros maestro y compañero de evangelización. Que su valentía nos contagie, su fe nos sostenga y su amor a Cristo nos impulse a salir, como él, a anunciar que Jesús es el Señor en toda la Diócesis de Guadix.

Es hora de despertar del sueño tibio y poner en el corazón de todos los planes pastorales el empeño por reavivar la fe dormida, el débil compromiso del bautizado en la Iglesia y en el mundo, y la prioridad absoluta del anuncio explícito de Jesucristo. No se puede dar por sentado el anuncio de Cristo, sino que es necesario hacerlo explícitamente, pues es la contribución más importante de la Iglesia para el desarrollo humano. Los cristianos deben compartir la fe y no guardarla para sí mismos, ya que el mensaje de Cristo y el anuncio explícito es lo que puede enriquecer a todos y hacer realidad su reino en la tierra.

10. «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1Co 9,16)

Al concluir esta Carta Pastoral para el curso 2025-2026, mi corazón se llena de gratitud y de esperanza. Gratitud por lo que el Señor ha hecho y sigue haciendo en nuestra diócesis; esperanza porque sé que, a pesar de nuestras limitaciones, el Espíritu Santo no deja de guiarnos y sostenernos.

Hemos trazado juntos un camino exigente, pero profundamente evangélico:

• La urgencia de la pastoral vocacional, para que no falten obreros en la mies del Señor.

• La apertura de la causa de nuestros mártires del siglo XX, memoria viva que nos impulsa a la fidelidad.

• El Año Santo de la Esperanza, que nos recuerda que nuestra fuerza está en el Señor.

• La nueva Visita Pastoral, momento de comunión, escucha y renovación.

• La continuidad en nuestras líneas pastorales: laicos corresponsables, familias vivas, jóvenes protagonistas.

• La comunión y la sinodalidad como estilo de caminar juntos.

• La caridad como rostro visible del Evangelio.

• San Torcuato como modelo misionero y patrono que nos sostiene.

10.1. Un envío para todos

Este plan pastoral no es un documento para guardar en un cajón, ni un programa reservado al obispo y a los sacerdotes. Es un envío para todos los bautizados de la diócesis. San Pablo nos recuerda que «cada uno ha recibido de Dios su don particular, para que lo ponga al servicio de los demás» (cf. 1Pe 4,10).

Cada parroquia, cada comunidad religiosa, cada familia y cada cristiano tiene una responsabilidad ineludible en este camino. La misión no admite espectadores, sino misioneros convencidos de que sólo Cristo tiene palabras de vida eterna, que sólo Él es el Camino, la Verdad y la Vida. La imaginación y la parresia por la evangelización han de llevarnos a todos a concretar en gestos pastorales, el corazón y el espíritu de estas orientaciones pastorales.

10.2. La fuerza viene de la oración

Nada de lo que hemos propuesto dará fruto si no está sostenido por la oración. Os animo a llevar nuestros buenos deseos pastorales ante el Señor:

• Adoración eucarística frecuente en todas las parroquias.

• Rezo del Rosario por las vocaciones y por la unidad de la diócesis.

• Oración en familia como pequeño santuario doméstico. La Iglesia se renueva de rodillas. «No hay reforma sin adoración, ni misión sin contemplación».

10.3. Una diócesis que reza y camina junta, permanece unida

Estamos llamados a caminar como un solo cuerpo, con un mismo corazón y una misma alma (cf. Hch 4,32). No habrá pastoral vocacional fuerte sin parroquias vivas; no habrá caridad creíble sin comunión; no habrá misión sin esperanza.

10.4. Mirar al futuro con esperanza

No tengamos miedo. Nuestro tiempo no es peor que otros; es el tiempo que Dios nos ha dado para amarle y servirle. Si San Torcuato y nuestros mártires pudieron dar testimonio en circunstancias adversas, también nosotros podemos. Digamos desde lo más profundo de nuestra confianza en el Señor: «Sé de quién me he fiado» (2Tm 1,12).

10.5. Virgen de la Esperanza: nuestra mejor intercesora

Quiero encomendar este curso pastoral a la intercesión de la Virgen María, Madre de la Esperanza, Madre de San Torcuato, de nuestros mártires y de todos los santos y santas, Madre y Señora de nuestra Diócesis de Guadix.

Señor Jesús, Buen Pastor, mira con amor a esta Iglesia de Guadix que camina en tu nombre. Enciende en nosotros el fuego de tu Espíritu, para que vivamos con alegría la misión que nos confías. Haznos valientes en el anuncio, generosos en el servicio, pacientes en la prueba y perseverantes en la esperanza. Que María, Madre de la Esperanza, y San Torcuato, nuestro padre en la fe, nos acompañen siempre. Amén.

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