Opinión: Preguntas que no se deben responder

Les he hecho la misma pregunta en 22 ciudades diferentes de España. A algunos ya no se la formulaba porque conocía la respuesta.

-          ¿Por qué?

Los ingleses tienen un término que se traduce como “aimonomía” y que define el miedo, precisamente, a definir algo porque pueda perder la gracia. ¿Cómo definir un sentimiento?  “Can I borrow a feeling?”, que cantaba Kirk van Houten (el padre de Milhouse).

En todos los campos en los que esta temporada ha jugado un partido oficial el Córdoba he contado, al menos, diez gargantas que pretendían que ganara el equipo visitante.

Daba igual que el encuentro terminara un lunes más cerca del martes ya que del lunes. Tampoco importaba, ya casi nos hemos olvidado por fortuna, que lucir la bufanda blanquiverde fuera más soga de ahorcado al cuello que otra cosa durante la primera parte de la campaña. O que en esos mismos comienzos se chotearan de ellos aficiones que ya habían olvidado el lugar que por historia le  corresponde al cordobesismo.

Incluso en Burgos o en Éibar, cuando ya en plena resaca del esfuerzo la plantilla dejó de competir a la altura de las exigencias y en defensa adquirió la misma consistencia de un papel higiénico mojado, también unos cuantos se animaron a sentarse en una grada ajena.

Han sido los de siempre y los de casi siempre. María, Paco, Rafa (x 100, claro), Ismael, Javi, Fernando… (que nadie se sienta excluido en esta lista). Todo les ha dado igual a los aficionados viajeros del Córdoba porque no eran capaces de contestar al “por qué” que, ingenuo de mí, les preguntaba antes de cada partido.

En el año del retorno al fútbol profesional he aprendido lo que es ser del Córdoba en sabias reflexiones con acento catalán, gallego, vasco o madrileño. He visto a niños que lucían el nombre de Sala, Carracedo o Casas en sus espaldas únicamente porque sus abuelos dejaron su pueblo de Los Pedroches en los años cincuenta movidos por el hambre, el miedo o ambas cosas. El coche de un cordobesista de algún lugar (creo recordar) del Ampurdán nos salvó a un compañero y a mí de un aguacero tremendo en Olot en aquel partido de Copa en plena Dana. Mientras conducía hasta nuestros hoteles nos iba contando historias de otros Córdobas menos gloriosos pero igual de queridos.

He sentido, en suma y en algunos casos, la ilusión de estar emocionalmente durante noventa minutos en el lugar del que se sienten parte aunque el destino les haya alejado de él.

Han sido embajadores. Han sido emisarios. Han sido apoyo silente en muchos casos y algo más bullicioso en otros. Han sido, y tal vez sea lo más resaltable, ejemplares en su comportamiento en 22 recintos deportivos por encima de las más diversas circunstancias. Ninguna afición de Segunda puede hablar mal del comportamiento de la del Córdoba en sus hogares durante esta campaña. Si nos tenemos que ir poniendo medallas ahora que acaba el curso, empecemos con esta. Y más en una ciudad en la que los aficionados a su club de fútbol son mirados con injusto recelo por otras por culpa del sambenito del madridbarcelonismo militante de muchos. Es la cruz que siempre tendrán que cargar.

Nacemos solos y también todos moriremos solos. Y durante el resto de nuestra vida vamos compartiendo vivencias con nuestros congéneres a través de las cuales, por lo general, nos vamos haciendo lo que somos.  También en el fútbol, que es la vida jugada. Todos tenemos un “por qué” para hacer lo que hacemos y para interactuar de la manera que interactuamos. Pero, muchas veces, lo mejor es no encontrar las respuestas a las preguntas que nos hacemos.