El cariño de la afición cordobesa a un equipo ucraniano roto por la preocupación: "No sabemos cómo volver"
El pívot Artem Pustovyi llamó "loco" a Putin tras un partido lleno de momentos de imborrable tristeza

Córdoba - Publicado el - Actualizado
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El Palacio de Deportes de Vista Alegre huele a caldo de caracoles. Los aficionados a los otros deportes de sala pueden disfrutar de esta delicia -para quien le guste- antes de vivir un rato de emoción. El jueves no visitaba ese recinto un equipo cualquiera. Por primera vez en la historia un equipo nacional absoluto de baloncesto jugaba en Córdoba un partido valedero para un torneo. Y la pésima suerte quiso que coincidiera España con un rival que representaba a un país recién invadido.
Después de una mañana de móviles y nervios, los jugadores ucranianos llegaron con idea de competir. Sabían que el otro partido de esta ventana, que estaba previsto para el domingo, nunca tendría lugar. Al menos a corto plazo. Kiev -vayamos llamándola Kyïv si queremos tener un detalle con su pueblo, porque Kiev es en ruso- no está para triples.
Un grupo de manifestantes con banderas bicolores se congregaron a las puertas del Pabellón. Ucranianos residentes en Andalucía se dedicaron a entonar pacíficamente cánticos nacionales. Una protesta mansa, muy lejana de los campos de batalla políticos, económicos y hasta deportivos en los que quiere luchar por su independencia el país recién atropellado.
Tras superar un primer control de seguridad, los periodistas debemos pasar un test de antígenos. Qué ridículas quedan nuestras preocupaciones comparadas con la solidez y eficiencia de un AK-47.

Ucranianos y Españoles calientan en la pista. Los rostros son muy diferentes. Risas despreocupadas y bromas en un lado del campo. Seriedad impertérrita en el otro. Personas grandes con caras que se hacen pequeñas. Rostros serios en cuerpos robustos. Oxímoron físico-anímico. Extrañeza.
Treinta minutos antes de que empiece a botar la pelota saltan al campo ya dispuestos y vestidos para jugar los ucranianos. Camiseta azul, pantalón amarillo. Dos minutos de ovación en pie de los aficionados presentes. Hacen una piña cerrada antes de la foto prepartido. Los fotógrafos corren de un lado hacia otro buscando la foto más simbólica. Algunos componentes de la expedición agachan la cabeza.
A las 20:39 suena el Himno Nacional del equipo visitante. La imagen, con los jugadores con las manos en el pecho y su bandera en el videomarcador del fondo es muy potente. Uno de los jugadores, el pívot de Herbalife Gran Canaria Artem Pustovyi, lleva pintado en su rostro: “NO WAR”. Antes del salto inicial, minuto de silencio imprescindible. Los jugadores de ambos países se mezclan como en un sortilegio.
El partido tiene poco color. Únicamente Randle mantiene un nivel anotador como para competir ante España. Sus compañeros le ponen alma, pero les pesa la mente. Al descanso España ya vence de 16. En ese entreacto se junta la frivolidad de la necesaria publicidad con otro momento emotivo como el homenaje a Felipe Reyes. Uno de los cuatro hijos de Córdoba que se ha colgado una medalla olímpica.

Acaba el partido. 88-74 y porque España se deja ir en el último cuarto (15-28 en ese postrero parcial). A los jugadores ucranianos, ya acabada la batalla incruente le regresan los recuerdos de la otra. La asquerosa. La que huele mal. La que duele. La afición cordobesa, entonces, le regala otros dos minutos de sentidos aplausos de ida y vuelta. Es un momento complicado de escribir y duro de vivir. Las lágrimas de los espigados y blondos eslavos borra sus mensajes de paz.
En zona mixta se habla menos de técnica y de táctica que de humanidad. Todos reconocen la educación y deportividad de los espectadores de Vista Alegre. Pustovyi llama loco a Putin y le pide que deje de joder. Vladislav, el compañero que horas antes había comentado que no sabía cómo regresar para estar con sus padres tiene la vista perdida mientras otro puñado de aficionados españoles despide entre vítores a sus compatriotas. Le digo, por decirle algo, “Stay strong”. Nos chocamos los puños y sonríe con esfuerzo. Ojalá pueda volver un día con otro equipo ucraniano.
Recordó el otro día la escritora Olga Merino que el inmortal escritor ruso Bulgakov nació en Ucrania o que “El jardín de los cerezos” de Chejov está ambientado cerca de Jarkov, en Ucrania. Qué lejos quedan las letras de la razón en estos tiempos. Qué mal momento para la lírica. Y qué buen momento para recordar que el deporte es la única guerra digna.