2ª FERIA DE SAN IGNACIO
La terna no raya a la altura de una brava corrida de Ana Romero en Azpeitia
Morenito de Aranda y José Fernando Molina cortan una oreja por coleta mientras Damián Castaño fue silenciado en su lote.

Natural de Morenito de Aranda al cuarto toro de Ana Romero
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Paco Aguado
La variada bravura de una fina corrida 'santacolomeña' de Ana Romero brilló hoy en Azpeitia muy por encima de la actitud y de los planteamientos de la terna que la estoqueó, más allá de las solitarias orejas que pasearon Morenito de Aranda y José Fernando Molina.
También de muy distintos matices de cárdeno en su pelaje, incluido un sexto aparatosamente alunarado, los toros de la divisa gaditana ofrecieron a los toreros, dentro de esa variedad, unas más o menos claras ocasiones de triunfo, solo que a cambio de un porcentaje mayor de aciertos técnicos y, sobre todo, de una real entrega que se echó de menos en la mayoría de las faenas.
Para abrir boca ya le cupo a Morenito de Aranda un ejemplar cornicorto que repitió y humilló con clase, que pedía únicamente de su matador una sinceridad en los cites y un pulso en el trazo de los pases que nunca apareció en un trasteo aparente. Y más o menos sucedió lo mismo con el también claro segundo de la tarde, que no paró de embestir a los despegados y movidos cites de Damián Castaño.
Otro de los toros notables de la corrida fue el quinto, un cárdeno salpicado y calcetero que rompió a embestir tras pasar por el peto y, por falta del necesario mando, fue creciéndose tanda a tanda hasta poner en apuros al mismo Castaño, que alargó su vano esfuerzo incluso manejando la espada con idéntica falta de ajuste y compromiso.
El cuarto, fino y hondo, pareció afligirse después de que Morenito de Aranda se empeñara, sin necesidad, en lucirlo una segunda vez ante el caballo, lo que el cárdeno acusó defendiéndose en los primeros compases del trasteo.
Administrándole esas medidas fuerzas con muletazos de uno en uno y a media altura fue como el burgalés ayudó a recuperarse al animal para permitirse un buen final de obra con la mano izquierda y una buena tanda de ayudados por alto, lo que le valió la primera oreja de la tarde.
La otra llegó ya tras la lidia del sexto, que, aun bravo, fue el más exigente del encierro y que conjuntó el lote de mayores complicaciones junto a un tercero que, este sí, tuvo genio y aspereza y cayó también en manos de un voluntarioso José Fernando Molina.
Con éste, el albaceteño no llegó a asentarse hasta descubrir las mayores posibilidades que el cárdeno le ofreció por el pitón izquierdo, siempre que le llevara sometido en los vuelos de la muleta, y que fue la misma clave técnica que pedía el serio alunarado que cerró la función.
Aunque no regalaba sus no malas embestidas, sí que pedía una sutileza en los cites y un mando más prolongado para desarrollarlas, que Molina consiguió por momentos en un trabajo voluntarioso y poco concreto, aunque rematado de una soberbia estocada que motivó la concesión de ese otro trofeo en una tarde en la que no hubo galardones para quienes pusieron mayor entrega sobre la arena.