3ª feria de otoño

El tedio pudo con Las Ventas y la mansedumbre con las ilusiones de Jarocho

Corrida plomiza por la nula raza del encierro de Domingo Hernández. Digna confirmación del burgalés. Versión gris de Talavante y Aguado.

Sixto Naranjo Sanchidrian

Publicado el - Actualizado

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La tarde en Las Ventas tuvo más de trámite que de emoción. La corrida de Domingo Hernández apenas dejó opciones a la terna y convirtió el festejo en un ejercicio de paciencia para el público. Entre la mansedumbre generalizada de los toros, la confirmación de alternativa de Jarocho fue lo más reseñable, aunque sin posibilidad de brillo; mientras que Talavante y Pablo Aguado apenas pudieron mostrar destellos en medio de un conjunto plomizo. 

Jarocho confirmó alternativa con Jienense, un astado de noble de intención pero sin fuerza alguna. Intentó el burgalés hilvanar su concepto vertical y templado, pero cada serie se cortaba en cuanto el astado doblaba las manos. Quiso mantener el tipo y justificarse en su estreno en la primera plaza del mundo, pero el lucimiento resultó imposible.

Con el sexto volvió a suceder lo mismo: un toro ofensivo por delante pero vacío de casta, que embestía corto y descompuesto. Jarocho trató de alargar los viajes con paciencia y serenidad, sin perder nunca la compostura, aunque la realidad de la embestida negó cualquier atisbo de lucimiento. El fallo con los aceros ensombreció aún más su balance, aunque la dignidad con la que soportó el trance quedó como lo más rescatable de la tarde.

Jarocho durante la faena al sexto toro de Domingo Hernández este sábado en Las Ventas

Alfredo Arévalo / Plaza 1

Jarocho durante la faena al sexto toro de Domingo Hernández este sábado en Las Ventas

Talavante vio como el primer toro de su lote volvía rumbo a los corrales tras su evidente falta de fuerzas. El sobrero, del mismo hierro, fue protestado de salida por su falta de trapío. Ni forma ni fondo. El de Domingo Hernández estaba hueco por dentro. El extremeño se dobló con él y trató de alargar las arrancadas cortas y defensivas, pero aquello murió en silencio.

El cuarto fue el toro de más posibilidades del envío del hierro salmantino. Empujó con fijeza y riñones en las dos entradas al caballo y después tuvo sus quince muletazos deslizándose con clase y ritmo a la muleta de un Talavante en su versión más plana y vulgar. Muletazos a granel que acabaron por desesperar al paciente público venteño.

Pablo Aguado tampoco halló mejor suerte. Con el tercero dejó muletazos de buen trazo por el pitón derecho, más estéticos que profundos, mientras la embestida se descomponía sin remedio. 

En el quinto, de nuevo la falta de raza condicionó toda la faena: algún muletazo suelto, cierto aroma clásico, pero un conjunto sin vuelo. Mató con corrección y poco más.

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