MADRID - CORRIDA DE BENEFICENCIA

Morante de la Puebla, torea y triunfa para la Historia

El sevillano sale por primera vez a hombros de Las Ventas tras ofrecer un recital de buen toreo. Oreja para Fernando Adrián.

Morante de la Puebla, a hombros este domingo en Las Ventas

EFE

Morante de la Puebla, a hombros este domingo en Las Ventas

Sixto Naranjo Sanchidrian

Publicado el

2 min lectura

La Corrida de la Beneficencia de Madrid vivió una jornada histórica con nombre propio: Morante de la Puebla. Tras más de veinte años de espera, el genio sevillano cruzó por fin la Puerta Grande de Las Ventas. Y lo hizo a lo grande: en volandas, no sólo por los profesionales, sino por una riada de jóvenes que saltó al ruedo con entusiasmo para elevarle al cielo del toreo en una clamorosa vuelta al ruedo que desembocó en una procesión triunfal por la calle de Alcalá. 

Morante demostró que, incluso con un lote mediocre, el arte verdadero no necesita alardes, sino simplemente fluir con naturalidad.

Con el primero de su lote, un toro voluminoso de justa raza, brilló ya desde el saludo capotero con tres verónicas de cartel. La faena fue medida, adaptada con inteligencia a las condiciones del animal, y rematada con una estocada de ejecución impecable. La oreja cayó sin discusión.

El segundo fue otra historia. Protestado desde los tendidos por su falta de casta, Morante lo toreó con una paciencia casi mística. Lo fue metiendo poco a poco en la muleta, hasta lograr dos naturales de antología que cambiaron los pitos por ovaciones. Una estocada, aunque defectuosa, rubricó una obra de orfebre. La oreja, y con ella la Puerta Grande, llegaron esta vez sin que nadie pudiera discutirlas.

Fernando Adrián paseó un trofeo generoso del primero de su lote, un toro serio y con motor. Pero su falta de ajuste y la reiteración de los mismos defectos técnicos le impidieron redondear la faena. Con el quinto, otro ejemplar con clase, se dejó ir una oportunidad de oro, refugiándose en un arrimón más desesperado que efectivo.

Borja Jiménez, por su parte, fue el gran ausente en la tarde de la consagración de Morante. Ni la clase de su primero ni la nobleza del sexto lograron despertar al público. Su trazo mecánico y su falta de conexión dejaron su actuación en tierra de nadie.

Pero todo eso quedó eclipsado por la explosión final: Morante, alzado como mito contemporáneo, salió a hombros por la puerta más codiciada del toreo. La calle de Alcalá se iluminó como nunca para recibir a quien, sin artificios ni concesiones, devolvió el toreo a su esencia más auténtica.

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