SEVILLA

Castella y Roca Rey puntúan con la fallida corrida de Matilla en Sevilla

Domingo de Resurrección en la Real Maestranza en la que destacó una oreja de peso de Sebastián Castella.

Natural de Sebastián Castella al toro de García Jiménez al que cortó una oreja en Sevilla

Sixto Naranjo Sanchidrian

Publicado el - Actualizado

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A punto estuvo la Semana Santa sevillana de extender su desgracia al Domingo de Resurrección taurino. Si en las calles pocos han sido los pasos que pudieron salir para hacer su estación de penitencia, en el coso de El Baratillo a punto estuvieron los tres diestros de quedarse sin poder hacer el paseíllo.

Media hora antes del comienzo fijado para el comienzo del festejo, los cielos se abrieron sobre la Maestranza. La lona, que había cumplido magníficamente con su función, ya no cubría el albero y el preciso trabajo previo de los operarios de la empresa Pagés se quedaba en nada con ese último chaparrón con el que nadie contaba.

Se recompuso la arena y pasadas las siete de la tarde sonaban clarines y timbales como previa al Himno Nacional y al paseíllo.

En chiqueros, una corrida de Matilla tan desigual de remates y hechuras como unificada en su fondo manso y descastado.

Hubo un tímido intento de sacar a saludar a Morante que quedó en eso. El de La Puebla sigue mustio. Así se comprobó con el grandón primero. Un sardo que venía pregonado desde el mediodía en X por sus largos viajes por varias plazas el pasado año. El de García Jiménez fue mejor en las manos de Curro Javier que en las de su jefe de filas. El toro, dentro de su contado poder, se reducía al llegar a los engaños y metía la cara con delicado celo. Morante le aplicó alivio cuando el animal demandaba rematar los muletazos por abajo. Con el deslucido quinto, abrevió. Y se agradeció con la noche cayendo sobre el coso hispalense y el frío húmedo calando en los tendidos.

Sebastián Castella se las vio en primer lugar con un toro áspero y exigente de Matilla. Vino y fue sin celo en los primeros compases de su lidia y cuando llegó al de muleta, el galo tuvo que bajarle los humos con muletazos de sometimiento. El toro del hierro salmantino solo se entregó ya mediada la faena, cuando Castella se echó la muleta a la izquierda para dejar la serie más rotunda de su faena y de la tarde. Enganchando muy adelante, lanzando la moneda en el embroque y rematando siempre muy atrás. Crujió la plaza y crujió el toro, que rebajó su carácter. A derechas, otra tanda mandona antes de un final a pies juntos y una estocada contraria de la que salió el toro rodado. La oreja tuvo su peso e importancia.

Con el quinto sólo lució un soberbio José Chacón con los palos. Castella no estuvo después a gusto con un toro deslucido por desbravado.

Roca Rey vio como su primero volvía a los corrales por su evidente falta de fuerzas. Saltó en su lugar un toro del otro hierro de la casa Matilla, el de Olga Jiménez. Toro abierto de cuerna y de noblona condición. El peruano no terminó de apretarse con él pero dejó dos tandas de pulso y compás por el pitón derecho. Sin forzar la figura ni la máquina, Roca Rey se ganó una oreja liviana tras una estocada caída.

En sexto lugar saltó el segundo sobrero ya que, según la empresa, el titular se encontraba echado en el chiquero con síntomas de algún tipo de congestión. Las idas y venidas de Ramón Valencia Canorea por el callejón para hablar con Roberto Domínguez en los toros anteriores ya anticipaban que algo pasaba. El de Román Sorando, de armónicas hechuras, se dejó mucho pero puso poca emoción cuando se desplazó. Roca Rey lo intentó y se justificó. Sin más. Lo mejor, la estocada en toda la yema con la que ponía punto y final al festejo.

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