sevilla - 7ª de abono
Borja Jiménez acabó con los silencios
El diestro de Espartinas le cortó las dos orejas al sexto toro de la mala corrida de Jandilla. Castella y Manzanares fueron silenciados.

Sevilla, viernes 2 de mayo de 2025. Borja Jiménez corta dos orejas
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Manuel Viera
La Maestranza posee el arma más potente para dictaminar su veredicto: su silencio. Es una “música” que bordea la indiferencia. Evoca la frustración, Suena el silenció como una melodía de sentencia, majestuoso, espacioso, definitivo. Así se produjeron hasta el atardecer. Dos horas de silencios, de paciencia, de cansancio, de ver cómo se diluía una tarde de toros en la nada. Uno, dos, tres, cuatro y cinco silencios tras las anodinas y cansinas lidias.
Pero cuando el esfuerzo adquiere consistencia llega el triunfo. Tal vez exagerado en el numero de “trofeos” concedidos, pero triunfo fue el alcanzado por Borja Jiménez tras lidiar al único “jandilla” que atisbó ciertas calidades en su embestida. Esfuerzo y concepto singular, combinación que dio pie a expresar un toreo de enorme valor ciertamente sugestivo.
La importancia de la faena fue elevada, y de ahí cabe deducir que no estamos hablando de algo habitual, sino de un toreo con cierto tiempo de maduración. En todo caso la lidia significó la irrupción en tromba de la ilusión perdida durante toda la tarde. Fue una muestra del constante interés de Borja por hacerse con las nobles acometidas del sexto, el mejor toro del descastado encierro de Jandilla. Y así ofreció un toreo propio e inconfundible, de gran fuerza expresiva y con una encomiable ligazón. Unas formas que transmiten una verdad honda que no tiene nada que ver ni con la perfilada estética, ni con la fantasía banal.
El diestro de Espartinas cuidó al toro en varas. Casi no se picó. Con buen son acudió al largo cite. Pases cambiados por la espalda y una mano derecha que logró el toreo en redondo, muy despacio, ligado y rematado con extraordinarios pases de pecho. Circulares y exquisitos cambios de manos, naturales de mano baja con los que mostró esa versión restaurada de su tauromaquia. Como la espada se hundió hasta la empuñadura las orejas, demasiadas, fueron a parar a manos del diestro sevillano.
Fue lo único de la cansina tarde en la que el toro volvió a mostrar su falta de casta y su escaso poder, y los pocos que lo atisbaron se lo quitaron en la suerte de varas. Resultado: lidias monótonas, de toreo en línea y desplazados hacia afuera al límite de alcanzar lo banal.
Porque Sebastián Castella dio todo un recital de sosería en la lidia del mansito primero. Ligereza en los muletazos e infinidad de pases agolpados que aburrieron a la gente. Con el complicado cuarto alcanzó escaso momentos de interés. Sin acople y excesivamente enganchado el toreo al natural. El silencio, tras las estocadas, sentenció.
Y Manzanares. El otrora diestro consentido de Sevilla nada tiene que ver con el que hoy toreó en la Maestranza. Aburrido, sin ajuste en los muletazos, dejando el desencanto en ambas lidias donde hubo muy pocas cosas para ver y gozar y, sin embargo, otras, demasiadas, para ocultar. Lo mejor hecho: la estocada al segundo al que tumbó de forma contundente. El quintó se le paró porque lo acribillaron en varas . Su toreo para afuera dejó el mal sabor de un torero que no es lo que fue.