2ª FERIA DE SANTIAGO
Andy Cartagena, a hombros tras cortar un rabo en la corrida de rejones de Santander
Pablo Hermoso de Mendoza, que se despedía de Santander, y Guillermo Hermoso de Mendoza, cortan una oreja.
Madrid - Publicado el - Actualizado
4 min lectura
En la segunda corrida del abono santanderino, el festejo de rejones, se pusieron sobre el tapete de la tarde gris dos conceptos antagónicos. Dos escuelas. La de los Hermoso de Mendoza, Pablo y Guillermo, padre e hijo, es la filosofía del toreo a caballo más académico, templado y puro, sin apenas concesiones a la galería.
Frente a ellos, Andy Cartagena ofreció espectacularidad, piruetas y un diálogo constante con el público. Una conexión que no se apagó en ningún momento, crepitando hasta el delirio de la concesión del rabo en el quinto. Un premio excesivo, desorbitado. Ya está dicho que la plaza de Cuatro Caminos se decantó por los fuegos de artificio, las tracas y la pirotecnia toreras de un Cartagena que supo leer a la perfección cómo estaban pinados los bolos.
Estábamos en un nuevo capítulo de "el adiós de una leyenda", la última tarde cántabra de Pablo Hermoso de Mendoza en la temporada de su despedida de los ruedos. Suscitó sorpresa entre el personal el pelaje del primero, un berrendo en colorado al que le faltaron remates.
Pablo Hermoso lo fue haciendo a fuego lento. Fue acortando la distancia en los embroques, primero sobre Navegante. Con Ilusión, caballo valeroso y de gran expresividad al arquear su anatomía, clavó dos banderillas muy ajustadas, batiendo y saliendo de la cara de la res con gran despaciosidad. El rejón de muerte cayó algo trasero y tardó en doblar el de Benítez Cubero. Aun así, sorprendió que no se cortara la primera oreja.
Lo del cuarto fue una maravilla que pasó un tanto desapercibida. A lomos de Basajaun y Malbec, paraba el tiempo Pablo Hermoso, evolucionando sin un tirón, a un tempo lentísimo, siempre uniforme, armónico. Toreo de alta escuela no exento de riesgo, frente a un enemigo a menos. Final feliz con el de Estella recorriendo el anillo, oreja en mano.
Andy Cartagena, tras observar la frialdad del público ante la académica labor de Pablo Hermoso de Mendoza en el primero, sacó a la palestra al valiente y expresivo Cartago, con quien puso los tendidos a carburar. Como anillo al dedo le vino el gran motor del toro, que llegó a impactar las grupas y a punto estuvo de derribar.
El respetable se ponía en pie, apasionado, ante las piruetas a dos palmos de los pitones. Cuando colocó a Luminoso de manos, para luego clavar al violín, ya fue la locura. Temblaba en éxtasis Cuatro Caminos. Fue una labor notable, a la altura del encastado toro de Benítez Cubero que no dobló hasta no tener enterrados en su anatomía dos rejones de castigo, lo que dejó el premio en una oreja con petición de la segunda.
Un sobrero de Pallarés sustituyó al quinto, lesionado en una mano durante la lidia. Este quinto bis resultó deslucido. Lo que obligó a Cartagena a doblar la apuesta con el par a dos manos sin cabezada con Jinocente, cumbre de su tarde por la dificultad del lance. Ahí se desató una auténtica locura. Los tendidos, que rozaban el lleno, eran un manicomio.
Fue grande el esfuerzo por remontar una lidia condicionada por un toro desentendido. Se mantuvo la electricidad hasta el trance de la colocación del rejón de muerte. Se hizo un silencio de sepulcro, reverencial, maestrante, antes de que un crujido certificara que el rejón había cumplido su función. Tras la concesión de las dos orejas, legítimas, un nuevo delirio se apoderó de la plaza, que pidió el rabo, finalmente concedido: tan emocionante como excesivo.
Guillermo Hermoso de Mendoza sometió a Ecuador a un esfuerzo titánico. Puso sobre él todo el peso del toreo fundamental en el tercero: cuatro banderillas al quiebro, dos de ellas de calidad suprema por lo acompasado, fluido, líquido de la ejecución.
Después, Esencial invadió los terrenos del toro, ya aculado en tablas. Lo avasalló. Primero, con la rosa, luego con un gran par de cortas a dos manos. La plaza respondió, pero sin paroxismo, a una auténtica lección de buen toreo a caballo que quedó sin premio por no matar al primer envite.
En el sexto, salió arreado, exigido tras lo de Cartagena. Mezcló esta vez los registros, abriendo un tanto la espita a una cierta relajación de su concepto, sin traicionarlo. Los galopes a dos pistas volvieron a fluir lentos. Y le puso más fibra en todo momento, poniendo en riesgo las cabalgaduras en pos de no quedarse fuera de la nómina de triunfadores en la que entró finalmente al cortar una oreja.