El título real de Felipe VI que le confirma como Rey de Jerusalén: los Reyes Católicos lo ganaron en una batalla
A España queda vinculado cuando Fernando el Católico, casado con Isabel la Católica, conquista el reino de Sicilia; a día de hoy, es legítimo sorprendiendo al propio jefe de Estado en una visita en Israel

El Rey Felipe VI pronuncia un discurso en el "International Leader´s Forum" con ocasión del Día Internacional de Conmemoración del Holocausto, en el marco de su viaje a Jerusalén, a 22 de enero de 2020
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Pocos lo saben, pero Felipe VI, además de ser Rey de España, ostenta otro título milenario que sorprende incluso en los encuentros diplomáticos más formales: Rey de Jerusalén. No es un error ni una extravagancia cortesana. Se trata de un título histórico que arrastra siglos de historia, batallas, herencias dinásticas y que llegó a manos de la Corona española a través de una conquista clave realizada por Fernando el Católico, cuando se anexionó el Reino de Sicilia. Desde entonces, ese título ha pasado de monarca en monarca, aunque solo de forma honorífica y simbólica.
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La historia se remonta al año 1099, cuando Godofredo de Bouillon conquistó Jerusalén durante la Primera Cruzada, dando lugar al nacimiento del Reino latino de Jerusalén. Aunque él rechazó coronarse por respeto al lugar donde Jesucristo fue crucificado, su hermano Balduino I sí lo hizo. Este nuevo reino cruzado sobrevivió con dificultades hasta 1291, cuando la ciudad de San Juan de Acre cayó definitivamente ante los musulmanes. Desde entonces, el trono de Jerusalén fue reclamado por varias casas reales europeas, entre ellas la de Anjou, la Corona de Aragón y más tarde la de España.
El vínculo entre España y el título se formalizó cuando Fernando de Aragón, esposo de Isabel la Católica, se convirtió en Rey de Sicilia, reino que llevaba aparejada la dignidad de Rey de Jerusalén. Como explican Daniel Berzosa, profesor de Derecho Constitucional, esta vinculación “no es una invención moderna ni un gesto vacío, sino una herencia legal e histórica plenamente documentada”.
Una anécdota diplomática que lo confirma
El propio Felipe VI se mostró sorprendido por el peso simbólico de este título en su primer viaje a Israel como Rey. Según relató en una audiencia con representantes de la Orden del Santo Sepulcro en abril de 2022, durante el funeral de Shimon Peres en 2016, fue ubicado en un lugar de honor, a la derecha del presidente israelí Reuven Rivlin. Cuando preguntó por qué estaba por delante de mandatarios de mayor antigüedad institucional, la respuesta fue directa: “Porque Su Majestad es el Rey de Jerusalén”.

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Este gesto no fue solo un guiño ceremonial, sino el reconocimiento tácito por parte de las autoridades israelíes de un título que aún pesa en el protocolo internacional, al menos desde el punto de vista de las antiguas legitimidades monárquicas europeas.
El título, sin embargo, no otorga poder alguno ni tiene implicación política en el conflicto israelo-palestino. Como aclaran expertos en relaciones internacionales, se trata de una dignidad de pretensión histórica, es decir, no se contempla en absoluto que Felipe VI tenga algún papel en el proceso de paz. Es un título sin competencias reales, meramente simbólico y diplomático.
La huella imperial en el presente
El de Rey de Jerusalén es solo uno de los muchos títulos históricos que arrastra el jefe del Estado español. Tal y como recoge el último Almanaque de Gotha, el “título largo” del monarca incluye distinciones como Archiduque de Austria, Duque de Atenas y Neopatria, Margrave del Sacro Imperio, Conde de Flandes, o incluso Rey de las Indias Occidentales e Islas y Tierra Firme del Mar Océano. Este inventario de títulos refleja el pasado imperial de España y los vestigios de un sistema monárquico que abarcó buena parte del mundo.

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La Constitución Española de 1978, en su artículo 56.2, permite al rey utilizar “los demás títulos que correspondan a la Corona”. Por eso, aunque solo se le llame formalmente rey de España, tiene derecho a reivindicar este compendio nobiliario como parte de su representación institucional.
Felipe VI es hoy el legítimo heredero del trono de Jerusalén, aunque lo sea por un puro acto de continuidad histórica. Un título sin funciones prácticas, pero cargado de simbolismo que aún genera curiosidad dentro y fuera de nuestras fronteras.