Antonio Tejero: el teniente coronel de la Guardia Civil del que nadie se acordaría si hubiese vivido en la España del siglo XIX
Varios medios han informado esta tarde de la muerte de Antonio Tejero cuando solo estaba en estado crítico

El teniente coronel Tejero irrumpe, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados.
Madrid - Publicado el
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Este mediodía —para alegría de los hunos y desgracia de los hotros—, un buen número de medios digitales de nuestro país informaba de que el teniente coronel Antonio Tejero, principal rostro del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, había muerto a los 93 años en Valencia.
La noticia, sin embargo, ha sido corregida por todos ellos poco después. La familia del teniente coronel ha salido con premura a desmentir la información y a aclarar que Tejero no ha muerto, sino que se encuentra ingresado en un centro hospitalario valenciano, aunque en estado crítico.

El teniente coronel Tejero irrumpe, pistola en mano, en el Congreso de los Diputados.
Todos tenemos en la memoria aquel 23 de febrero de 1981, ya sea por haberlo vivido en persona o por haberlo visto años después en documentales. Todos conservamos alguna anécdota, propia o transmitida oralmente por nuestros padres y/o abuelos, sobre aquella fecha.
Todo español que se precie, cuando se habla del 23-F, escucha en su cabeza al teniente coronel Tejero gritando a los diputados aquello de "¡Quieto todo el mundo!" y los disparos, cuyos efectos aún pueden verse en las paredes del Congreso de los Diputados. Todos, de un modo u otro, nos vimos afectados por aquella acción que pudo acabar con la recién nacida España democrática.
A los parlamentarios que se vieron secuestrados en la Cámara Baja, la conocida como "noche de los transistores" les cambió la vida. También a Juan Carlos de Borbón. El entonces rey de España tuvo que salir a defender la Constitución y la democracia. Aquel día, el monarca se ganó la Corona.
La teoría de la conspiración le atribuye al "Campechano" la autoría intelectual del golpe, es decir, haber organizado un autogolpe para que su imagen y el sistema de 1978 salieran más reforzados. Estos mismos ven al teniente coronel como un tonto útil, alguien que se prestó a protagonizar y a "cargar con el muerto" de aquel teatro. La verdad pocos la conocen. Solo quienes tuvieron un papel protagonista ya que está archivada con el carácter de secreto oficial.
LA ESPAÑA DECIMONÓNICA
Pero lo cierto y verdad es que, aunque hoy todos conocemos al teniente coronel Antonio Tejero, si este hubiera nacido y vivido en la España del siglo XIX, poca gente sabría quién es y tampoco se hablaría mucho de él. Hagamos una prueba. Sin dar ningún tipo de contexto, pregúntale a las personas que tengas a tu alrededor —en casa o en la calle— por los siguientes nombres: Riego, Topete, Serrano, Prim, Pavía o Martínez Campos. Quizá alguien haya reconocido alguno, pero cuántos han sido capaces de hablarte de todos ellos. ¿Hay alguien que los haya relacionado?
Todos son de militares —los más conocidos— que, en un momento u otro del siglo XIX, dieron un golpe de Estado contra el régimen imperante, aunque entonces a esto se le llamaba pronunciarse. Los pronunciamientos eran una especie de afición, un fetiche, de los españoles decimonónicos.

Pronunciamiento militar del teniente coronel de Rafael de Riego contra el absolutismo de Fernando VII
Nadie podía considerarse español de pleno derecho si no conocía a un pronunciado o si no había participado —o al menos simpatizado— con alguno de estos levantamientos. La centuria, colmada por excelencia de cotilleos e intrigas palaciegas y parlamentarias, terminó acumulando cerca de una veintena de actos subversivos de este tipo. Ahí es nada.
La imagen de los diputados escondiéndose bajo sus escaños en 1981 está grabada también en el subconsciente colectivo de cualquier español. Todos se pusieron a salvo al escuchar los disparos. Todos salvo tres honrosas excepciones: la del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez; la del vicepresidente, Manuel Gutiérrez Mellado; y la del líder del Partido Comunista, Santiago Carrillo.
Pero, ¿de qué manera se afrontaban los golpes de Estado en el siglo XIX? ¿Cuál era la actitud de los diputados de entonces? La serie histórica de los diarios de sesiones publicada en la página del Congreso de los Diputados nos dibujan la imagen de una España en la que el honor era lo primero.

Aspecto del Congreso de los Diputados el 15 de enero de 1871 al entrar el rey Amadeo de Saboya
ADIÓS A CASTELAR
Es viernes, 2 de enero de 1874. El año pasado empezó con la renuncia del rey Amadeo I de Saboya y con el advenimiento de la Primera República. Una primera república que ahora agoniza. En un año se han sucedido cuatro presidentes: Estanislao Figueras, Francisco Pi y Margall, Nicolás Salmerón y Emilio Castelar. Este último se enfrenta hoy a una moción de censura que no va a superar.
A las cinco de la mañana se produce la votación —la sesión había comenzado a las tres y cuarto de la tarde con la lectura y aprobación del acta de la anterior—. Salmerón lidera la oposición contra Castelar. Poco después se conoce el resultado: Castelar ha perdido por 120 votos contra 100.
El republicano reconoce la derrota y dimite, pero antes de marcharse le pide al presidente un favor: "En nombre de la salud de la Patria y de la República deseo que emplee todos los medios para que, sin levantarse la sesión, quede sustituido este Gobierno". Las Cortes se ponen de acuerdo en buscar un nuevo presidente del Ejecutivo, pero se dan un tiempo para ponerse de acuerdo.

Escena del Congreso de los Diputados en el siglo XIX pintada por Eugenio Lucas Velázquez
La sesión se suspende a las seis menos veinte de la mañana del 3 de enero y se reanuda a las siete menos cinco, aunque solo se va a alargar treinta y cinco minutos porque, en el exterior de la Cámara Baja, el general Pavía está esperando conocer el resultado de la votación para actuar.
"no puedo sino morir aquí el primero"
Poco después de reabrir la sesión el presidente del Congreso, Nicolás Salmerón, toma la palabra y anuncia a los diputados que ha recibido "un recado ú órden del capitán general de Madrid, por medio de dos ayudantes, para decir que se desalojara el local en un término perentorio (...) ó que de lo contrario, lo ocupará á viva fuerza". Se está pidiendo a los parlamentarios que abandonen la Cámara Baja por las buenas o por las malas. No hay duda. Pavía está dando un golpe de Estado.
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Salmerón propone detener la elección del nuevo presidente, seguir en sesión permanente y "resistir hasta que nos desalojen por la fuerza" para que "las generaciones futuras sepan que los que antes éramos adversarios, ahora todos hemos estado unidos para defender la República".
Los vivas a la soberanía nacional y a la República se suceden. La crónica parlamentaria recoge que son "contestados por todos los lados de la cámara". "Todos somos uno", dice el presidente Salmerón y responden los diputados "todos".
Castelar, considerado uno de los mejores oradores del parlamentarismo español, declara que no puede hacer otra cosa "más que morir aquí el primero con vosotros". Otro diputado, Benot, toma la palabra y dice "¿Hay armas? Vengan. Nos defenderemos". Algunos en la sala piden el regreso del Gobierno que acaban de tumbar. Castelar, sin embargo, lo rechaza "para que no se dijera nunca que había sido impuesto por el temor de las armas á una Asamblea Soberana. Lo que está pasando me inhabilita á mí para perpétuamente, no solo para ser poder, sino para ser hombre político".

Emilio Castelar y Ripoll, presidente de la Primera República Española
LLEGA LA GUARDIA CIVIL
El presidente saliente rechaza regresar a la primera línea política, pero sigue en sus trece: "Aquí, con vosotros los que esperéis, moriré y moriremos todos". El diputado Chao pide al Gobierno "que expida un decreto declarando fuera de la ley al general Pavía" y que se informe de esto tanto al general como al ejército. Castelar no quiere exponer a nadie a un posible ataque, pero varios parlamentarios se ofrecen voluntarios a llevar el documento a Pavía.
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La Guardia Civil entra en el edificio y pide que se desaloje. Salmerón ruega a todos diputados que ocupen su asiento y solo se levante el que esté en el uso de la palabra. Benítez de Lugo vuelve a pedir un voto de confianza para que Castelar acabe con este pronunciamiento, pero este se niega porque "ya no tendría fuerza, y no me obedecerán".
Nicolás Salmerón pregunta a la Cámara si está de acuerdo en "resistir y dejarnos matar en nuestros asientos". Castelar le responde: "Yo estoy en mi puesto, y nadie me arrancará de él. Yo declaro que me quedo aquí, y aquí moriré".
La fuerza armada de Pavía entró en el salón de plenos entre gritos de "¡Qué escándalo!", "¡Qué vergüenza!", "¡Viva la República" y "¡Viva la Asamblea soberana!". Se oyen disparos. El reloj marca las siete y media de la mañana "quedando terminada la sesión en el acto". Son los últimos coletazos de la Primera República española, un capítulo que se cerrará oficialmente a final de año con otro levantamiento: el del general Martínez Campos que perseguirá la restauración de los Borbones en el Trono en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II.





