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Cómo rehacer la vida tras salir de prisión

Isla Merced es una isla para aquellos que necesitan un punto de apoyo para cambiar su vida tras pasar por la cárcel. En esta casa de acogida de Casarrubuelos, un hogar para hombres que están cumpliendo condena o la han cumplido ya, la asociación EPYV les ayuda a intentar empezar desde cero porque creen en que todos necesitamos una nueva oportunidad.

Susana, educadora del centro y Marifrán, la directora. Fto Laura Otón

Susana, educadora del centro y Marifrán, la directora. Fto Laura Otón

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 27 abr 2017

Pablo Morata es delegado de la Pastoral Penitenciaria de la Diócesis de Getafe, en Madrid, y él es el encargado de coordinar la ayuda a presos de cárceles como Navalcarnero, Valdemoro o Aranjuez, una población reclusa de 4000 personas. Los voluntarios les ayudan dentro de la prisión desde el primer momento que ellos lo necesitan, “a veces somos el primer hombro donde llorar, porque en la cárcel hay que ser fuerte, a veces somos su ayuda espiritual, sus mediadores con la familia fuera de la cárcel...”. Porque aquí si hay algo claro es que el ser humano está por encima de todo y nos merecemos otra oportunidad tras el resbalón. Esta vez no preguntamos porqué está aquí o qué es lo que hizo, está claro que muchos quieren pasar página. Como Jesús que a pesar de no querer hablar al principio nos cuenta que tiene la condicional y que ahora mismo desde Enero,“esto es una oportunidad porque cuando sales lo haces con miedo y esto me aporta seguridad que es lo más importante hasta que empiezas a tirar para alante”. Jesús es de Barcelona ha trabajado en los transportes durante 12 años y ha tenido una hamburguesería, va echando curriculum pero se mueve en el día a día. En Navidad le gustaría ver a su hijo.Muchos tienen hijos y no quieren irse demasiado lejos como Abdú, es de Guinea Bissau, tenía tiendas en Vallecas, no puede pensar con claridad hasta que no esté fuera del todo, quiere arreglar sus papeles en Portugal y volver a España para estar cerca de sus hijos. Para que les concedan los permisos carcelarios o la condicional es necesario que tengan un aval, muchos no lo tienen y esta casa sirve para darles una oportunidad. Marifrán Sánchez es la directora de la casa y nos cuenta como tiene que haber un compromiso “el que viene sabe que no le ofrecemos gratuitamente el aval, pedimos un compromiso de un cambio de conducta, tiene que comprometerse a iniciar un recorrido que al menos le permita reflexionar, cuestionarse como está su vida, qué tiene que cambiar, y querer hacerlo, no es un recurso asistencial pretendemos que sea mucho más”.Responsabilidad socialSusana Cano es educadora en esta casa y reconoce que “la sociedad tiene a visión de que quien está en la cárcel es una persona peligrosa que te va a hacer daño y todo esto parte del desconocimiento de la sociedad, la cárcel es ya un estigma”. Susana nos cuenta la historia de “el abuelo”, tiene 82 años, ya ha cumplido su condena y ahora “no tiene donde ir”. Magdalena, voluntaria, recuerda “¿que hacemos con estas personas? No tienen donde ir, ¿las dejamos en la calle para que vuelvan a delinquir?” .Ella está muy en contacto con el colectivo que trabaja con presos que sufren alguna enfermedad mental cree que “están en la cárcel muy controlados, con sus tratamientos, con su medicación, y así pueden tener una vida, pero en el momento que salen a la calle se descontrolan y no sirve de nada todo el trabajo”.Aquí no hablan de estadísticas, ni de porcentajes de éxito, se habla de caso a caso, Marifrán asegura que “hay personas que en un permiso no vuelven, se marchan,  ¿como se mide el éxito?, no tengo ni idea, la mayoría están aquí hasta que les llega la libertad y después hay una vinculación casi total, rehacen su vida y no volemos a saber nada de ellos”. Juri es otro de los hombres que han cumplido condena, diez años nada menos. Fue detenido y juzgado en el marco de la Operación Temple en 1999, una operación contra el narcotráfico, viajaba en un barco que fue interceptado en el Atlántico con toneladas de cocaína. “Ahora ya he cumplido con mi condena pero mi país no me reconoce, soy apátrida, no tengo papeles, no tengo familia, no puedo empezar como quisiera en otro lugar”.  Y no será por ganas, a sus 58 años tiene una novia con la que quiere casarse y gracias a esta casa “estoy como en familia, me tratan muy bien, en 2010 me dieron dos infartos y si no hubiera estado aquí me hubiera muerto en la calle”. Juri dice que aquí siente el calor del hogar, aunque lo de calor es mucho decir, este invierno no han podido enchufar todavía la calefacción el tanque está vacío, necesitan 1000 litros para el depósito, no hay un euro. Pablo Morata bromea entre el drama “este año hemos recibido el doble que el año pasado-se ríe- en el 2013 nada y en este el doble, nada de nada”. Horarios, responsabilidades, talleres para empezar de cero y un compromiso, el de ellos. Los que trabajan con ellos creen que esa responsabilidad es también de la sociedad al que hay que arrancarle otro compromiso como recuerda Magdalena “la sociedad si facilita recursos sociales hace dos beneficios está ayudando a la persona y a la paz social”.Cómo rehacer la vida tras salir de prisión

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