La semana pasada Sophie Scholl habría cumplido cien años. Nació en Alemania en la época en que el nazismo estaba en ascenso, y cuando estalló la guerra fue detenida junto a sus hermanas por participar en un movimiento ilegalizado por Hitler. Desde ese momento, a los 16 años, se convirtió en una opositora al régimen totalitario. Se sumó en la Universidad de Munich a un pequeño grupo denominado la Rosa Blanca. El grupo compartía una intensa religiosidad y una actividad de denuncia y de crítica hacia la política de Hitler. A los 22 años Sophie fue detenida por repartir unos manifiestos que el régimen consideraba altamente peligrosos. En solo cinco días fue condenada a muerte por alta traición y guillotinada junto a otros miembros de la Roda Blanca.

Con una sensibilidad y una pasión extraordinaria por la belleza, encarnó la fuerza de la libertad, la fuerza de la conciencia frente al poder. En los duros interrogatorios a los que fue sometida no quiso renunciar a aquello en lo que creía. Hoy su ejemplo nos sigue iluminado. Hoy sigue siendo necesario que haya personas como Sophie Scholl, que pongan su conciencia por encima de las pretensiones del poder y que testimonien que en la persona hay algo irreductible, una fuerza que escapa a los sistemas que pretenden convertirla en algo insignificante. Sophie nos recuerda que en toda persona hay algo mucho más grande, mucho más bello, mucho mejor que los proyectos de poder que se construyen contra el hombre.