Había expectación por el resultado de las elecciones presidenciales y legislativas en Túnez, por ser el país pionero de las revueltas de hace casi nueve años que desembocaron en las llamadas “Primaveras Árabes”. Los peores augurios han venido a confirmarse con el desencanto del electorado, que apenas ha rebasado el 41 por ciento del censo para elegir a sus diputados. Si en las presidenciales fueron derrotados los candidatos de los partidos habituales, para ser elegidos dos desconocidos, uno de ellos en la cárcel, en las legislativas se ha reproducido el mismo fenómeno del desencanto. El resultado ha sido la elección de una Asamblea Nacional fuertemente fragmentada, en la que destacan los candidatos independientes junto a una escasa mayoría del partido islamista “En Nahda”.

Queda por despejar la incógnita de quién será elegido presidente en la segunda vuelta este domingo, pero todo hace prever una difícil negociación para formar gobierno, además de un caos legislativo en el que nadie puede predecir hacia dónde se encaminarán las tantas veces prometidas reformas. Es evidente la desilusión de los tunecinos ante la experiencia de una “revolución” que está muy lejos de haber cumplido sus objetivos reformistas y la mejora del desempleo. Solo queda la débil esperanza de que los recién llegados a la escena política sean capaces de superar las politiquerías que han hundido las ilusiones de aquella “Primavera” que no ha llegado a florecer.