Parece sorprendente que en estos momentos en que la solidaridad entre los europeos es más necesaria que nunca, haya países de la Unión que den prioridad a sus enfoques particulares. O Europa está a la altura de la crisis que padece o entrará en una peligrosa pendiente de fragmentación y disolución.

La cumbre europea telemática, celebrada ayer hasta altas horas, concluyó con el aplazamiento de una serie de medidas que deben contribuir a paliar los efectos de la crisis y a asentar las bases para una adecuada recuperación. La exigencia de España e Italia de proceder a la emisión de bonos con garantía de la Unión Europea para financiar los gastos extraordinarios, y de activar el Mecanismo Europeo de Estabilidad, se encontró con la negativa de los países del norte a asumir ese coste, lo que ha llevado a la Unión Europea a una parálisis que esperemos se resuelva en la próxima cumbre.

El riesgo de que la Unión Europea se rompa en dos es real, hasta tal punto que la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyden, ha pedido a los responsables políticos que actúen “con un corazón grande y no con veintisiete pequeños”. Esta crisis puede afectar decisivamente a la confianza de los ciudadanos en una Europa que ya ha dado suficientes muestras de haber olvidado sus raíces, las ideas de los padres fundadores que hicieron posible este proyecto de cohesión, solidaridad y vida en común.