El cortoplacismo y la falta de altura política con la que el Gobierno está actuando ante la crisis hacen que cualquier iniciativa de acuerdo sea vista con sospecha. Por eso la recurrente cantinela de unos nuevos Pactos de la Moncloa ha nacido lastrada.

Los pactos firmados en octubre de 1977 sirvieron para dotar al sistema español de la estabilidad necesaria para afrontar con un cierto músculo la transición hacia la democracia. Hoy como ayer, España se encuentra en una situación muy delicada, pero el Gobierno no está actuando con la altura de miras necesaria. Además es difícil invocar el consenso cuando dentro del propio Ejecutivo hay quienes tienen como objetivo la demolición del régimen del 78. En estos días en que despedimos a personas de la talla de Landelino Lavilla o Enrique Múgica, se echa de menos un liderazgo moral sólido, capaz de ponerse al timón de la barca y de actuar con grandeza, más allá de los meros intereses partidistas.

Ojalá que se pueda llegar a un Pacto de esas características, pero la situación de partida no es la mejor. Mientras el Presidente Sánchez pide lealtad y unidad, desde el PSOE se arremete a diario contra la oposición, estigmatizando al que piensa diferente o al que osa criticar la gestión del Gobierno. Se habla una y otra vez de Pactos sin ninguna propuesta concreta y con imposiciones ideológicas como punto de partida. Pactos sí, pero no así.