La denominada “caravana de la dignidad” ha alcanzado ya Ciudad de México. Con toda seguridad será este país el que va a acoger a la mayor parte de los siete mil centroamericanos que se estima que integran esta segunda caravana. Los datos de los que dispone la Secretaría de Gobernación revelan que son ya más de tres mil los que han solicitado refugio. La opinión pública mexicana está respondiendo muy favorablemente a la acogida y a los apoyos que el Gobierno está poniendo en marcha. La Iglesia católica en México se ha pronunciado sobre el deber de acogida a los migrantes y ha puesto a su disposición los más de 100 albergues con los que cuenta en todo el territorio. Y, sin embargo, no era México, sino Estados Unidos, el destino anhelado. De hecho es en Estados Unidos donde viven la mayor parte de los emigrantes centroamericanos que escapan de la inestabilidad política, la pobreza, la violencia de las maras, así como de los índices de homicidio más altos del mundo.

El Gobierno Trump puede amenazar con cerrar la frontera y militarizarla, pero la crisis humanitaria persiste. Y a esto es a lo que en este momento hay que hacer frente de manera urgente. Después habrá que establecer verdaderos mecanismos de cooperación. Los Gobiernos de los países centroamericanos son responsables por no atajar las causas que expulsan a sus ciudadanos, pero los países más ricos y poderosos también lo son cuando incumplen las obligaciones mínimas del derecho internacional humanitario.