La luz que resplandece en Belén

Las celebraciones litúrgicas de Navidad nos han traído una luz que no se apaga y que ilumina estos días que apuntan al final del año. El nacimiento del Niño Dios en una humilde cueva de Belén supone un antes y un después en la historia, en la entraña de una humanidad herida por las discordias, las guerras y las desigualdades. Nada es lo mismo desde que hace más de dos mil años unos sencillos pastores, junto con unos sabios procedentes de los lugares más recónditos del mundo, corrieran a ofrecer lo mejor que tenían al Niño Dios.

La celebración de la Navidad es mucho más que un tiempo de buenos deseos, fiestas deslumbrantes y consumo sin freno. Es el eco de una presencia que trae vida al mundo, y que se renueva cada vez que extendemos nuestra mano hacia el hermano más necesitado y desfavorecido. Ante la incertidumbre de un cambio de época, como dice el Papa Francisco, en un momento en el que son más las preguntas que las respuestas, en un tiempo en el que se deshacen las certezas y los vínculos que habían hecho posible el progreso, cuando emergen de nuevo los egoísmos colectivos que habían marcado las páginas más trágicas de nuestro pasado, la luz que resplandece en Belén sigue sembrando la esperanza y la confianza. Por más que sintamos la soledad, el testimonio de lo que hemos celebrado en estos días, el Amor que se da en plenitud, sigue siendo aliento de vida para nuestro mundo.