El Sahara Occidental ha sido escenario estos días de una nueva escaramuza bélica entre el Ejército marroquí y el Polisario que solo ha servido para recordar la permanencia de un conflicto que la ONU se ve incapaz de resolver. El litigio se centra en la decisión de Marruecos de incorporar este territorio a su soberanía nacional, frente a la aspiración del Polisario, con el apoyo de Argelia, de celebrar un referéndum de autodeterminación de acuerdo con las resoluciones de las Naciones Unidas. Con el transcurso de los años, la ONU se ha contentado con mantener una misión de vigilancia del alto el fuego alcanzado hace treinta años, la “Minurso”, que se renueva de año en año.

El pasado 31 de octubre el Consejo de Seguridad prorrogó el mandato de su misión mediadora, una ocasión que el Polisario aprovechó para bloquear la franja de Guerguerat que separa las fronteras de Marruecos y Mauritania, en un gesto de presión a la ONU. La iniciativa no ha tenido el menor resultado dada la rápida intervención militar marroquí. Marruecos mantiene en vigor su propuesta de autonomía del territorio, que ha ido ganando apoyos dentro del propio continente africano. En cambio, la proclamada República Árabe Democrática Saharaui, asentada en el oasis argelino de Tiunduf, se debilita, y depende de una Argelia inmersa en una refundación llena de incógnitas, entre ellas el futuro de sus tensas relaciones con Marruecos.