Por segunda vez en dos semanas, el reino de Marruecos ha manifestado su malestar por las “explicaciones insuficientes” del Gobierno español a propósito de la hospitalización en nuestro país del líder del Frente Polisario, Brahim Gali, enfermo de Covid.

El fondo de la cuestión es el sempiterno conflicto del Sahara y el deseo de Marruecos de que España, como ha hecho Francia, adopte una postura más favorable al proyecto de Mohamed VI de conceder una amplia autonomía a la antigua colonia española, en lugar del pendiente referéndum de autodeterminación, estancado en la ONU.

Las relaciones hispano-marroquíes han entrado en una fase de tirantez en la que, de nuevo, intervienen las viejas pretensiones marroquíes sobre Ceuta y Melilla. Corresponde a los dos países, así como a la Unión Europea, evitar una escalada de tensión que afectaría a la cooperación en materias tan vitales como la inmigración y la lucha contra el terrorismo.

Es de esperar que la sensatez se imponga a la tensión, dadas las implicaciones que para la seguridad de España y de toda Europa tiene la estabilidad de las relaciones con Marruecos. Pero es indudable que, más pronto que tarde, debe encontrarse una solución al conflicto saharaui, que también amenaza con incendiar todo el norte de África.