El PNV ha enseñado la puerta de salida a su lehendakari, Íñigo Urkullu, para evitar un probable “sorpasso” de Bildu, que apuesta también por el relevo generacional sin vínculos históricos demasiado evidentes con ETA. La jugada del PNV tiene también que ver con el final de la moderación en las reivindicaciones nacionalistas. En una legislatura marcada por la agenda del independentismo catalán, la cúpula del PNV toma nota del buen funcionamiento del eje ERC-Bildu, y acerca posturas con Junts para sumarse al carro del órdago al Estado, algo que dificultaban las malas relaciones de Urkullu y Puigdemont. Pedro Sánchez asiste a todos estos movimientos desde la barrera. Seguramente piensa que tiene la situación bajo control porque los votos socialistas serán determinantes en la formación del próximo gobierno en Ajuria Enea. La apuesta, ha dicho ya el PSOE, será por la continuidad. Como premio de consolación, es probable la opción de entregar a Bildu la alcaldía de Pamplona, y así evitar poner en peligro sus votos en el Congreso.

Son cálculos exentos de escrúpulos y, además, inconsistentes. Desde hace décadas no se veía un apoyo tan bajo al independentismo en el País Vasco y en Cataluña, pero esta legislatura le va a regalar una inesperada oportunidad de recuperar el terreno perdido. Donde había un problema en vías de solución, ahora habrá reivindicaciones con enorme poder desestabilizador marcando la agenda nacional. Es el precio de la opción de Pedro Sánchez de desplazar el eje de la política nacional de la centralidad al radicalismo.