La Conferencia Episcopal ha aprobado una versión actualizada del testamento vital en respuesta a la nueva regulación sobre eutanasia. Falta ahora la adaptación a las legislaciones autonómicas para que el texto sea plenamente operativo y produzca los efectos pretendidos, pero lo que ha quedado ya claro es que la propuesta va muy en serio. Y que recoge un sentir muy amplio en la sociedad española, el sentir de quienes creen en el sentido trascendente de la vida humana y se niegan a que las personas enfermas o dependientes sean vistas como un estorbo, pero que tampoco están dispuestas a que su existencia terrenal sea extendida por medios artificiales más allá de lo razonable. Con razón, los obispos se quejan de que el Gobierno les ignore sistemáticamente ante esta y otras propuestas legislativas de amplio calado antropológico, que cuanto menos merecerían un diálogo social serio. No por cuestión de privilegios, sino porque son muchas las personas que comparten hoy en España la visión católica acerca del ser humano y del mundo. Una visión que, lejos de suponer una huida del mundo, invita a vivir con mayor sentido e intensidad, aspecto que impregnará el plan pastoral de la CEE hasta 2025. Es la concreción de la Iglesia en salida que promueve el Papa Francisco, en la que el protagonista indiscutible es el discípulo misionero que entra en diálogo con los demás y se hace su prójimo. Y que, con su testimonio de vida personal y comunitaria, es portador de una propuesta que, parafraseando a Benedicto XVI, “no quita nada”, sino que “lo da todo” y permite degustar una “vida verdadera”.