“Laicos por vocación, llamados a la misión” es el lema con el que la Iglesia celebra hoy el Día de la Acción Católica y el Apostolado Seglar.

La fecha tiene especial significado a pocos meses del Sínodo de la Sinodalidad, flanqueado por múltiples iniciativas locales, como en España el Congreso sobre las Vocaciones que se prepara para 2025 o el recién celebrado Encuentro sobre el Primer Anuncio.

De fondo hay toda una propuesta para avanzar en la aplicación el Concilio Vaticano II y la corresponsabilidad de los laicos en una Iglesia que no ha sido fundada para replegarse sobre sí misma sino para anunciar el Evangelio al mundo.

Ese anuncio no requiere situaciones extraordinarias. Fruto quizá de una visión demasiado estrecha de la vocación cristiana, durante mucho tiempo se ha menospreciado la importancia de vivir con coherencia y sencillez la fe en la familia, en el trabajo o en los diferentes niveles de la vida pública. Otro gran redescubrimiento es la importancia de la comunidad, en contraste con una sociedad hoy atomizada.

Vivir la fraternidad en el seno de la Iglesia es, de hecho, una de las primeras y más eficaces formas de misión, posible solo cuando se reconoce la diversidad de ministerios, carismas y vocaciones, huyendo de una absurda rivalidad entre vocaciones desde una lógica de poder que no es la eclesial.

Pero, como dicen en su mensaje para esta jornada los obispos españoles, todo esto solo es posible desde la convicción de que, como Pueblo de Dios, la misión “no es iniciativa nuestra”, sino del Espíritu Santo, don entregado a cada bautizado y verdadero alma de la evangelización.