“Caridad, culto y cultura” son las tres Ces que sintetizan la actividad de la Iglesia, en palabras del cardenal Omella en la presentación, esta semana, de la Memoria de Actividades de la Iglesia. Los titulares periodísticos se han centrado en cifras como los 4 millones de personas atendidas en los centros sociales de diócesis y congregaciones, dato impresionante que da idea del impacto de la presencia de la Iglesia en la sociedad. Desde otra perspectiva, sin embargo, esa labor no es más que el reflejo de una fe que no admite quedarse confinada en la sacristía, porque contiene una propuesta integral a partir de la concepción cristiana de la persona, la familia y la sociedad.

La acción social de la Iglesia, decía el secretario general del episcopado, Luis Argüello, nace del hecho de que “los católicos españoles nos reunimos los domingos para celebrar la Eucaristía, recibir el amor de Dios y, a lo largo de la semana, entregar ese amor en las diversas experiencias en las que la Iglesia está presente”. Unos 10 millones de personas participan los domingos en la celebración de la Eucaristía en las parroquias, donde los fieles se organizan para transmitir la fe por medio de la catequesis o atender las necesidades sociales en su entorno más cercano.

Eso explica la capilaridad de la Iglesia, su capacidad de llegar a todos los rincones y estar en contacto directo con las necesidades de la gente. Necesidades compartidas por los propios voluntarios, que sufren los mismos problemas que el resto, pero forman parte de esa comunidad que nace en la Eucaristía y se moviliza para no dejar a nadie abandonado a su suerte.