Tarde, y después de haber causado un gran daño a las instituciones, Donald Trump ha reconocido su derrota en las elecciones. Su condena de la violencia llega después de haberla alentado, y de haber dado alas a un bochornoso asalto este martes al Congreso. Ahora es necesario que se marche en tiempo y forma de la Casa Blanca, con un traspaso de poderes que no dañe más a los Estados Unidos y que no aumente la inestabilidad internacional.

Queda por delante un largo trabajo de sanación de la vida política de los Estados Unidos y, en gran medida, de todo Occidente. Lo sucedido este martes es en cierto el símbolo del fin de una época en que la democracia era reconocida como un bien evidente. Ha sido el destilado de un proceso de banalización de la vida pública, polarización ideológica y destrucción del sentido del bien común del que la presidencia de Trump ha sido catalizadora, pero por el que muchos tienen que hacer examen de conciencia.

El asalto al Congreso puede quedar como aviso para los próximos tiempos, en los que la mala gestión de la pandemia y la fatiga de la crisis pueden alentar reacciones de ira colectiva que todo tipo de populismos intentarán utilizar a su favor.