La crisis sanitaria y económica ha prendido en la joven democracia de Túnez desencadenando una crisis que, en apariencia, echa por tierra las libertades alcanzadas tras la "Primavera árabe", hace diez años. Ante el descontento creciente de la población, el presidente Kais Saied decidió el pasado domingo suspender el Parlamento durante un mes y destituir al Gobierno, asumiendo los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. La reacción en las calles de las principales ciudades ha sido una explosión de alegría popular, matizada por las críticas de la mayor parte de los partidos, especialmente el islamista moderado En-nahda, ganador de las últimas elecciones legislativas.

El presidente Saied, un avezado jurista conservador que ganó las elecciones hace dos años sin apenas hacer campaña y sin el apoyo de ningún partido, ha justificado su golpe de autoridad en los estériles enfrentamientos de los parlamentarios que dificultaban la lucha contra la pandemia, ante la alarma popular. Hasta ahora considerado como un modelo de democracia en el mundo árabe gracias al pacto de convivencia alcanzado entre islamistas y laicos, Túnez se enfrenta no solo a la pandemia sino también al yihadismo, que no ha dejado de sacudir al país. Aunque el movimiento de Saied parece una marcha atrás en la vida política, se espera la apertura de un diálogo entre todos los partidos para alcanzar un nuevo pacto de Estado. Veremos si el resultado final es la demolición del sistema democrático a un paso hacia adelante en la consolidación de las libertades.