La situación política en Cataluña se desliza por una pendiente de tensiones, deslealtades, desobediencia a la ley e incertidumbre que llevan a esa comunidad a un declive autodestructivo, muy alejado del dinamismo político, económico y social que la caracterizaba.

A pocas semanas de la decisión de la Sala Segunda del Supremo sobre la inhabilitación del presidente de la Generalitat, Quim Torra ha destituido a tres consejeros de su gobierno. Es un acto de aparente fuerza que refleja la aguda crisis interna del independentismo, que ha convertido a los grupos salidos de la antigua Convergencia en caricaturas de los ideales que algún día sostuvieron y en víctimas del delirio de personajes como Puigdemont. Este proceso refleja la degradación de una clase política que ha utilizado la bandera del nacionalismo para sus intereses y que demuestra la inviabilidad del proceso separatista.

En este clima de degradación institucional las promesas no cumplidas están a la orden del día. Los catalanes están esperando aún la convocatoria de elecciones que prometió Torra para después de que se aprobaran los presupuestos, algo que ocurrió en el mes de abril. Y para complicar más el panorama, Pedro Sánchez, después de la conversación con el diputado de ERC Gabriel Rufián, resucita la llamada “mesa de diálogo” cuyo único objetivo es negociar la autodeterminación. No sabemos si llegará a haber comensales en la mesa, porque todo parece un juego de distracción mientras tantas cosas agonizan.