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El Monte del Gozo y la ermita del santo que nunca llegó a ver Compostela

Viendo la alegría de los peregrinos cuando consiguen coronar esa pequeña cima, se entiende perfectamente que se llame Monte del Gozo

El Monte del Gozo y la ermita del santo que nunca llegó a ver Compostela

Javier Carroquino

Tiempo de lectura: 2'Actualizado 00:14

Muy cerca de Santiago de Compostela, pasado el río Labacolla, está la subida al Monte del Gozo, un lugar mágico que transmite una fuerza especial a los peregrinos y el primer lugar del Camino de Santiago desde el que se divisa la catedral.

Viendo la alegría de los peregrinos cuando consiguen coronar esa pequeña cima, se entiende perfectamente que se llame Monte del Gozo y que siglos atrás, los franceses le llamaran “Mont Joie” (Monte Alegría).

Aunque el origen de ese nombre se remonta hasta muchos siglos atrás, a los albores de las peregrinaciones a Santiago y muy vinculado a una leyenda, según la cual, que un grupo de franceses decidieron peregrinar juntos a Santiago. Cuando estaban en el puerto Cieze, cerca de Saint-Jean-Pied-de-Port, uno de ellos cayó gravemente enfermo y sus compañeros decidieron que cargar con él hasta Santiago les iba a resultar muy penoso y cansado, así que acordaron abandonarlo a su suerte en pleno monte. Solo uno de los peregrinos renunció a seguir el camino y se quedó a su lado.

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El enfermo falleció durante la noche y, al amanecer, sobre un caballo blanco, apareció un jinete que se ofreció para llevar al fallecido y al compañero que se había quedado para cuidarlo hasta Compostela, al menos hasta que tuvieran el templo a la vista.

Los montó en su caballo y al amanecer, el peregrino comprobó con asombro y satisfacción que su amigo fallecido había llegado a Compostela porque tenían la catedral a la vista. Estaban en el Monte del Gozo, a ochocientos kilómetros de dónde se encontraban unas horas antes y cuentan que, en ese lugar y mirando a la catedral, lo enterró.

Pero si el Monte del Gozo es magia y leyenda, a sus pies, la pequeña y humilde ermita de San Marcos, resulta fascinante. Es una iglesia pequeñita, pero ejemplo vivo de que uno nunca debe rendirse.

Cuenta la leyenda que hace muchos años, San Marcos estaba peregrinando a Santiago y que cayó rendido al llegar a ese punto. Cuando se encontraba descansando, pasó otro peregrino y él le preguntó si faltaba mucho para llegar a Compostela. El peregrino, señalando un montón de zuecos rotos por el uso que colgaban de su mochila, le dijo que Santiago estaba en el fin de la tierra y que tendría que, para llegar, tendría que romper otros tantos zuecos como él llevaba colgando.

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San Marcos, desmoralizado y agotado, decidió quedarse allí y levantar una capilla con el altar orientado hacia poniente donde estaba Santiago y su campo de la estrella.

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Si hubiera caminado apenas trescientos metros más hasta llegar a lo alto de la pequeña cumbre, habría coronado el Monte del Gozo y visto el Templo de la Estrella, pero cuentan que San Marcos nunca lo hizo, que se quedó allí, con el monte entre él y su destino y que nunca llegó a ver Compostela.

Nadie sabe si el peregrino que engañó a San Marcos llegó a Santiago o sigue rompiendo zuecos buscando “el fin de la tierra” sin saber que Santiago está mucho más cerca, justamente al otro lado de este Monte del Gozo, un monte que sí coronó con éxito un peregrino que llegó a él rodeado de miles de jóvenes: San Juan Pablo II, como nos recuerda un monumento en su honor.

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