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Llàtzer Moix: El Pritzker valora ahora la arquitectura con compromiso social

El Premio Pritzker, considerado el Nobel de la arquitectura, ha evolucionado parejo a la sociedad desde su creación en 1979 y ha pasado de premiar a los grandes arquitectos clásicos y a proyectistas de espectaculares edificios a distinguir a profesionales con mayor sensibilidad ambiental y social que resuelven problemas actuales.

Agencia EFE

Tiempo de lectura: 3'Actualizado 11:25

El Premio Pritzker, considerado el Nobel de la arquitectura, ha evolucionado parejo a la sociedad desde su creación en 1979 y ha pasado de premiar a los grandes arquitectos clásicos y a proyectistas de espectaculares edificios a distinguir a profesionales con mayor sensibilidad ambiental y social que resuelven problemas actuales.

Así resume, de forma general, el periodista y crítico de arquitectura Llàtzer Moix la trayectoria de un premio cuyo palmarés reúne a la flor y nata de la profesión en el ámbito internacional, tras haber conversado con 23 de los ganadores del prestigioso galardón, unos diálogos que ha reunido en el libro "Palabra de Pritzker" (Anagrama).

En una entrevista con Efe, Moix señala que, tras crear la adinerada familia Pritzker el galardón, a propuesta del activista cultural Robert Carleton Smith, los primeros premios recayeron en arquitectos clásicos, de una larga y sólida trayectoria, y así fueron reconocidos Philip Johnson, Luis Barragán, Richard Meier u Oscar Niemeyer, lo que fue también para sus impulsores "una forma de capitalizar el prestigio del premio".

En una segunda etapa, hacia finales del pasado siglo y en tiempos de bonanza económica, los ganadores fueron arquitectos "con mucha producción de arquitectura estelar", y el Pritzker recayó en proyectistas como Frank Gehry, Norman Foster, Jacques Herzog, Richard Rogers, Jean Nouvel o Zaha Hadid, que hacían "grandes alardes estéticos, constructivos y monumentales".

Estos proyectos pierden vigencia a partir de la crisis financiera de 2008 y el jurado empieza "a atender más a los problemas reales del mundo, a cuya solución se puede contribuir desde la arquitectura, como la conservación del medio ambiente o los flujos migratorios, y se empieza a premiar a arquitectos que han demostrado mayor sensibilidad y preocupación por estos temas sociales", precisa Llàtzer Moix.

Esta tendencia se corrobora con la concesión este mismo año 2022 del Pritzker al arquitecto africano Diebedó Francis Kére, que fue el primer niño de su comunidad en Burkina Faso que pudo ir a la escuela, aunque debía andar muchos kilómetros hasta otro poblado porque en el suyo carecían de ella.

Tras viajar a Alemania para estudiar ebanistería primero y arquitectura después, antes de graduarse ya proyectó una escuela en su pueblo construida con ladrillos de arcilla fabricados in situ y diseñada con un sistema de ventilación natural por menos de 30.000 euros obtenidos con un 'crowfunding'.

Para Llàtzer Moix, con la concesión del Pritzker a Keré el jurado lanza un nuevo mensaje de esperanza: "No hace falta tener dinero o vivir en Nueva York para construir buena arquitectura, se puede construir en cualquier lugar".

Moix recuerda que en los estatutos del premio ya se encuentra la voluntad de "distinguir prácticas profesionales que envíen el mensaje de que la arquitectura puede servir para muchas cosas, y que no es solo para ambientes privilegiados, sino que probablemente tiene más valor allí donde es más necesaria".

Respecto al Pritzker concedido en 1996 a Rafael Moneo, primer arquitecto español en obtenerlo, Moix considera que el galardón "está muy bien dado", pues no en vano "es una persona con unos conocimientos clásicos y académicos oceánicos, además de un proyectista de grandísima calidad".

En cuanto al premio otorgado en 2017 al despacho de Olot RCR Arquitectes (Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramon Vilata), "causó más sorpresa porque, a diferencia de Moneo, eran unos profesionales que habían tenido una proyección exterior hasta entonces muchísimo más limitada".

En su opinión, el jurado se fijó en ellos "porque su actitud transporta un mensaje de esperanza para arquitectos que no están ni en la nube ni en el relumbrón, y que lo que priman es una conexión íntima con el territorio para conseguir una unión entre su técnica y sus cualidades constructivas con ese entorno que les alimenta".

Una de las críticas que se ha hecho al Pritzker es la limitada presencia de arquitectas en su palmarés, especialmente en los primeros años, pues no fue hasta 2004, en su vigésimo sexta edición, cuando lo ganó una mujer por primera vez, la anglo-iraquí Zaha Hadid.

"La presencia de mujeres en el podio de la arquitectura, como en otros campos, es claramente inferior en términos porcentuales y es difícil reescribir la historia", indica Moix, que resalta que ahora el jurado es paritario y que es más sensible a esta cuestión, por lo que en la última década varias mujeres han obtenido el galardón, como Kazuyo Sejima, Carme Pigem, Shelley McNamara e Yvonne Farrell o Anne Lacaton.

Entre los arquitectos que a juicio de Moix merecerían el premio cita al británico David Chipperfield, "que tiene una obra ejemplar, como la rehabilitación de los grandes museos de Berlín bombardeados durante la Segunda Guerra Mundial, hecha con un nivel excelente", por lo que, a su juicio, "es raro que no lo tenga ya".

En cambio, el autor cree que "con los estándares actuales que rigen en el jurado ahora mismo Santiago Calatrava lo tiene difícil, pero me puedo equivocar".

Llàtzer Moix apunta que, para detectar a posibles ganadores, "hay que identificar cuáles son los ámbitos de la actividad arquitectónica que la sociedad va a primar en los próximos años y probablemente si buscas a algún autor que ya se haya adelantado y haya sacado buenos rendimientos en eso y tenga proyección global, pienso que ahí pueden estar los próximos premios Pritzker". EFE.

hm/lml

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