De Valencia a Brujas: el objeto de arte que fue testigo de una boda nobiliaria y que sobrevivió a un banquete de ocho días
Felipe III el Bueno e Isabel de Portugal se unieron en matrimonio en la ciudad belga con una pieza singular llegada desde la costa mediterránea

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En una vitrina del Museo Lázaro Galdiano, en Madrid, descansa un objeto que parece contener siglos de historia en su esmalte dorado. Se trata del Gran plato con las armas de Felipe III el Bueno, una pieza de cerámica hispanomusulmana del siglo XV, que fue testigo silencioso de uno de los matrimonios más estratégicos del occidente medieval: el del duque de Borgoña con la infanta Isabel de Portugal.
Una vajilla para conquistar el corazón y la política
El braserillo de cerámica de reflejo metálico no es solo un objeto artístico, sino el fragmento tangible de una historia diplomática. En 1427, embajadores del duque Felipe III el Bueno recorrieron la Península Ibérica buscando una esposa para su señor. Pasaron por Valencia y, posiblemente, en los alfares de Manises encargaron platos con blasones nobiliarios. Poco después, el duque, consciente de la urgencia de perpetuar su linaje, se casaba por tercera vez, esta vez con la inteligente y bella Isabel de Portugal, cuya casa real estaba aliada con Inglaterra.
La boda, celebrada en Brujas en enero de 1430, fue un acontecimiento de ocho días de opulencia extrema. Los cronistas relataron cómo el vino corría “como fuentes, día y noche” y los manjares se apilaban en mesas de hasta cinco pisos. No es descabellado imaginar que el braserillo con las armas de Felipe III formara parte de aquella vajilla ceremonial, luciendo sus reflejos dorados en una de las mesas más fastuosas de la historia de Europa.
Un arte entre dos mundos: técnica islámica y nobleza cristiana
Producida en los talleres de Manises, la pieza es un ejemplo exquisito de la loza dorada hispanomusulmana, altamente valorada por las cortes europeas. El plato está hecho en cerámica esmaltada con reflejo metálico, con 47,5 cm de diámetro, y muestra en su centro el escudo de armas del duque borgoñón, con bandas, flores de lis y un león rampante, rodeado de elementos islámicos como el árbol de la vida y las alafias, símbolo de salud y felicidad.

Braserillo o gran plato con las armas de Felipe III El Bueno
En el reverso, casi escondido por la forma de exhibición actual, se encuentra otro detalle fascinante: un grifo alado rampante envuelto entre helechos, en una composición donde el arte vegetal y lo mitológico se funden. Esta combinación de iconografía cristiana y decoración islámica era común en la cerámica valenciana de la época, una convivencia cultural que se aprecia también en la mezcla de alfabetos gótico y árabe en las piezas de Manises.
El braserillo no solo servía para decorar o contener alimentos; su técnica requería de dos cocciones complejas y secretos artesanales transmitidos durante generaciones. Los alfareros moriscos del Levante español lograron mantener viva esta tradición, cuyas raíces se remontan a Mesopotamia y que llegó a España como parte del refinado legado islámico.
Del esplendor borgoñón al legado de Lázaro Galdiano
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Siglos después de su creación, el braserillo viajó hasta Nueva York, donde fue adquirido en 1942 por José Lázaro Galdiano, coleccionista, editor y defensor apasionado del patrimonio español. Comprado junto a otras piezas maniseras en la Hammer Galleries por 1.600 dólares, procedentes de las colecciones de Peyta y de William Randolph Hearst, la pieza encontró su morada definitiva en Madrid, formando parte de la excelsa colección de cerámica de su museo.
José Lázaro fue un hombre de gustos enciclopédicos, y su museo —ubicado en el palacete de Parque Florido— reúne más de 13.000 obras de arte. Entre ellas, destaca este plato borgoñón no solo por su belleza, sino porque es una de las dos únicas piezas conocidas que sobrevivieron del conjunto encargado para el servicio del duque. La otra se encuentra en la Wallace Collection de Londres.
Más allá del arte, el plato encierra el espíritu de una época: el auge del Estado borgoñón, el nacimiento de la Orden del Toisón de Oro, la convergencia cultural entre oriente y occidente y la diplomacia a través de los objetos. Felipe III el Bueno, mecenas de pintores como Van Eyck o Rogier van der Weyden, fue también un hombre que entendía el poder del símbolo. Y este plato, con su escudo dorado, fue, sin duda, un símbolo de poder, riqueza y aspiración universal.
Hoy, en su vitrina, el braserillo no emite calor, pero conserva la llama del arte, la historia y la memoria, como una ventana a una Europa donde la cerámica podía ser tan importante como una alianza política.