No es un mito: el cocodrilo que cuelga del techo de la Catedral de Sevilla existió y esta es su historia real
Entre los muros centenarios de uno de los templos más imponentes de España se esconde una historia tan insólita como real que sigue fascinando a quienes la descubren

Cocodrilo en la Catedral de Sevilla
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Entre los arcos góticos y los altares dorados de la Catedral de Sevilla, un extraño visitante cuelga del techo, desconcertando a quienes alzan la vista: un cocodrilo disecado. Su silueta, suspendida entre cadenas, no pertenece al imaginario típico de un templo cristiano, y sin embargo lleva siglos formando parte de su historia.
Aunque a simple vista pueda parecer una extravagancia decorativa, la presencia del animal está ligada a uno de los episodios diplomáticos más curiosos de la Edad Media. Su historia arranca con un gesto de buena voluntad llegado desde tierras lejanas, cuando el sultán de Egipto envió al rey Alfonso X el Sabio una serie de regalos exóticos. Entre ellos, viajaron hasta Sevilla un cocodrilo, una jirafa y un colmillo de elefante, como símbolo de respeto y posible alianza matrimonial con la hija del monarca castellano.

Cocodrilo en la Catedral de Sevilla
La propuesta fue rechazada, pero los presentes quedaron como testigos silenciosos de aquel contacto entre culturas tan distantes. De todos ellos, solo el cocodrilo ha resistido —al menos simbólicamente— el paso del tiempo. El ejemplar original, que fue conservado disecado, terminó deteriorado y fue reemplazado por una réplica que hoy continúa colgando del techo, muy cerca del acceso al Patio de los Naranjos.
Una leyenda suspendida en el tiempo
A lo largo de los siglos, el cocodrilo se ha convertido en uno de los elementos más fotografiados y comentados por los visitantes, sobre todo por aquellos que no esperan encontrar una criatura del Nilo bajo las bóvedas góticas de un templo cristiano. Para muchos turistas, su sola presencia despierta preguntas: ¿es real? ¿por qué está aquí? ¿qué significa?
Lo que empezó como una anécdota diplomática ha terminado por convertirse en una de las historias más singulares de la Catedral de Sevilla, capaz de conectar a la ciudad con horizontes lejanos como Egipto y con figuras históricas de renombre.

Catedral de Sevilla
Además del cocodrilo, otros objetos de aquella embajada se conservan o recuerdan: el colmillo de elefante, que se cree aún puede verse, y la memoria de una jirafa que asombró a los sevillanos de la época, acostumbrados a bestias menos exóticas.
La réplica del cocodrilo actual no reproduce solo la forma del animal, sino que también encarna el relato que lleva consigo. Suspendido del techo, sin apenas contexto para el visitante desprevenido, parece flotar entre el mito y la historia, como una alegoría de los encuentros inesperados que modelaron Europa.
Un símbolo de poder, asombro y curiosidad
El hecho de que la catedral conserve este tipo de elementos habla de algo más profundo que una simple anécdota: la voluntad de Sevilla de preservar los rastros de su historia diversa y de su papel central en el mundo durante siglos.
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Lejos de ser un objeto meramente decorativo, el cocodrilo representa un momento de diálogo entre culturas, aunque no concluyera en matrimonio. Refleja también el impacto que producía en la Europa medieval el contacto con animales y objetos procedentes de África o Asia, donde lo desconocido se mezclaba con lo sagrado y lo simbólico.
La Catedral de Sevilla, reconocida como la catedral gótica más grande del mundo y Patrimonio de la Humanidad, guarda entre sus piedras múltiples historias, pero pocas tan singulares como la de este visitante de escamas y dientes, que sigue colgado del pasado y de la imaginación.
Hoy, el cocodrilo no solo desafía la lógica del espacio sagrado, sino que invita a mirar el arte y la religión desde una perspectiva abierta, donde la historia se cuela en los rincones menos esperados. Porque a veces, para entender el alma de una ciudad, hay que mirar hacia arriba.