Tres tesoros ocultos de Aragón ya forman parte del Patrimonio Cultural: historia, piedra y aguas milagrosas

Los Pirineos oscenses guardan secretos que combinan historia, patrimonio, espiritualidad y misterio. Uno de los enclaves más singulares es el entorno de los Baños de Benasque, situados a 1.720 metros de altitud, en pleno Parque Natural Posets-Maladeta, donde brotan aguas termales sulfurosas que han sido utilizadas con fines curativos desde hace siglos. A escasos kilómetros, en Gavín, la iglesia de San Bartolomé y la Casa Abacial conservan aún los ecos del románico lombardo y del monacato medieval. Juntos, estos lugares dibujan un mapa de riqueza patrimonial en el corazón del Alto Aragón.

Los Baños de Benasque: el balneario más alto de España… y con historia  

Con una temperatura constante de 37 ºC, las aguas mineromedicinales de los Baños de Benasque poseen propiedades relajantes, antiinflamatorias, diuréticas y depurativas. Son sulfurosas, bicarbonatadas y sódicas, y se recomiendan para afecciones como el reumatismo, la artrosis, la artritis, el estrés, o problemas respiratorios, digestivos y renales. Además del baño termal, el complejo llegó a ofrecer tratamientos de balneoterapia, masajes y servicios de bienestar.

La historia del balneario se remonta a tiempos romanos, aunque la primera referencia documentada aparece en 1522, cuando el boticario Francisco Frigoiti administraba estas aguas. En 1721, el monje Pedro Lecina publicó un tratado describiendo sus beneficios, y en 1801 comenzaron las obras de un gran balneario, impulsadas por el benasqués Antonio Cornel. Tras su destrucción durante la Guerra Civil, fue reconstruido en 1945 por Valero Llanas Tolosa. Declaradas mineromedicinales en 1967, las aguas impulsaron el turismo de salud hasta el cierre del hotel-balneario en 2019. Desde entonces, permanece abandonado y sin planes de reapertura.

 El diablo y la cueva ardiente: la leyenda negra de Benasque  

El enclave natural que rodea a los Baños de Benasque también alimenta el folclore popular. Según una leyenda local, en una cueva cercana están encarcelados los servidores del Diablo, convertidos en piedras que arden, castigados por no haber sido lo bastante malvados. El calor de esas llamas es, según la tradición, el origen del agua caliente que brota de la tierra.

La superstición advierte además de no bañarse más de nueve días consecutivos en las aguas termales, para evitar caer bajo el supuesto maleficio que habita en la cueva. Este tipo de relatos, transmitidos durante generaciones, siguen formando parte de la memoria oral de la zona y dotan de un aura sobrenatural al entorno termal.

 San Bartolomé y la Casa Abacial: dos joyas entre ruinas  

Muy lejos del bullicio, sobre un promontorio junto al cementerio de San Vicente, se alza la iglesia de San Bartolomé de Gavín, una de las llamadas "Iglesias del Serrablo", construidas entre los siglos X y XI. De estilo prerrománico con elementos mozárabes, carolingios y románicos, conserva una torre-campanario de base cuadrada con ventanales de arquitos de herradura y un característico friso de baquetones. El ábside semicircular, el uso del ajedrezado jaqués y la disposición defensiva de la torre destacan como elementos únicos en el arte altomedieval aragonés.

Adosada en su lado oeste, se encuentra la Casa Abacial, que junto con la iglesia forma un conjunto cerrado de gran valor patrimonial. Aunque la nave fue reformada en el siglo XVII, el templo conserva la esencia de su origen románico, cubierta de losa de piedra, capillas entre contrafuertes, bóvedas de lunetos y un coro alto con acceso desde el muro norte. La sobriedad y solidez de sus muros contrastan con los delicados relieves vegetales de palmetas en columnas e impostas.

El abandono actual de los Baños de Benasque contrasta con la majestuosidad intacta de San Bartolomé y la Casa Abacial. Juntos, forman un recorrido que une la salud física, la espiritualidad y la memoria histórica. Un patrimonio que, entre las aguas milagrosas, las piedras centenarias y las leyendas del infierno, espera volver a ocupar el lugar que merece en el corazón del Pirineo aragonés.

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