Lema papal versus el desgarro del Cuerpo de Cristo

Con la llamada constante a la unidad, el papa León XIV no hace otra cosa que recordar el relato cristiano. “La humanidad fue creada para la comunión, pero en todas partes está dividida”

León XIV

Redacción Religión

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Artículo escrito por Roberto Esteban Duque

Con la llamada constante a la unidad, el papa León XIV no hace otra cosa que recordar el relato cristiano. “La humanidad fue creada para la comunión, pero en todas partes está dividida”, señala Willian T. Cavanaugh en su notable ensayo Imaginación teo-política. El fratricidio de Caín o la dispersión de Babel sólo se comprenden en el horizonte de la unidad natural de la raza humana que aparece en el relato de la Creación. La unidad sobrenatural realizada en el Cuerpo de Cristo descansa en una previa unidad natural del hombre fundada en la creación de la humanidad a imagen de Dios. Esta unidad en nuestra creación, basada en la participación en Dios, constituye la fuente de una Iglesia verdaderamente católica.

Si la desobediencia de Adán destruye la unidad creada, la redención asume la forma de una unidad restaurada mediante la participación en el Cuerpo de Cristo. La incorporación al Cuerpo de Cristo restaura la imagen empañada de Dios en la humanidad: “os habéis revestido de un hombre nuevo”, dirá san Pablo, ya “no hay lugar para la distinción entre judío ni griego”. Jesús muere “para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos”, nos dirá san Juan.

La visión beatífica en el cielo significará la consumación de la unidad. En la visión de Agustín de las dos ciudades, la reunificación de la humanidad depende de que los cristianos encuentren su ciudadanía más allá del imperio terrenal, sabiendo que nuestra verdadera casa está en el cielo: “todos somos uno en Cristo Jesús. Y si la fe, por la que recorremos el camino de esta vida, realiza este gran milagro, ¿cuánto más perfectamente no llevará a término esta unidad la visión beatífica, cuando veamos cara a cara?”. La eucaristía reúne a los muchos en uno como anticipo de la unión escatológica de todos en Cristo.

En Occidente aprendimos de san Agustín a despreciar el cisma. Si lo comprendemos justamente en su significado eclesiológico y cristológico, debemos tomarlo como lo que es: el desgarro del Cuerpo de Cristo. Tenemos que agradecer a Agustín este duro diagnóstico, así como una comprensión correctiva de la unidad de la Iglesia, basada como está en la acción de Cristo en los sacramentos.

Cuando el papa León XIV eligió como lema papal in illo uno unum ("En el Uno, somos Uno"), señaló un profundo compromiso teológico. En la Exposición de San Agustín sobre los Salmos, de donde proviene el lema de León, el obispo de Hipona escribe sobre la unidad de la Iglesia en Cristo: "Aunque los cristianos somos muchos, en el único Cristo somos uno". La Iglesia es totus Christus: Cristo cabeza y nosotros sus miembros.

Para Agustín, la unidad de la Iglesia no es política o cultural. Es una visión de la unidad que no se logra por el consenso o la armonía política; ni por el ascenso filosófico (como si hubiera un camino para muchos y otro para pocos) o la voluntad humana, porque no es obra nuestra. Para Agustín, la verdadera unidad que los seres humanos buscan, pero no pueden alcanzar, está concedida en el misterio de la Encarnación. La unidad humana no puede lograrse mediante esfuerzos filosóficos o arreglos políticos, sino recibirla como un regalo. El camino universal de la salvación es universal no sólo porque se ofrece a todos, sino porque se ofrece en Aquel que es el único que puede unir las partes del ser humano que han sido divididas por el pecado.

Hay un Mediador que asumió toda la naturaleza humana para que toda la raza humana, judíos y gentiles, filósofos y no filósofos, pudieran ser convertidos en uno. No se trata de una mera metáfora. Es una afirmación cristológica. La unidad se recibe como un don, sólo es posible en Aquel por quien todas las cosas fueron hechas y en quien todas las cosas están siendo restauradas. La unidad es el resultado de nuestra incorporación a Cristo, a través de quien tenemos acceso al Padre en un solo Espíritu. La verdadera unidad es la unidad sacramental y escatológica del totus Christus, el cuerpo místico de Cristo que reúne en sí a los muchos y los hace uno. Es la obra del Verbo Encarnado, que une lo que estaba dividido por el pecado y llama al filósofo y al pescador a ser uno en él.

El lema in illo uno unum es un resumen del misterio de la salvación. En Cristo, las divisiones de la humanidad —judíos y gentiles, élite y ordinarios, pecadores y santos— son superadas, no siendo ignoradas, sino sanadas. La Iglesia se hace una en el único Cristo, porque sólo él ha acogido a los muchos en sí mismo.

El papa León dirá que es en el Cuerpo místico de Cristo, a través de la gracia de la incorporación a ese cuerpo que, además de que nuestros pecados son perdonados, nuestras divisiones son superadas. Para Agustín y, probablemente, para León, ese énfasis repercutiría a lo largo de toda la vida cristiana: sacramental, litúrgica, moral. Incluso podría ofrecer vislumbres de las formas en que un enfoque agustiniano podría guiar el camino sinodal de la Iglesia.

El lema del papa León debe verse a la luz de la teología de la comunión eclesial de Agustín, que siempre se basa en la cristología. El lema del Papa nos recuerda que la unidad de la Iglesia nunca es un logro nuestro. Es un don de Cristo. Nosotros no construimos el totus Christus. Estamos incorporados a Él. Cuanto más nos aferramos a él, más nos encontramos miembros los unos de los otros. Y cuanto más nos conformamos a su humildad y caridad, más se manifiesta en el mundo su gloria, de que somos hechos uno en la unidad de Cristo.

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