Juan Ignacio Molina González

Considerado el primer científico chileno, naturalista e historiador, entró a formar parte de la Compañía de Jesús de la Iglesia Católica con 15 años y murió perteneciendo a ella

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Tal y como podemos leer en el Diccionario Biográfico Español, Juan Ignacio Molina González (1740-1829) nació en Chile y falleció en Bolonia (Italia). Huérfano en su infancia, estudió en el colegio de Talca (VII Región, Chile) y, tras dos años en el seminario de Concepción, entró en la Compañía de Jesús con 15 años, donde cursó Humanidades (1757-1760), Filosofía (1761-1763), Gramática (1764-1765) e inició Teología en 1766. Mientras, en privado aprendía italiano y francés, además de enseñar Geometría, Cosmografía y Matemáticas. Todo esto dentro de la Iglesia Católica.

Tras aprender latín y griego los jesuitas le nombraron bibliotecario para regir la biblioteca de la casa principal de Santiago de Chile. En 1767 el ‘inteligente’ de Carlos III expulsó a los jesuitas de sus dominios, lo cual incluía Chile. Acabó con sus huesos en Bolonia ( Italia) donde enseñó diversas materias en privado, gratuitamente, dado que su rica familia le enviaba dinero desde Chile. Pronto comenzó a ser conocido por sus escritos, pues tenía dos versiones (italiana y española) de su famosoCompendio histórico, geográfico, natural y civil del Reino de Chile.

La parte más importante de la obra y por la que es más conocido su autor es la 3ª, titulada ‘Saggio sulla storia naturale del Chili’ (1782), en la que destacan los capítulos titulados “Flora selecta regni chilensis juxta systema Linneanum” y “Catalogo di alcuni termini chilesi appartenenti all’istoria naturale”. Molina presentó en ella que el clima de Chile era benigno, templado y óptimo para la vida, por lo que había mucha biodiversidad gracias también a un suelo rico en minerales.

Observador incansable también de su entorno inmediato, describía plantas y animales allá donde residiese. Le dieron autorización oficial en 1806 para enseñar en su casa, habilitada como escuela “legítima y aprobada”. Durante la ocupación napoleónica, declinó el nombramiento (1810) de intérprete de francés del tribunal de justicia. La Academia Pontificia de Ciencias le había ofrecido (1801) la Cátedra de Historia Natural y Botánica, que rechazó entonces, pero que aceptó en 1812. Desde este momento, presentó allí varias memorias, entre ellas, “Las analogías menos observadas en los tres reinos de la naturaleza” (1815).

Durante un tiempo fue retirado de todos sus cargos docentes y sacerdotales por dudas sobre su ortodoxia, pero totalmente restituído en 1817 recuperó su ministerio sacerdotal, sus clases y la Academia, que publicó (1821) todas sus ponencias, año en que fue nombrado miembro honorario de la Academia privada de Georgofili de Florencia, “en mérito a sus conocimientos de agricultura tanto teóricos como prácticos, así como también de otras ciencias análogas”. Fue, además, distinguido como socio correspondiente (20 de mayo de 1820) de la Academia Trentina de Ascoli, y miembro de la de Felsinei (4 de abril de 1822). En su obra “La propagación sucesiva del género humano” combinando antropología y geografía concluía que era posible admitir que los hombres procedan de un mismo tronco y hayan podido transitar de una parte a otras del globo terráqueo. Estudió las lenguas de Chile y llegó también a escribir poesía.

Varias veces quiso en vida volver a Chile pero no pudo. En 1966, a solicitud del gobierno chileno, sus restos fueron trasladados del mausoleo de “hombres ilustres” de Bolonia a Chile, y hoy reposan en la parroquia de Villa Alegre, cerca de Talca. Además de excelente observador de la Naturaleza, describió también el territorio, geografía, costumbres y lenguas de Chile.

Hasta aquí otro pionero de la ciencia en una nación, que recibió religión católica en la escuela y nunca abandonó la Iglesia a pesar de padecer destierro y exilio por los políticos de la época.

CONTRA FACTUM NON VALET ARGUMENTUM


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