Los cristianos palestinos de Belén celebran, a pesar de todo, otra Navidad, junto a sus "hermanos" musulmanes
Miles de personas celebran la navidad y el encendido del árbol en la plaza de Belén después de dos años sin poder hacerlo por la guerra

La Navidad vuelve a Belén
Madrid - Publicado el
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Veintidós mil ciento ochenta y cinco. Dos. Dos. Uno. Ocho. Cinco. 22.185. Mientras muchos españoles memorizaban las cinco cifras de su décimo de lotería, la población palestina solo pensaba en esta. Sus muertos, una vez más, reducidos a un frío número, un crudo, escalofriante e impersonal dato. Era diciembre, era 2023 y su mundo, otra vez, había saltado por los aires.

Ciudad de Gaza, Franja de Gaza, Palestina
Son más de 100 años desde que, a finales del siglo XIX, una corriente ideológica nacida en Europa y conocida como sionismo, provocó que colonos judíos comenzaran a llegar a las costas de la Tierra Prometida, huyendo de la discriminación que les atosigaba en el Viejo Continente. Eran pocos, al principio, pero los árabes que habitaban la zona ya empezaban a tener problemas con los recién llegados.
Más de un siglo de hostilidad y violencia
La historia, no hace falta decirlo, desde entonces no ha hecho más que escalar en tensión, violencia, injusticia e hipocresía, mientras que, cada vez más, pisoteaba cualquier atisbo de humanidad o compasión. Fue así durante los años de un renqueante Imperio Otomano, fue así durante la irresponsable colonización británica, fue así tras el atroz Holocausto, tras la permisividad de una Europa avergonzada por lo que había perpetrado, fue así tras la tibia resolución de la ONU, tras las estériles y desastrosas ofensivas árabes, tras las esperanzadoras, pero poco concluyentes cumbres de Oslo y Madrid, tras el infame asesinato de Rabin, tras la muerte de un Arafat reducido a la inoperancia de Ramallah y de un estado palestino que no era tal, tras el triunfo del radicalismo islámico, tras el ascenso de Netanyahu aupado por los ortodoxos y sostenido por los soñadores de la utopía ultranacionalista conocida como Gran Israel y desde luego que bajó a un punto todavía más feroz e inhumano tras el infausto 7 de octubre.
No habían terminado de llorar a sus muertos los israelíes, cuando las fuerzas armadas ya los habían multiplicado por 20 en la nación enemiga. Una ofensiva que no tenía precedentes, indiscriminada, bárbara. Una barbarie distinta a la del 7 de octubre, más fría, más moderna, menos primitiva. Frente a la imagen cavernaria de unos hombres barbudos loando a su deidad, mientras decapitan mujeres que bailaban en un festival; el zumbido de un avión supersónico de última generación que deja caer varias toneladas de explosivo sobre un núcleo poblacional que aglutina, hacinadas, a dos millones de personas, la mitad de ellos niños, en una superficie menor que la de la ciudad de Teruel.
Aunque las imágenes son opuestas, la crueldad es equiparable, si es que existiera la posibilidad de hacer comparaciones sobre actos tan terribles y despiadados, por el dolor que genera. Durante esos tres primeros meses, las madres israelíes, con los ojos llorosos, compartían el dolor y la desesperanza con las madres palestinas. Tal era la confrontación, tal la violencia, tal el nivel de deshumanización del enemigo, que la esperanza no encontró la forma de hacerse visible, ni siquiera en Belén, ni siquiera en el sitio donde nació la propia esperanza, donde Dios se hizo hombre para salvarnos.
La desesperanza llega hasta belén
La tradición, en la ciudad que se ubica en la Cisjordania ocupada, reúne a sus habitantes, cristianos o musulmanes, en la plaza principal, para presenciar el encendido del árbol de Navidad. Es tal la emoción que genera celebrar la Navidad en el lugar en el que sucedió, que las autoridades locales, organizan el encendido en dos turnos, porque la plaza no puede albergar a todos los que quieren asistir. Sin embargo, en aquel diciembre, la cifra, los veintidós mil ciento ochenta y cinco, pesaba demasiado para los habitantes de Belén. "No podemos celebrar, no estamos listos para ver luces, el árbol o la decoración", decía uno de los cristianos palestinos a los corresponsales de Financial Times, "tenemos un dolor inmenso en nuestros corazones", seguía. En Cisjordania, esos meses pasaban entre el goteo, demasiado irregular, de noticias recibidas de amigos en Gaza, noticias que, de forma demasiado habitual, anunciaban la muerte de un sobrino, de un tío, de un compañero, de un padre, de una madre, de un hijo...

Jesús en los escombros de Palestina
En diciembre de 2024, el sentimiento era el mismo, solo cambiaba la cifra, igual de dura, igual de fría, igual de heladora, pero mucho, mucho más alta: cuarenta y cinco mil quinientos cincuenta y tres. Cuatro. Cinco. Cinco. Cinco. Tres. 45.553 personas fulminadas por las bombas, la mitad mujeres y niños. Una distinción que hacemos de forma tristemente habitual en los medios de comunicación, como si, sobre el hombre palestino, pesara una presunción de culpabilidad que le deshumaniza y le despoja del derecho a ser igualmente llorado. Tampoco llegó la esperanza a los corazones de Belén, tampoco se celebró la Navidad.
2025, el año de las treguas, el año de la esperanza
2025 fue un año que empezaba con una tregua frágil, pero tregua. Nadie se atrevía a proclamar la paz definitiva, porque no era así. Entre espectáculos y exhibición de fuerza de Hamás, muchos de los rehenes israelíes fueron liberados de su cautiverio en la Franja. Una condición sine qua non de Israel para detener la terrible ofensiva. Sin embargo, en marzo todo volvió a estallar. Entre acusaciones cruzadas, Israel perdió la paciencia y se saltó el acuerdo. Las bombas volvieron a caer sobre Gaza, el cerco humanitario en la Franja se cerró por completo, la hambruna y las enfermedades se extendieron por el territorio, cebándose especialmente con los más débiles, con los niños. Occidente se escandalizó. Debemos admitirlo, las imagenes de escombros, de cadáveres desfigurados, de madres llorando, incluso las de un niño muerto, no nos conmueven nada en absoluto si lo comparamos con lo que provocó una foto de una madre sosteniendo el esqueleto de su hijo, que aun mantiene un mínimo hilo de vida.

El encendido del árbol de este año en Belén
Estados Unidos, con Donald Trump a la cabeza, gran aliado de Israel, exigió a Netanyahu ciertas concesiones y, finalmente, en octubre, Palestina e Israel respiraron, la guerra estaba parada. No así las hostilidades, este mismo fin de semana hemos visto imágenes de explosiones, una de ellas ha sacudido los cimientos de la única iglesia católica de Gaza, la Parroquia de la Sagrada Familia, dirigida por el padre Gabriel Romanelli.
Pero, aunque sigue habiendo muerte y una situación extremadamente difícil, aunque la tregua se sostiene sobre un equilibrio muy débil, aunque la cifra que obsesiona a los palestinos este diciembre ya supera los setenta mil, esta vez, dos años después, la esperanza ha vuelto a Belén en forma de árbol, en forma de luces, de decoración, de cánticos, de ecumenismo, de fraternidad, de Jesucristo. Porque eso es lo que hemos podido vivir en la noche de este sábado, con las imágenes de euforia que nos han llegado desde la histórica plaza de Belén. Israel y Palestina sufren, pero, por fin, la Navidad, la celebración de Cristo y su nacimiento, han vuelto a sembrar de esperanza el corazón de todos, cristianos o musulmanes que, ellos lo dicen, se unen como hermanos esperando la paz definitiva.





