Una enfermera llora de manera desconsolada tras observar este descomunal gesto en la habitación del hospital

La enfermera no pudo evitar las lágrimas después de recordar una historia que le había sucedido recientemente

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El cáncer de pulmón que padecía Antonio era irreversible. Su hora llegó en noviembre de 2012 con 72 años de edad. Fueron cuatro días de agonía en el Hospital Virgen de la Salud de Toledo, donde ingresó tras perder toda la movilidad de su cuerpo en su vivienda de Carranque después de meses de lucha. Su hija mayor, Rosa, fue quien siempre acompañó a su padre durante el tratamiento y quien no se separó de él en sus últimos momentos.

Los días se hacían largos en el hospital. El desenlace era de sobra conocido. Solo tocaba esperar. Un tiempo que Rosa, junto a sus dos hermanos, dedicaban a recordar anécdotas junto a su padre. También dedicaban minutos a la oración. Dos días antes del fallecimiento, el capellán del hospital le administró la unción a Antonio.

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La enfermedad reconcilió a Rosa con su padre

Lo cierto es que la relación entre Rosa y su padre no fue durante años idílica. Tuvieron importantes roces: "Era demasiado controlador y nos prohibía demasiadas cosas", recuerda su hija años después. Sin embargo, y como suele suceder en estos casos, la enfermedad les unió. En 2010 comenzaron los problemas de salud para Antonio, cuando le detectaron un tumor en el colon, del que logró recuperarse. Las sesiones de radioterapia eran duras. "Solamente el hecho de desplazarse de Carranque a Toledo era una odisea", afirma Rosa. "En la unidad de Oncología fue donde me pasaba horas y horas hablando con mi padre, y fue ahí donde de alguna manera nos reconciliamos".

Tras meses de normalidad, en los que parecía que Antonio estaba recuperado, llegó la recaída, esta vez en el pulmón. El pronóstico era malo, pero luchó todo lo que pudo. Volvieron las sesiones de quimioterapia y de radioterapia: "Al menos he disfrutado de la vida, he bebido, he fumado... no me puedo quejar", confesaba en las frias salas de los hospitales Antonio a su hija.

Tras su muerte, Rosa tomó un objeto de valor sentimental para ambos

Antonio asumía que la vida se le iba, pero lo hizo en paz, reconciliándose con todos: "Le gustaba mucho quejarse pero luego no tenía maldad", apunta Rosa. En torno a las cuatro de la tarde de aquel noviembre de 2012, Antonio dejó de respirar tras día y medio inconsciente como consecuencia de la sedación.

En la habitación tan solo se encontraba Rosa, su marido y el padre fallecido. Rosa se acercó a su cuerpo ya inerte para darle un beso y, además, tomó la cruz que tenía como colgante, y que para Antonio tenía un valor muy especial. Se trataba de un regalo que le hicieron sus tres hijos muchos años antes, cuando aún eran menores de edad: "Yo creo que fue el primer regalo que le hicimos. Mi madre nos tuvo que ayudar a pagarlo, porque no nos llegaba", explica Rosa.

Una historia que la propia Rosa relataba, entre lágrimas en los ojos, a la enfermera que acudió a la habitación tras el fallecimiento. El testimonio de Rosa impactó sobremanera a la profesional sanitaria que no alcanzaba los cuarenta años de edad, y que no podía dejar de llorar, ya que recientemente había perdido a su madre de manera repentina tras sufrir un infarto, por lo que ambas se fundieron en un abrazo cargado de sentimientos.

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Un colgante que tenía un gran valor sentimental para Rosa y Antonio. Desde entonces, confiesa su hija, nunca se ha quitado del cuello el colgante, ya que de esta manera se siente cercano a él. Un colgante que, además, lleva el sello imborrable de Antonio, ya que tenía la costumbre de morder la cruz mientras realizaba otras tareas o estaba en tensión "sobre todo cuando jugaba el Real Madrid", de manera que, tal y como se puede comprobar en la fotografía, sus huellas permanecen en este objeto de valor incalculable para Rosa, que ocho años después de su muerte sigue muy cerca de su progenitor: "Estar con él durante la enfermedad me hizo más humana. Extraí muchas lecciones de vida", afirma una emocionada Rosa.

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