Guadalupe Ortiz, la química española que se ha convertido en la primera beata del Opus Dei

Guadalupe compaginó su amor a Dios en el Opus Dei con una vocación científica que también entregó a los demás

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Este sábado 18 de mayo es un día especial para la Iglesia en España y las mujeres. El día en el que el Papa Francisco eleva a Guadalupe Ortiz de Landázuri como beata de la Iglesia. Guadalupe fue una científica madrileña, una "apasionada de la Química". El 9 de junio de 2018 se dio el paso definitivo para la beatificación de esta mujer española: se aprobó un milagro hecho pidiendo su intercesión. 

Amor por la Química...en medio de la Guerra Civil 

Guadalupe nació en Madrid el 12 de diciembre de 1916. Muy pronto, tuvo que trasladarse con su familia a Tetuán con tan solo 10 años. Su padre, que era militar, estaba destinado en esa zona del norte de África

Volvería a Madrid en 1932. Acabó sus estudios de Bachillerato en el Instituto Miguel de Cervantes. Un año después comenzó su historia de amor con la Química. Guadalupe era una de las sólo cinco chicas que cursaban entonces la carrera en la Universad Central. Cinco mujeres...de una clase de 70 personas. Tal era su pasión por la ciencia que comenzó su doctorado porque había encontrado su vocación: compartir su gusto por la química como profesora. Sus compañeros de universidad la recuerdan seriamente dedicada al estudio, con gran simpatía y amante de lo imprevisto.

Su idilio académico se vio empañado, como la vida de todo el país, durante la Guerra Civil Española (1936-1939) Su padre fue capturado y condenado a morir fusilado. Con sólo 20 años, ella y su familia pudieron despedirse de él y darle unas últimas palabras de aliento.No fue el único mensaje de Guadalupe ese día. La joven también perdonó de corazón a quienes habían condenado a muerte a su padre.

El "toque de Dios" que le llevó hasta San José María Escrivá

La familia de Guadalupe vivió en Valladolid hasta el final de la guerra. Regresaron a Madrid en 1939. Ese año, Guadalupe cumplía su sueño de ser profesora. 

Durante esta etapa de su vida como docente en el colegio de La Bienaventurada Virgen María y en el Liceo Francés fue cuando se sintió "tocada" por Dios. Ocurrió en una misa de domingo, en 1944. Salió de la iglesia con ganas de hablar con un sacerdote. Compartió este deseo con un amigo suyo, que le puso en contacto con un tal José María Escrivá

El 25 de enero habían quedado para conocerse. Ese día se habían citado en el que era el primer centro de mujeres del Opus Dei. La propia Guadalupe tenía el recuerdo de ese encuentro como el descubrimiento de qué quería Dios de ella. Jesús la llamaba a amarlo a través del trabajo profesional y el día a día.

Guadalupe sentía que esa era su vocación, pero decidió ponerla en manos de Jesús. Después de rezar y asistir unos días de retiro espiritual, el dijo que "sí" al Señor. A sus 27 años comenzó a vivir muy en serio su relación con Dios, con amor en el trabajo y con tiempo para buscarle en el Sagrario.

Durante los primeros años del movimiento, desempeñó tareas de administración doméstica de las residencias de estudiantes que estaban abriendo en Madrid y Bilbao. Guadalupe se dedicó durante unos años a estas labores, sin olvidarse de su amada Química. Acabó dirigiendo una de esas residencias y, quienes la recuerdan, rememoran su facilidad para conectar con las universitarias. Su receta: paciencia, cariño y sentido del humor para ayudarlas en sus vidas académicas y personales. 

Un nuevo "toque" de Dios: rumbo a México

San José María invitó a Guadalupe a dar un paso más. Quería que llevase el mensaje del Opus Dei a México. A Guadalupe le faltó tiempo para embarcarse rumbo a un país donde le esperaba la Virgen de Guadalupe. Además, no tenía aparcada a la Química, que siguió estudiando allí. Junto a algunas personas, puso en marcha una residencia de estudiantes, como había hecho en España. 

Quería que las jóvenes afrontasen con seriedad sus estudios y hacerles pensar sobre los horizontes de su vida al servicio de la Iglesia. Como otra "debilidad" tenía a los pobres y a los ancianos. A ellos dedicó mucho tiempo. De hecho, con una amiga suya, que era médico idearon un dispensario para los más pobres. Juntas, iban por los barrios más necesitados. Allí, atendían en consulta a los enfermos y recetaban medicamentos gratis.  Su entrega a la formación de otras personas también le llevó a a impulsar la formación cultural y profesional de las campesinas, que vivían en zonas montañosas y aisladas del país y que muchas veces no contaban con la instrucción más básica.

Quienes se cruzaron con ella en esta vida, destacan su gran corazón y su carácter resuelto, que procuraba domar con dosis de delicadeza y suavidad al expresarse. Sin embargo, su carácter resultaba atractivo para los demás y cantaba...aunque los mismos que la conocieron, reconocen que no muy bien.

La historiadora Beatriz Gaytán recuerda: “Siempre que pienso en ella oigo, a pesar del tiempo trascurrido, su risa. Guadalupe era una sonrisa permanente: acogedora, afable, sencilla”. Durante los años que estuvo en México fue una de las impulsoras de Montefalco, una ex hacienda colonial que estaba en ruinas. Guadalupe y sus acompañantes la levantaron y la convirtieron en lo que hoy es sede de un centro de convenciones y casa de retiros y de dos instituciones educativas: el Colegio Montefalco y la escuela rural El Peñón.

Una entrega de todo corazón 

Después de las proezas que había logrado junto a Dios y la Virgen en México, San José María volvió a llamarla. Esta vez, a su lado para ayudarle con el gobierno del Opus Dei

No obstante, en ese año 1956, se le descubre una cardiopatía. Esa dolencia le obliga a parar y tener que volver a España. Sin embargo, parar le costaba, y más sabiendo que iba a recuperar a una vieja amiga. 

Cogió la investigación y la vida académica con ganas. Tantas, que ganó el premio Juan de la Cierva con una investigación  que también convirtió en tesis doctoral. Estos méritos los consiguió mientras seguía trabajando como profesora, esta vez en el Instituto Ramiro de Maeztu durante dos cursos, y en la Escuela Femenina de Maestría industrial durante los diez años siguientes.

A partir de 1968 participa en la planificación y puesta en marcha del Centro de Estudios e Investigación de Ciencias Domésticas (CEICID), del que será subdirectora y profesora de Química de textiles. Quienes coincidieron con ella recuerdan que era más comprensiva que exigente con las personas, y que se veía que buscaba a Dios a lo largo del día: en su oración, en su trabajo en su trato con los demás. 

Mirar al final de la vida con serenidad

Con todo y con eso, Guadalupe seguía padeciendo esa dolencia en el corazón. Se cansaba mucho al caminar o subir escaleras. Se esforzaba por que no se le notase y, por supuesto, no se quejaba. Trataba de escuchar con interés a los demás y quería pasar inadvertida, buscando centrar la conversación en los otros.

Los médicos decidieron en 1975 que había que operarla. Por eso, se traslada hasta Navarra para ingresar en la Clínica Universitaria, donde la operan. Su delicada intervención coincidió con una noticia agridulce: pocos días antes había fallecido en Roma José María Escrivá. 

Guadalupe recibió la noticia con gran dolor pero con la paz y la alegría de saber que ya gozaba de Dios. Ella misma, a los pocos días, iba a enfrentar su propia muerte con esa serenidad.

La operación salió bien, pero durante su recuperación sufrió una repentina insuficiencia respiratoria. Murió el 16 de julio de 1975, fiesta de la Virgen del Carmen. El 5 de octubre de 2018 sus restos fueron trasladados desde Pamplona al Oratorio del Caballero de Gracia de Madrid.

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