San José, el esposo de María

San José, el esposo de María
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Mons. Escudero No son muchos, en realidad, los testimonios que los evangelios nos dan de su vida y su actuación como cabeza de la Sagrada Familia de Nazaret, pero los datos que nos proporcionan son suficientes para que podamos comprender su puesto privilegiado en la historia de la salvación y su patrocinio sobre la Iglesia universal.
Nos consta por el evangelio de San Mateo, que José era de la dinastía de David, el gran rey del pueblo hebreo, a quien se le había prometido que el Mesías nacería de entre su descendencia. Dios cumplió su promesa gracias a la presencia y a la misión de San José, quien, acogiendo como suyo al "hijo de María", lo insertó en la historia del pueblo elegido, como descendiente mesiánico del rey David.
José vivió en la pequeña aldea de Nazaret, en Galilea, y estaba desposado con una muchacha llamada María. A pesar de que, por la influencia negativa de ciertos evangelios apócrifos, se nos ha presentado a veces la figura de San José como la de un anciano, con toda probabilidad, en el momento del matrimonio sería un joven judío, carpintero de profesión, lleno de vida y enamorado de su esposa.
La misión que Dios le encomendó fue la asumir la paternidad legal del hijo generado por el Espíritu Santo en el seno virginal de María. Cumpliendo un decreto de César Augusto, que ordenaba empadronarse a todos sus súbditos, José se trasladó con su esposa María, que estaba encinta, al pequeño pueblecito de Belén de Judá, la patria del rey David, muy cerca de la gran ciudad de Jerusalén. Allí nació Nuestro Señor Jesucristo, en la humildad de un pesebre, arropado por el amor de María y de José (cf Lc 2, 1-7).
Todo lo que sabemos de la vida de San José está, pues, relacionado con los misterios de la encarnación, nacimiento e infancia de Jesús. Su grandeza está en haber sido fiel a la misión tutelar que Dios le encomendara en el seno de la Sagrada Familia. Pero hay un dato más que nos ofrecen los evangelios y que hace directa referencia a la calidad espiritual de su persona; una breve afirmación que, sin embargo, resulta de la más grande importancia como ejemplo para nosotros y para nuestro mundo actual, tan marcado por una vida sin Dios: nos dice el evangelista Mateo, que San José era "justo". En efecto, ignorando todavía la concepción virginal de María, cuando estaban solamente desposados y aún no habían vivido juntos, "su esposo José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto" (Mt 1, 19).
Ser "justo" en la tradición bíblica es mucho más que respetar los derechos del prójimo, según la acepción social y política del concepto "justicia" en nuestro vocabulario corriente. Ser justo para la Biblia es, ante todo, estar en comunión con Dios, fiarse de Él, depositar en El toda la confianza, y, consiguientemente, estar dispuesto a cumplir en todo momento su santa voluntad. El prototipo del hombre justo en el Antiguo Testamento es la figura de Abrahám, cuya fe, a toda prueba, "le fue reputada como justicia" (cf Gn 15, 6). Y para el Nuevo Testamento, ser justo es cumplir siempre la voluntad del Padre, manifestada en la enseñanza de Jesús (cf Mt 7, 21.24.26). Jesús mismo es el "Justo" por excelencia (cf Lc 23, 47; Hec 3, 14), que dio su vida por amor a Dios y a sus hermanos.
En consecuencia, decir de San José "que era justo" es, por tanto, decir que vivó en comunión de amor con Dios y con el prójimo, que quiso cumplir siempre la voluntad de Dios y observar todos sus mandamientos y preceptos; en definitiva, que buscaba sólo en Dios aquella salvación que Jesús prometió cuando dijo: "bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados" (Mt 5, 6). Un ejemplo, pues, para todos los cristianos.
Con todo mi afecto
+Esteban Escudero
Obispo de Palencia