El que trae salud a los enfermos

El que trae salud a los enfermos

Agencia SIC

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Mons. Braulio Rodríguez ¿Está el hombre enfermo? La frase puede sonar a necedad, pues todos sabemos que nuestra salud, aún la de los más sanos, puede tornarse en enfermedad. La frase, pues, puede ser verdadera. Pero yo estoy pensando en otra cosa: el ser humano siempre tiene sed de algo. Y al deseo le acompañan la inquietud, la prisa, la irritación sorda, pero constante que la lucha por la vida pone en él. Y está el pecado. ¡Vaya! Ya salió la palabra, traída y llevada, usada y manida. ¿Tiene sentido hoy la palabra pecado, que antes aterrorizaba?

¿Tiene paz el hombre? Si no la tiene es que el pecado no le deja encontrarla. Nunca acabamos de encontrar la vida que deseamos, y, para colmo, la muerte está constantemente en el horizonte. Estamos enfermos, pues, si no nos enfrentamos con la pregunta más acuciante de un verdadero hombre o mujer: "¿qué es mi vida?; ¿cuál es el sentido de mi vida?". ¿Quién puede sanar al hombre, haciéndole aceptar la verdad sobre su ser? ¿Quién puede dar solución a su inclinación al mal, al oportunismo, al abuso y al egoísmo, de quien él mismo es el gran derrotado?

San Juan Bautista, al presentar a Jesús, dice: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29); y, "al día siguiente", cuando estaba con dos de sus discípulos, fijándose en Jesús les indica: "Este es el Cordero de Dios". ¿Quitará Jesús el pecado del mundo y dará la paz consigo mismo, salud moral y libertad interior? Sería interesante, porque esas tres cosas se oponen a más dinero, más cosas, más poder y más acumulación de bienes, más experiencias y más hambre, hasta que la lucha diaria por conseguir todo cuanto acabamos de enumerar. He aquí el verdadero pecado del hombre. Y no se trata, como algunos piensan, de "deficiencias" del ser humano ("Somos así", declaramos tantas veces); se trata de "pecados". Y tenemos Abogado ante el padre de los cielos para subsanarlos (cfr. 1 Jn 2,1).

Todos hemos delinquido y necesitamos ser curados por la luz de Dios, por el reencuentro con la Verdad (cfr. Rom 3,23). Pero estoy hablando a cristianos, a hombres y mujeres a los que se les puede mostrar el camino: "Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo". Sí. El hombre y la mujer experimentamos siempre en la tierra cierta hambre. Pero el mal hondo procede de dentro de nosotros, así como la salud moral y la paz nace de dentro. Hay que luchar por el ser humano. Hay que levantar las condiciones de la vida humana en la medida de lo posible. Hay que unir nuestro esfuerzo honrado al de los hombres que luchan en la construcción de la ciudad terrena.

Pero no podemos olvidar el rumbo. No podemos pecar contra la Verdad. Consideremos esta escena evangélica: "Le presentaron un paralítico para que lo curara" (Mt 9,1). Tenía este hombre necesidad de salud corporal. Pero el comienzo de la respuesta de Jesús desconcierta a nuestro equivocado afán de ver las cosas: "Confía, hijo, tus pecados quedan perdonados". Y es que Cristo mira al fondo. Del mal que tiene postrado el cuerpo de aquel hombre ha pasado al mal profundo de aquel hombre y de todo hombre. Porque mientras el hombre siga poniendo su "ser" en las cosas, mientras el hambre no redescubra la más profunda dimensión de su ser, mientas el tener más y el poseer más sean las determinantes de nuestra conducta, el hombre seguirá enfermo. El hombre seguirá pecando contra la Verdad.

Arzobispo de Toledo

Primado de España

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