Obras son amores

Obras son amores

Agencia SIC

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Mons. Gerardo Melgar Obras son amores y no buenas razones". Así reza el refrán castellano que, como fruto de la sabiduría humana, no deja de tener un profundo significado.

Jesús, en el evangelio de este do­mingo, nos habla del amor a Dios, que no consiste en buenas ni bonitas palabras, o en un sueño o en meros sentimientos. Amar a Dios consiste en guardar su palabra, es decir: en una orientación concreta de la vida, en un estilo de vida en el que Dios sea lo más importante de nuestra vida.

El amor a Dios lleva, exige y com­promete a vivir desde lo que Dios nos pide, lo cual supone dejar entrar a Dios en nuestra vida para que nos transforme y nos ayude a vivir el es­tilo de vida que Él quiere que viva­mos. Consiste en vivir de tal manera que el mensaje del Señor sea la razón suprema de nuestra alegría.

Amar a Dios es preguntarnos cuál es el plan de Dios Padre sobre noso­tros, plan que se nos manifiesta a tra­vés de las palabras y la vida de Cris­to y desde las que Cristo nos llama a imitarle a Él en nuestra vida, deján­donos transformar por la fuerza y la gracia del Espíritu.

El amor al Padre por Jesucristo, produce en nosotros alegría y paz, una paz distinta a la que da el mun­do; es la alegría y la paz que siente quien se siente amado por Dios y, como respuesta a su amor, Él le ama con todas su fuerzas, con todo su ser.

Este amor a Dios nos pide un amor sincero y entregado a nuestros hermanos porque, como nos dice san Juan, no podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a los hermanos que conviven con nosotros y con los que nos encontramos cada día. Si alguno dice: "Amo a Dios", y aborrece a su hermano, es un menti­roso; pues quien no ama a su herma­no, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1Jn 4, 20)

El amor a Dios nos comprome­te al amor a los hermanos, porque todos somos hijos de un mismo pa­dre y los otros son hermanos nues­tros, porque en el amor consiste el mandamiento nuevo: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he ama­do, amaos también unos a otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros" (Jn 13, 34-35).

Guardar la palabra de Cristo su­pone y exige amar a los hermanos. Solo cuando amamos a los herma­nos, el Padre nos amará y Cristo y el Padre vendrán a nosotros y harán morada en nosotros

Nuestra espiritualidad como cristianos no es una espiritual des­encarnada, es una espiritualidad que nos pide ser consecuentes con el amor que Dios nos tiene a nosotros, siendo ca­paces de amarle a Él, su palabra y sus planes y al mismo tiempo amar a los her­manos.

A través del amor a nuestros her­manos, los demás seres humanos tie­nen que descubrir, en ese amor nues­tro, el amor de Dios a los hombres que se hace realidad y se transluce en el amor y por el amor que noso­tros tenemos a los hermanos.

Escuchemos a Jesús, que nos ha­bla, y tomemos su Palabra como la palabra que configura nuestra vida y deja que el Padre y el Hijo se hagan presentes en nosotros trasmitién­donos su amor por medio de la ac­ción de Espíritu, que nos impulsa al mismo tiempo a hacer extensivo ese amor de Dios a los hermanos.

+ Gerardo Melgar

Obispo de Ciudad Real

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