Carta del obispo de Jaca y Huesca: «La Ascensión del Señor»

Con motivo de la festividad de la Ascensión, Julián Ruiz Martorell nos recuerda que «Jesucristo eleva nuestras vidas para que podamos aspirar a los bienes de arriba»

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Queridos hermanos en el Señor:

Os deseo gracia y paz.

En la fiesta de la Ascensión del Señor estamos invitados a escuchar la luz. No se trata solamente de ver, o de mirar; sino, más bien, de dejarse invadir por una dócil escucha de la luz creciente que deja Jesucristo a su paso, como faro permanente de atracción, de compañía, de orientación. La vida de todo el universo asciende envuelta en una luz sobrenatural.

Jesucristo nos atrae hacia sí. No separa nuestros pies del suelo, puesto que no podemos vivir ajenos al devenir de la historia ni al sufrimiento propio y de quienes nos acompañan por los senderos cotidianos. Jesucristo eleva nuestras vidas para que podamos aspirar a los bienes de arriba, que se distinguen por su perennidad, por su carácter pleno y definitivo. Como luz del mundo, Jesucristo orienta nuestros pasos.

San Pablo escribe a los cristianos de Tesalónica: “todos sois hijos de la luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas” (1 Tes 5,5).

Según san Juan de la Cruz, la vida es para el hombre como una noche oscura; sin embargo, por la fe, el ser humano puede “llegar a la divina unión de amor”, que es la luz, por encima de toda ciencia: “En la noche dichosa, // en secreto, que nadie me veía, // ni yo miraba cosa, // sin otra luz y guía // sino la que en el corazón ardía” (Noche oscura, 3). “Aquésta me guiaba // más cierto que la luz de mediodía, // adonde me esperaba // quien yo bien me sabía, // en parte donde nadie parecía” (Noche oscura, 4).

Según San Buenaventura, quien espera “debe levantar la cabeza, girando hacia lo alto sus propios pensamientos, hacia la altura de nuestra existencia, es decir hacia Dios. Debe alzar sus ojos para percibir todas las dimensiones de la realidad. Debe alzar su corazón disponiendo su sentimiento por el sumo amor y por todos sus reflejos en este mundo. Debe también mover sus manos en el trabajo” (J. RATZINGER, Mirar a Cristo. Ejercicios de fe, esperanza y amor, Edicep, Valencia 1990, 68-69).

La Iglesia ora al Padre en la oración colecta de la solemnidad de la Ascensión del Señor: “Dios todopoderoso, concédenos exultar santamente de gozo y alegrarnos con religiosa acción de gracias, porque la ascensión de Jesucristo, tu Hijo, es ya nuestra victoria, y adonde ya se ha adelantado gloriosamente nuestra Cabeza, esperamos llegar también los miembros de su cuerpo”.

Recibid mi cordial saludo y mi bendición.


+ Julián Ruiz Martorell

Obispo de Huesca y Jaca


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