Carta del arzobispo de Madrid: «Contagiadnos de la alegría de Jesucristo»

El cardenal Carlos Osoro dedica su escrito de esta semana a los jóvenes, a los que invita a «tener la valentía de salir de nosotros mismos y de jugarnos la vida junto a Jesucristo»

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Me vais a permitir que os hable de quienes son capaces de mostrar entusiasmo, de mantener un clima de fiesta, de contagiar siempre alegría… Los jóvenes. Su entusiasmo es contagioso y no quiero que pase esta Pascua sin hacer una referencia explícita a ellos. La palabra entusiasmo viene del griego y su contenido, cuando es sano, quiere decir «tener dentro algo de Dios» o también «estar dentro de Dios». Los jóvenes quieren y buscan ser felices, tienen derecho a que les acerquemos la felicidad. Su manera de vivir siempre expresa entusiasmo; hay en sus vidas algo de Dios y son capaces de manifestarlo y expresarlo con alegría.

Desde hace 25 años he tenido encuentros mensuales con ellos en las diversas diócesis en las que he sido obispo: en Orense, en Oviedo y Gijón, en Valencia y ahora en Madrid. Mi experiencia en estos años es que están abiertos a la esperanza y deseosos de plenitud, deseosos de dar significado profundo a su presente y a su futuro. Buscan la felicidad a la que tienen derecho. Buscan dar significado a sus vidas y desean entrever un camino para ellos. Los mayores tenemos el deber de ofertarles posibilidad de hacer elección y de realizar un camino. Los que eligen son ellos, pero hemos de dar caminos que los lleven hacia algo, no a moverse o a hacer movidas sin más y a vivir errantes.

La vida no es para dar vueltas y vueltas, la vida hay que caminarla. ¿Pero cómo caminarla? Voy a tener un atrevimiento: la felicidad que tienen derecho a saborear tiene nombre y rostro. Esta ha sido mi propuesta durante estos 25 años: ese nombre y ese rostro es el de Jesucristo. Solamente Él da plenitud a la vida humana y a la humanidad entera. Qué actualidad y qué fuerza siguen teniendo las palabras que pronunció el Papa Benedicto XVI en el inicio de su pontificado dirigiéndose a los jóvenes: «Quien deja entrar a Cristo [en su vida] no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande. ¡No! Solo con esta amistad se abren las puertas de la vida. Solo con esta amistad se abren realmente las grandes potencialidades de la condición humana. Solo con esta amistad experimentamos lo que es bello y lo que nos libera».

Cuando hablo con los jóvenes siempre recuerdo a aquellas mujeres que llevaron a la tumba los aromas que habían preparado y encontraron una piedra que cerraba su entrada al sepulcro. Su camino se asemeja a los nuestros. A veces encontramos una piedra que cierra el camino o parece que el camino que recorremos no tiene meta, por lo que llegan la frustración y la desesperanza. Pero os aseguro que el camino no es inútil, no termina ante una piedra que tapa el sepulcro e indica la muerte. En las mujeres que van al sepulcro hay un encuentro que cambia la historia de sus vidas y la de todos los hombres. Es Jesús quien les habla y es Él quien también nos sigue diciendo a nosotros: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?» (Lc 24, 5).

Esas palabras que escuchan las mujeres son las que nosotros hemos de decir a los jóvenes: hay vida, hay resurrección, hay salidas, hay presente, hay futuro… Es decir, «¿por qué buscáis entre los muertos al que vive?». Jesucristo ha eliminado la muerte, el pecado, el miedo; no os entreguéis a la resignación y al fracaso, entregaos a la vida que Él nos ofrece. En estos 25 años de encuentro con jóvenes siempre he puesto al Señor ante ellos, presente realmente en el misterio de la Eucaristía, y les he propuesto su Palabra. Lo hago con el deseo de que escuchen a Jesús como lo hicieron aquellas mujeres que volvían al sepulcro y se encontraron con la losa: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?».

Buscad en Jesucristo, vivid en su cercanía, escuchadle como lo hicieron aquellas mujeres y tantos hombres y mujeres a través de los tiempos, niños, jóvenes y mayores: ¡Él vive! Nos habla, somos la Iglesia. Tened la seguridad de que, fundados en Él, haremos cosas grandes como Él, pues nos regala su amor, su poder, su vida… Es más, cuando nos sentimos desilusionados, desanimados y con sensación de no tener salidas, o cuando todo lo juzgamos desde los tremendos fracasos de la humanidad, el Señor se acerca y nos dice: «¿Hacia dónde caminas?».

Sé que los jóvenes aspiran a cosas muy grandes, a vivir desde valores importantes, a tener amistades profundas. Viven una aspiración que está en todo ser humano: amar y ser amado. Para ello hemos de tener la valentía de salir de nosotros mismos y de jugarnos la vida junto a Jesucristo, que nos da todo. Él nos invita y nos ofrece su compañía en el camino y nos hace verdaderamente libres. Nunca os rindáis, tened el oído y el corazón muy cerca de las necesidades de los más pobres, de todos los que sufren por cualquier causa, de quienes nos saben amar al prójimo. Tened un amor fuerte, incansable, a la Iglesia y poned al servicio de ella lo que sois. Regalad siempre la paz de Jesucristo en todas las situaciones en las que os toque vivir. Buscad tiempo para orar, para hablar con el Señor y dejar que Él os hable.

Con gran afecto, os bendice,


+ Carlos Osoro Sierra
Cardenal arzobispo de Madrid


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