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La adolescencia de una hija de padres alcohólicos: “Tenía que salvarles para que no se tirasen por la ventana”

María recuerda que padeció unos niveles elevados de ansiedad debido a la adicción de sus padres

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Tiempo de lectura: 3'Actualizado 02:17

El papel que desempeña “Alcohólicos Anónimos” es indudable y de sobra conocido por la sociedad. Pero a la hora de abordar esta problemática, son pocas las ocasiones en las que nos preguntamos cómo viven los seres queridos de la persona que padece esta dependencia del alcohol. Por ello, en Imparables nos hemos acercado a la asociación AL-ANON, que está implantada en todo el territorio nacional, y que tiene como objetivo prestar ayuda y asesoramiento a los familiares. Así lo ha expresado uno de los miles de miembros con los que cuenta AL-ANON en España, José: “El alcoholismo no entiende de condición social ni económica. No hay un perfil establecido. Afecta a todos. Normalmente, las personas que recurren a nosotros son familiares que llegan ya abatidos, derrotados, muy castigados por la vida y que no saben ya qué hacer.”

Asociación a la que recurrió María, cuyos padres arrastran desde el inicio de la relación la adicción a la bebida. Casi medio siglo después, permanecen activos. María, que actualmente tiene 42 años, ha logrado mantener una relación cordial con ellos, aunque las situaciones vividas en el hogar desde su infancia le han influido en su forma de ser: “El problema empezó casi sin darme cuenta. Sí que es cierto que había pequeños avisos, como que la doctora de cabecera de mi padre dijera que olía mal. Yo personalmente veía a mis padres siempre tristes, aislados socialmente, incómodos con la vida que llevaban... y tardé en darme cuenta que aquello era fruto del alcohol.”

Ante este panorama desolador, María se vio obligada a madurar pronto y tirar del carro de la familia: “Mis padres eran infelices. Se palpaba en el ambiente el malestar, los cambios de humor, casi siempre estaban en casa, no se relacionaban. Se vivían episodios variopintos, bastante difíciles de describir. Pero yo sentía que era necesaria para salvarles. Aquello me costó en su momento alcanzar unos niveles de ansiedad muy altos.”

"Cada día era una montaña rusa ¡Yo acababa loca!"

Tal y como relata, siempre tenía que estar pendiente de todo: “Cada día era una montaña rusa. Qué sucederá, qué factura había que pagar, qué puedo hacer para que no tengan ganas de tirarse por la ventana... ¡Yo acababa loca!”, recuerda María.

Los comportamientos extraños eran una constante en la vivienda: “Recuerdo que cuando era pequeña no recibíamos visitas, no hacíamos vida social, se negaban a que hubiera gente de fuera en la casa. Es cierto que en ningún momento abusaron de mí ni me agredieron. Pero aquello me marcó. De hecho, yo en el colegio era considerada la chica rara, no me relacionaba con normalidad con mis compañeros. Poco a poco fueron minando mi vida. No solo no tenía amigas, es que no conservaba ninguna pareja, no lograba estabilizarme en el mercado laboral...”

Muchos de los familiares coinciden a la hora de afirmar que el alcoholismo es una enfermedad contagiosa: “Son contagiosas pero no como si se tratase de un resfriado, sino que acabas por atraer a tu vida personas con esos mismos problemas. Yo, hasta que ingresé en AL-ANON, solo mantenía relaciones sentimentales con ese mismo perfil. Es probable que mis padres cuando se conocieron compartieran también esas carencias. Una vez que empecé a formar parte de la asociación, entendí lo que me estaba ocurriendo, y desde entonces he encontrado una estabilidad.”

"Ya no insulto a mis padres, no les echo en cara nada"

A día de hoy, María confiesa que la relación con sus progenitores es distante, para evitar erosiones. No obstante, ha habido avances: “Gracias a la ayuda de AL-ANON, ya no insulto a mis padres, no les echo en cara nada y sobre todo, no les exijo lo que sé que no pueden dar. Trato de entenderles.”

Y es que es necesario desterrar los estereotipos de las personas alcohólicas: “No necesariamente son personas que viven en la calle, que duermen en un cajero y que presentan un mal aspecto. En muchos casos, pueden ser individuos con un buen empleo, un salario digno y de éxito en las relaciones sociales. Es una enfermedad compatible con la vida, pero que condiciona la manera en la que se relaciona con los demás.”

Candela recuerda que su abuelo era alcohólico: “En mi familia, era cotidiana la imagen de los hijos que iban a buscar a su padre al bar para que dejara de beber. Fue de esta manera como se deterioró la relación de mi madre con sus padres.” Y es que la abuela de Candela, también acabó por caer en las garras de la botella: “Quizá por empatizar con mi abuelo, acompañarle para que así bebiera menos.. Es una enfermedad muy dura, porque enrarece el entorno familiar.”

Candela ha manifestado que el alcoholismo se normalizó en la familia: “Para mí era algo normal verles beber. Criarse en ese entorno no es positivo.”

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