Hace exactamente cien años, en noviembre de 1922, el obispo italiano Celso Costantini llegó a Hong Kong tras un fatigoso viaje. Todavía le faltaba un trecho hasta Pekín, a donde le enviaba el Papa Pío XI como primer delegado apostólico en China. Un dato interesante es que su misión se mantuvo en secreto para protegerla del sabotaje de las potencias europeas. Desde el primer momento, Costantini trató de evitar que el catolicismo fuese visto por los chinos como instrumento político al servicio de las potencias, y por eso reivindicó su plena libertad de acción, negándose a ser acompañado ante las autoridades civiles locales por representantes de naciones extranjeras.

Se puede decir con propiedad que Costantini fue una figura profética para el desarrollo de la Iglesia en China y sus esfuerzos nos permiten entender la problemática de fondo para la presencia católica en aquel inmenso país, que aún continúa. Durante los años que permaneció como delegado apostólico, de 1922 a 1933, organizó el primer Concilio Nacional en Shanghái y puso en marcha un proceso de “descolonización” eclesial, luchando contra todas las formas que seguían imponiendo rasgos europeos a la presencia católica en Extremo Oriente. Gracias a sus esfuerzos, en 1926 fueron consagrados por Pío XI los seis primeros obispos chinos de los tiempos modernos. También impulsó el primer instituto religioso clerical de China y la fundación de la primera universidad católica, Fu Ren, que permanece hoy en Taiwán.

Cuando volvió a Roma, Celso Costantini siguió llevando a China en el corazón y apoyó con tenacidad e inteligencia el florecimiento de la Iglesia en el Celeste Imperio como secretario de Propaganda Fide. Después fue nombrado cardenal, y siempre mantuvo su ardor misionero y su amor por aquella prometedora comunidad que tanto ayudó a crecer.