Este fin de semana se ha desarrollado una nueva edición de EncuentroMadrid, un evento cultural y misionero que promueven desde hace 19 años un grupo de personas vinculadas al movimiento Comunión y Liberación. El hilo conductor de esta edición tenía su audacia: mostrar que el presupuesto de toda verdadera religiosidad es vivir apasionadamente la realidad, como decía Don Luigi Giussani, el fundador de CL, cuya figura se ha evocado estos días con motivo del centenario de su nacimiento. Digo que es audaz porque las ideologías, de izquierda y derecha, han proyectado una imagen de la religiosidad como huida de la realidad, como opio del pueblo.

Atravesamos un momento histórico marcado por el dolor de la pandemia, por la incertidumbre suscitada por la crisis económica y por la injusticia de una guerra cruel en las fronteras de Europa. Pero, además, cada uno llevamos nuestras heridas personales en el trabajo y en la familia, nuestras enfermedades y fracasos… Si nos adentramos, surge necesariamente la pregunta por el significado de todo. Sostenerla y buscar su respuesta es la posición auténticamente religiosa.

Es la persona, con su evidente fragilidad, pero con su misteriosa dignidad trenzada por las exigencias de justicia, de verdad y de belleza, el punto desde el que se puede construir. La persona es también el punto firme que puede resistir frente al totalitarismo, la que puede reparar el daño provocado por la injusticia y la que puede ofrecer ese misterio que es el perdón. Pero la persona sólo crece y se sostiene dentro de una compañía que despierta sus preguntas, aviva sus deseos y le señala el rumbo en medio de las tormentas. Lo que se ha podido ver y tocar estos días es una experiencia de Iglesia en medio de nuestra sociedad, acogiendo sus preguntas y ofreciendo con libertad el testimonio de una humanidad modelada por la fe.