Los seres humanos no existimos para satisfacer pequeños intereses, necesitamos encontrar un sentido a las preguntas últimas que arden en el corazón. Y para ello, debemos caminar juntos, con la mirada dirigida al cielo. Así se ha dirigido el Papa a los líderes religiosos reunidos en Kazajistán, para describir la verdadera religiosidad, que es clave para una convivencia armoniosa.

Las religiones, cuando no están corroídas por el veneno del fundamentalismo, son necesarias para responder a la sed de paz del mundo y a la sed de infinito que habita en el corazón de todo hombre, ha dicho Francisco, recordando la amarga herencia del “ateísmo de Estado” que ha dejado su huella en países como Kazajistán, pero que también se insinúa en el trasfondo cultural de algunas sociedades democráticas.

Además, ha subrayado que toda persona tiene derecho a dar testimonio público de la propia fe, a proponerla sin pretender imponerla nunca. Relegar a la esfera de lo privado aquello que es más importante y decisivo en la vida, privaría a la sociedad de una riqueza inmensa, mientras que favorecer una convivencia respetuosa de las diversas religiones sirve para unir a las personas sin uniformarlas. Este es un discurso para escuchar no sólo en Kazajistán sino en Londres, París, Nueva York o Madrid.

También ha advertido Francisco que el Omnipotente no puede ser rehén de la voluntad de poder humano, y ha rechazado los extremismos y fundamentalismos que profanan el nombre de Dios mediante el odio y el fanatismo. ¡Jamás se puede justificar la violencia en nombre de Dios! El Papa ha concluido pidiendo que “no busquemos falsos sincretismos conciliadores, sino más bien conservemos nuestras identidades abiertas al encuentro fraterno”. Así, en estos tiempos oscuros, los creyentes podremos irradiar la luz de nuestro Creador.