Un artículo del profesor Ignacio García de Leániz, publicado hoy en El Debate, enfoca la mirada sobre lo humano de la gran filósofa judía Hanna Arendt, famosa por sus impresionantes estudios sobre la génesis de los totalitarismos. García de Leániz destaca el énfasis que pone Arendt en el nacimiento de cada persona, para ella no somos tanto “mortales” cuanto “natales”. El nacimiento supone que cada uno de nosotros sea un «Inicio» de una vida inédita, en la que se desplegarán proyectos, iniciativas, deseos, transformaciones…

Desde estas premisas, la genial pensadora da el salto a una concepción política original, en la que “el hecho de la natalidad se convierte en la categoría central, en el quicio, de lo político”. Para Arendt, “toda pulsión totalitaria y toda política inhumana inciden en la mecanización de nuestras vidas con la desaparición de la realidad personal y comunitaria. Por el contrario, una concepción política basada en el hecho del nacimiento concibe a cada persona como un sujeto libre y permite siempre nuevos comienzos, y así, asegura la continuidad de la “polis”.

Otro aspecto interesantísimo es que el hecho decisivo de nuestro nacimiento es la fuente de nuestra memoria, del recordar, y por tanto, del agradecimiento. De esa memoria brota la “gratitud por el don absoluto de la vida (…) pues incluso en la desdicha se celebra la vida”, dice preciosamente Hannah Arendt, para quien “el milagro que salva al mundo de su normal y natural ruina es en última instancia el hecho de la natalidad”.

Con mucha razón, dice García de Leániz que esta mirada es como un antídoto frente a la fascinación por la nada que embarga a nuestra cultura actual y a la propia acción política. Tan sólo añado que la fiesta de la Pascua que estamos celebrando ensancha y da toda su profundidad a lo que Arendt veía, y por lo cual le debemos gratitud.