Durante toda la semana, en la Colegiata de San Isidro, en el corazón del viejo Madrid, está expuesto el cuerpo incorrupto de san Isidro Labrador, de cuya canonización se cumplen 400 años. Más allá de los resultados de un examen científico de estos restos, que será pronto conocido, es legítimo preguntarse por el sentido de este gesto. El obispo auxiliar de Madrid, Juan Antonio Martínez Camino, se pregunta sobre esto en una “Tercera” de ABC publicada hoy.

Un primer dato es que la Iglesia venera con reverencia, desde siempre, los cuerpos de los difuntos porque son signo de una realidad personal que no se extingue con la muerte, sino que espera la resurrección. En el caso de un santo, como san Isidro, la veneración de su cuerpo tiene otro motivo: que, en su vida, Dios se ha hecho presente para sus contemporáneos de un modo especial. Como dice monseñor Martínez Camino, “la Iglesia venera las reliquias de los santos porque son un signo llamativo de la presencia del Resucitado en la historia y, por tanto, un estímulo para la esperanza en la resurrección de la carne”.

Es cierto que ninguna reliquia es necesaria para la fe, pero la veneración de las reliquias de los santos contribuye a sostenerla. Por eso en la persecución religiosa desatada en 1936 los revolucionarios pretendieron quemar el cuerpo de san Isidro, previamente escondido. El canónigo Timoteo Rojo Orcajo prefirió morir antes que revelar el escondite. En todo caso, la exposición del cuerpo de san Isidro pretende ayudar a quienes lo contemplen a cultivar la verdadera esperanza, que se basa la fe, testimoniada por los santos de todos los tiempos, en que Dios nos ha creado para vivir eternamente con Él, plenamente felices, en cuerpo y alma.